– Muchas gracias por acordarse de mí -dijo Martha dubitativa-. Se lo agradezco.
Su voz había sonado triste. Tenía que haberse mostrado entusiasmada con la idea, pensó Martha. Gracias a Lewis, estaba más cerca de encontrar a Rory. Tenía que estarle agradecida por eso y porque se estuviese preocupando de incluirla en la vida social de la isla.
Quizás Lewis estuviese interesado en Candace. Martha pensaba que era una mujer muy fría, pero eso no era asunto suyo. Tenía que demostrarle que no le importaba lo que él hiciera con su vida.
Trató de contenerse. Sus pensamientos vagaban peligrosamente. Lewis había hecho un esfuerzo por ser amable con ella y estaba decidida a hacer lo mismo por él. Empezaría por ser agradable con Candace, o parecería que estaba celosa de ella.
Por supuesto, eso no era cierto. No era más que una tontería.
– Si quiere, puede corresponder la invitación de Candace invitándola a cenar en casa un día de estos. Estaré encantada de preparar la cena -dijo Martha-. Podría preparar algo especial, y no se preocupe por mí, prometo quedarme en la cocina y no molestar.
Tomó primero a Noah y después a Viola de sus sillitas y los dejó en el suelo. Los niños disfrutaban allí sentados golpeando una cacerola con cucharas de madera. Era una buena forma de mantenerlos entretenidos, aunque bastante ruidosa.
– Francamente, no creo que pudiera disfrutar de la comida sabiendo que estará encerrada en la cocina -dijo amablemente Lewis.
Se quedó pensativo. No tenía ningún interés en pasar una velada a solas con Candace.
– Como usted quiera.
– Le diré lo que podemos hacer: mañana llegan un ingeniero hidráulico, un botánico y un economista para preparar los informes para el Banco Mundial. Se quedan sólo unos días en el hotel de Candace y sería agradable ofrecerles una cena en casa en lugar de cenar todos los días en restaurantes. Podría invitarlos la próxima semana, y avisaría a Candace también.
Martha sonrió alegremente. Le gustaba cocinar y, además, en el fondo se alegraba de que Lewis no fuera a cenar a solas con Candace.
– Cocinaré algo especial -prometió Martha.
Eligió el menú para la cena con suficiente antelación. Ese día se levantó temprano para poder ir pronto al mercado y disponer del tiempo suficiente para hacer los preparativos y arreglarse para estar guapa. Había decidido preparar una cena exquisita. Quería ser la anfitriona perfecta y demostrar a Candace que tener un hijo no era impedimento alguno para hacer otras cosas. Todo iba a salir bien.
Y así habría sido si Eloise hubiera ido a trabajar, pero su madre se había caído y había tenido que llevarla al hospital. Martha tuvo que cocinar y limpiar la casa, sin dejar de atender a los gemelos. Viola estuvo especialmente caprichosa durante todo el día y Noah acabó vomitando sobre el sofá. Cuando llegó al mercado, no quedaba el pescado que había pensado cocinar.
A toda prisa, se aseguró de que Noah no estuviera enfermo y como pudo volvió a limpiar el salón. Al mismo tiempo, tuvo que calmar la rabieta de Viola y se olvidó de lo que tenía en el horno. De vuelta a la cocina, comprobó que ya era demasiado tarde: la salsa se había consumido, las verduras estaban deshechas y el postre que con tanto esmero había preparado se había quemado.
Cuando llegó Lewis la ayudó a acostar a los niños. Estaba tratando de improvisar algo para la cena, cuando los primeros invitados llegaron. No tuvo tiempo de arreglarse y convertirse en la anfitriona perfecta como había deseado.
Se secó las manos en un paño de cocina para recibir a los invitados. De camino a la puerta, se miró en el espejo y vio las manchas que lucían la camiseta y el pantalón que llevaba puestos.
Aquello le gustaría a Candace. Estaría encantada de confirmar sus expectativas y comprobar que no había podido organizar la cena. Era precisamente lo que esperaba de una mujer con hijos.
– ¡Parece cansada! -le dijo Candace a modo de saludo nada más verla.
Continuó haciendo comentarios sobre el aspecto de Martha hasta que consiguió que todos se fijaran en ella. Justo lo que Martha necesitaba.
Candace estaba impecable con un vestido blanco. Frente a ella, Martha parecía invisible. El botánico y el economista eran jóvenes y se les veía impresionados por la belleza de Candace.
El ingeniero hidráulico resultó ser una mujer con la que Martha congenió enseguida. Se llamaba Sarah, estaba a punto de casarse y deseaba tener hijos pronto.
Después de cenar salieron al porche y mientras Candace hablaba de negocios con los hombres, Martha y Sarah charlaron sobre bebés.
Martha se dio cuenta de que Lewis las observaba. No le importaba que se enterara de su conversación. Para ella, era más interesante hablar de Viola y Noah que de análisis financieros, proyectos, comprobaciones y todas aquellas cosas de las que discutían al otro lado del porche.
Sarah la había oído referirse a los niños como los gemelos y le confió que estaba preocupada porque en la familia de su prometido había varios gemelos.
– Debe de ser agotador criar a dos hijos a la vez -le dijo a Martha.
– No sé cómo se las arreglan algunas madres -dijo Martha pensando en el día que había tenido.
– Tienes suerte de tener a Lewis -observó Sarah, mirando cómo Lewis servía el café-. Es la primera vez que trabajo con él y estoy encantada. Su compañía tiene muy buena reputación. Seguro que está tan ocupado que no tiene muchas oportunidades de ejercer de padre.
_No se le da mal -dijo Martha, y pensó en cómo la había ayudado a acostar a los niños unas horas antes. De pronto, cayó en la cuenta-. ¿No creerás que…? No, Lewis no es el padre de ninguno de los dos.
– Yo creí que eras su esposa -dijo Sarah contrariada.
– No, no soy su esposa. Creí que lo sabías.
Martha contempló a Lewis, que estaba dejando la cafetera sobre la bandeja. Vio que sonreía y sintió un escalofrío en su interior. Como si hubiera oído lo que estaban hablando, Lewis la miró y Martha retiró rápidamente sus ojos de él.
– No creas, no está tan claro -dijo Sarah levantando las cejas. Se había estado fijando en el modo en que Lewis y Martha habían intercambiado miradas durante toda la noche.
CAPITULO 8
SE HIZO el silencio al otro lado del porche y las palabras de Sarah fueron oídas por todos. -¿Qué es lo que no está claro? -preguntó Candace.
Sentía curiosidad por saber qué no estaba claro para dos mujeres que no tenían nada mejor que hacer que pasarse la noche hablando de bebés.
– Sarah pensaba que Lewis y yo estábamos casados. Pero sólo soy la niñera.
– Siento el malentendido, Sarah -dijo Lewis-. Debí de haber presentado a Martha correctamente cuando llegasteis, pero estábamos solucionando un problema en la cocina -y mirando a Sarah, añadió-: Se está ocupando del cuidado de mi sobrina.
– Nos referimos a Viola y Noah como los gemelos porque nacieron el mismo día -explicó Martha.
– Entiendo -dijo Sarah, aunque no parecía haber entendido nada-. Entonces el padre de Noah…
– Está aquí en San Buenaventura -la interrumpió Martha-. De hecho, me preguntaba si alguno de ustedes lo conocería. Es biólogo marino y se llama Rory McMillan. Estoy tratando de localizarlo.
Sarah negó con la cabeza.
– Ese nombre no me dice nada, pero acabo de llegar aquí. Si oigo algo, te avisaré. ¿Qué aspecto tiene?
Martha miró a Lewis.
– Es impresionante. Alto, bronceado, rubio, ojos azules, con un cuerpo perfecto. Lo reconocerás en cuanto lo veas.
– Entiendo que tengas ganas de encontrarlo -dijo Sarah sonriendo con complicidad.
Lewis estaba apoyado en la barandilla del porche y parecía molesto.
– A mí tampoco me dice nada ese nombre -dijo Candace participando en la conversación-. Hay muchos proyectos marinos en otras islas cercanas y en ocasiones, los científicos se quedan en nuestro hotel cuando vienen a comprar cosas o a recoger el correo. Martha, si quiere, puedo preguntar por él.