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Martha lo miró desconcertada. Lewis era un hombre orgulloso y tenía que ser difícil para él disculparse. No era justo que él se sintiera culpable por lo que había pasado entre ellos.

– No se preocupe. Son cosas que pasan. Los dos estábamos cansados y nos dejamos llevar. Ninguno de los dos fue consciente de lo que estábamos haciendo.

Lewis se quedó sorprendido. No parecía intimidada. ¿Cosas que pasan? ¿Es que acaso ella vivía situaciones como aquella con frecuencia? Al menos, debía alegrarse de que se lo hubiera tomado tan serenamente y no hubiera hecho la maleta o llamado a su abogado para presentar una demanda.

– Me alegro de que se lo tome así. Pero quiero que sepa que lo siento y que no volverá a ocurrir.

Martha hubiera preferido que sus palabras hubieran sido otras.

– Será mejor que ambos lo olvidemos -contestó Martha.

– Estoy de acuerdo, eso será lo mejor -asintió Lewis.

Claro, tenían que olvidarlo. ¿Cómo no se le había ocurrido a él sugerirlo? Hubiera sido más fácil que todo lo que había dicho.

Pero Lewis tenía muchas cosas en la cabeza y no pensaba con claridad. Los proyectos no iban todo lo bien que esperaba. Se habían encontrado con un problema legal para la adquisición de los terrenos colindantes con la ampliación del aeropuerto. Lo último que podía hacer era perder el tiempo por un simple beso. Tenía cosas más importantes de las que ocuparse.

A pesar de que evitaba pensar en Martha, le era difícil olvidar el calor de su boca y la suavidad de su piel. A medida que los días iban pasando, Lewis se

sentía más confuso. Los recuerdos volvían una y otra vez a su mente y no podía hacer nada por evitarlo.

Desesperado por no conseguir olvidar lo acontecido, estaba más malhumorado que de costumbre. Sus empleados trataban de evitarlo y, en casa, la situación era incómoda para ambos. A pesar del esfuerzo que tanto él como Martha hacían por continuar como si nada hubiera pasado entre ellos, la tensión era evidente.

Todo le recordaba a Martha: el salón, con el sofá que había sido el escenario donde todo había ocurrido; el porche, donde tantas veces se habían sentado por las noches a hablar. Ya nunca lo hacían y Lewis añoraba aquellas charlas.

Lewis la veía en la cocina cada mañana, preparando el desayuno de los niños. Apenas se daban los buenos días. La veía allí, descalza y con aquella camisa y sentía deseos de abrazarla y estrecharla entre sus brazos. Deseaba decirle que no soportaba más aquella situación, que así no podían seguir y que, por más que lo intentaba, no conseguía borrarla de sus pensamientos. Pero no podía hacerlo. Martha era la niñera de Viola y, por tanto, su empleada. ¿Por qué tenía que repetírselo una y otra vez? Además, era muy buena haciendo su trabajo. Dedicaba a los niños toda su atención y los trataba con mucho cariño. También era buena cocinera. No estaba dispuesto a perderla como empleada.

Lewis trató de convencerse de que Martha no era el tipo de mujer que le gustaba. A él siempre le habían atraído las mujeres independientes. Se ponía nervioso cuando le hablaban de compromisos. Era evidente que eso era lo que Martha buscaba: un compromiso. Tenía un hijo y quería formar una familia, con todas las complicaciones que ello implicaba. Lewis no tenía ningún interés en sentar la cabeza y formar una familia. Estaba claro que lo único que sentía por ella era una fuerte atracción física.

Además, Martha nunca había mostrado ningún interés por él, salvo aquella noche en el sofá. Había dejado claro desde el principio que su prioridad era encontrar al padre de Noah.

Necesitaba distraerse, decidió Lewis. Así que un día, al encontrarse con Candace a la salida de la oficina, decidió invitarla a comer. No estaba seguro de si lo hacía por él o por demostrar algo a Martha, pero aun así la invitó.

Candace era una mujer más de su estilo, se dijo Lewis mientras la observaba durante la comida. Era fría, racional y muy atractiva. Tenía claro que su prioridad era el trabajo. Candace no tenía tiempo para bebés. Tenía su vida organizada y no quería compromisos a largo plazo. Era perfecta para él.

– Mañana no cenaré en casa -anunció Lewis mientras cenaban aquella noche.

Martha se estaba sirviendo ensalada.

– ¿Por qué? -preguntó mirándolo.

– Hay una fiesta en el hotel que dirige Candace Stephens -dijo. Se sentía obligado a darle una explicación-. Me preguntó si quería acompañarla y pensé…

¿Por qué no reconocía que tenía una cita con Candace?

– No necesita darme explicaciones -lo interrumpió Martha-. Lo que haga con su vida es asunto suyo. Pero le agradezco que me lo diga -añadió cortésmente.

– ¿Estará bien aquí sola?

– Claro que sí -dijo con una sonrisa forzada-. Ya estoy acostumbrada.

No era cierto. Aunque ya no hablaban como antes, le gustaba saber que Lewis estaba cerca. Sus sentidos se ponían en alerta cada vez que llegaba a casa. Se despertaba a mitad de la noche y recordaba aquel cálido beso que se habían dado.

Ahora tenía que aceptar que Lewis iba a salir con Candace. Era duro verlo salir con otra mujer, pero tenía que acostumbrarse.

– Quizás Eloise se pueda quedar a hacerle compañía si usted quiere.

Martha lo miró fríamente.

– No se preocupe, sé cuidarme sola.

Lewis frunció el ceño. No le gustaba cuando se ponía sarcástica.

– Sólo quería asegurarme que estaría bien.

Si así fuera, no estaría dispuesto a salir con Candace.

– Por favor, acuérdese de preguntar por Rory, a ver si alguien lo conoce -dijo Martha levantando la barbilla.

Rory. El novio por el que estaba obsesionada. Lewis se había olvidado de él.

– ¿Todavía no lo ha encontrado? -preguntó Lewis arqueando las cejas.

– ¿Cuándo cree que puedo hacerlo? Me paso todo el día en casa.

– Creí que salía cada día.

– Sólo voy al mercado a hacer la compra.

Probablemente había muchas cosas que podía haber hecho, y más contando con la ayuda de Eloise.

Pero no estaba dispuesta a reconocer que ni siquiera había intentado buscar al padre de Noah.

Lo cierto era que había pensado más en Lewis que en Rory.

Aquella noche en la fiesta, Lewis no pudo dejar de pensar en Martha. Candace estaba muy guapa con un vestido plateado que acentuaba su gélida belleza. No pudo dejar de compararla durante toda la noche con Martha. Echaba de menos la mirada de sus ojos oscuros y su cálida sonrisa; era totalmente opuesta a Candace.

No soportaba los actos sociales y la velada se le hizo interminable. Candace estuvo ocupada saludando a otros invitados y Lewis no dejó de mirar la puerta. Era como si confiara en que Martha apareciera de un momento a otro.

Tan pronto como pudo, se despidió de Candace y se fue a casa, pero cuando llegó, Martha ya se había ido a la cama. Se sintió decepcionado y se sentó en la oscuridad del porche.

– ¿Se lo pasó bien anoche? -le preguntó Martha a la mañana siguiente.

Lewis se encogió de hombros.

– Era una de esas fiestas en las que estás con mucha gente pero no llegas a conocer a nadie -dijo Lewis, y la miró a los ojos-. Ninguna de las personas con las que hablé conocía a Rory.

Martha se quedó paralizada. Se había olvidado de que le había pedido que preguntara por Rory.

– Alguien lo tiene que conocer. Este sitio es pequeño.

– Quizás haya más suerte en la recepción que el Alto Comité celebra la próxima semana -dijo Lewis-. He aceptado una invitación en su nombre, así que usted misma podrá preguntar.

– ¿Una invitación? ¿Para mí? -dijo mientras limpiaba la nariz de Viola.

– Suelen invitar a todos los británicos que están en la isla -dijo Lewis, y tomó un sorbo de café, recordando el placer con el que había pronunciado su nombre la noche anterior-. Les hablé de usted y comenté que estaba deseando salir y conocer a otras personas. Así que me dijeron que nos harían llegar unas invitaciones para asistir. Si no encuentra a alguien en esa fiesta que conozca a Rory, es que no está en la isla.