Estaba claro el motivo por el que Candace seguía junto a él, pensó Martha molesta. Lewis tenía un aspecto formidable y su porte lo hacía destacar del resto de los hombres.
De repente, Martha sintió deseos de irse de la fiesta. Como si hubiera leído sus pensamientos, Lewis la miró desde el otro lado del jardín y sus ojos se encontraron.
Fue como si el resto de las personas desaparecieran. Ella tampoco quería estar allí, conversando con extraños. Quería estar en el porche, junto a él.
– ¿Va todo bien?
De repente, Martha se dio cuenta de que el hombre con el que estaba hablando había detenido su conversación y la miraba preocupado. Retiró la mirada de Lewis y bebió de su copa.
– Si, lo siento. Estoy bien -se disculpó, pero no era cierto, no se encontraba bien. Se sentía asustada por lo que acababa de descubrir.
Deseaba a Lewis. No era el padre que buscaba para Noah ni el hombre perfecto para ella, pero lo deseaba como nunca había deseado a ningún hombre antes. Ansiaba acercarse a él y pedirle que la llevara a casa y que la besara como la había besado aquella noche. Quería volver a casa para rodearlo con sus brazos y entregarse a él.
¿Cuánto tiempo había permanecido mirando a Lewis? Martha se sintió aturdida y desorientada. Se arriesgó a mirarlo de nuevo, pero en aquel momento charlaba con otro invitado y parecía relajado. Parecía tranquilo, no como ella, que estaba temblando. Deseaba salir corriendo de la fiesta.
No había razón para seguir engañándose. Estaba enamorada de Lewis, a pesar de que no era el hombre adecuado para ella. Lo amaba y no podía hacer nada para impedir lo que sentía.
Todo lo que tenía que hacer era mantener la calma. Lo peor que podía hacer era confesarle sus verdaderos sentimientos. La rechazaría inmediatamente y ella y Noah tendrían que irse y nunca más volvería a verlo.
Era mejor mantener en secreto sus sentimientos. Todavía faltaban meses para que su contrato terminara y podían pasar muchas cosas en ese tiempo.
Por el momento, necesitaba concentrarse en sus sentimientos y en lo que iba a hacer. Los músculos de la cara comenzaban a dolerle de tanto sonreír. Estaba deseando irse a casa, pero temía quedarse a solas con él. Tenía que controlar sus emociones.
Por eso, cuando Lewis se acercó para preguntarle si quería volver a casa, Martha le dedicó una amplia sonrisa.
– La fiesta está empezando -dijo tratando de hacerle ver que se estaba divirtiendo.
– No quiero que se haga demasiado tarde para Eloise -dijo Lewis, que había conseguido por fin separarse de Candace -. No me parece justo.
– No creo que tenga inconveniente si nos quedamos un rato más.
Lewis frunció el ceño.
– No quiero quedarme más tiempo. Si quiere que la lleve a casa, tendrá que venirse ahora.
Martha deseaba abrazarlo y besarlo para hacer desaparecer su mal humor. ¿Cómo podía amar a un hombre tan difícil?, se preguntó.
– No se preocupe -dijo tratando de contenerse.
– Yo mismo la puedo llevar a casa si quiere -se ofreció el hombre que estaba junto a ella.
Martha había estado muy ocupada pensando en Lewis para fijarse en él, pero recordó que se lo habían presentado y que se llamaba Peter.
A Lewis no pareció gustarle aquel comentario.
– ¿De verdad podría llevarme? Sería muy amable por su parte. Muchas gracias -le dijo Martha, y le dedicó una gran sonrisa.
Se giró hacia Lewis. Se sentía mejor ahora que no tenía que volver a solas con él. No tendría que preocuparse por mantener sus manos controladas. Deseaba acariciarlo, confesarle sus sentimientos y pedirle que la abrazara ardientemente.
– Váyase -le dijo a Lewis-. Estaré bien.
– No es usted la que me preocupa -dijo Lewis secamente-. Pensaba en Eloise. Estará deseando irse a su casa.
– Usted estará allí -le recordó.
El rostro de Lewis se tensó.
– Por si se le ha olvidado, déjeme que le recuerde que yo no soy la niñera.
Martha dudó. La única manera que tenía de salir airosa de aquella situación era haciéndole frente. Con un poco de suerte, Lewis no se percataría del verdadero motivo por el que no quería volver a casa con él.
– Discúlpame -le dijo a Peter con tono de víctima-. Parece que voy a tener que irme. Mi jefe me reclama.
– Ahórrese sus palabras -le dijo Lewis, visiblemente irritado-. Si tiene tantas ganas de quedarse, quédese. Me da igual.
– ¡Perfecto! -contestó Martha. Era extraña la sensación que Lewis le producía. Por un lado, la irritaba, pero por otro deseaba arrojarse a sus brazos y pedirle que la llevara a casa con él.
Tuvo que contenerse para no salir corriendo tras él. Ahora tenía que quedarse en la fiesta y pretender que estaba pasando un buen rato con Peter. Éste insistió en llevarla a la única discoteca de Perpetua. En otra época, Martha era la última en abandonar la pista de baile, pero ahora todo lo que quería era irse a casa.
Eran casi las dos cuando Peter la llevó de vuelta. Habían sido las cuatro horas más aburridas de su vida. Temía el momento de la despedida, por si Peter se había hecho ilusiones de recibir una muestra física de gratitud. Por suerte, Lewis estaba sentado en el porche y se levantó al verlos llegar.
– Gracias por una noche tan agradable -dijo Martha mientras abría la puerta del coche.
– ¿Dónde ha estado? -le preguntó Lewis viéndola subir los escalones del porche. Peter arrancó el motor del coche y se marchó.
– Disfrutando de la vida nocturna de Perpetua.
– ¿Hasta las dos de la madrugada?
– Eso es lo que tiene la vida nocturna -dijo Martha con ironía-. Que sólo ocurre por la noche. Ya veo que para usted, la noche acaba a las diez, pero para los demás lo mejor viene después de la medianoche.
– Me podía haber avisado que no volvería a casa después de la recepción -protestó Lewis.
– Podía haberlo hecho, pero no lo hice por dos motivos -contestó ella, y pasó a su lado en dirección al salón, antes de continuar-: Primero, porque pensé que estaría en la cama durmiendo y segundo, porque no tengo que darle explicaciones de lo que hago en mi tiempo libre.
– No podía quedarme dormido sabiendo que no estaba en casa -dijo Lewis furioso-. No sabía dónde estaba o con quién. No sabía lo que estaba haciendo. ¿Y si la hubiera necesitado?
Martha se sentó en el brazo de sofá y se quitó los zapatos.
– ¿Para qué me podía necesitar?
– Podía haberles ocurrido algo a Viola o Noah -contestó Lewis tras unos instantes.
– ¿Están bien?
– Sí, no se preocupe.
Martha se frotaba los pies. Aquellos zapatos eran muy bonitos, pero incómodos para bailar.
– Le diré una cosa -dijo ella-. La próxima vez que salga, lo llamaré cada hora para decirle donde estoy. ¿Le parece bien?
Lewis se quedó serio ante su ocurrencia.
– ¿Qué quiere decir la próxima vez? -le preguntó-. ¿Va a verse con ese hombre otra vez?
Martha se quedó silenciosa.
– No hemos quedado en nada firme pero, ¿quién sabe? -dijo airosa-. Peter es muy agradable -mintió.
Las cejas de Lewis se fruncieron, uniéndose sobre la nariz.
– Creí que estaba buscando al padre de Noah.
– Claro que sí, pero no he encontrado a nadie que lo conozca.
– Y mientras, se entretiene buscando un sustituto, ¿no? -dijo Lewis, mientras caminaba de un lado a otro del salón. Martha lo miraba furiosa.
– ¿Qué quiere decir?
– He visto el modo en que hablaba con los hombres que había en la recepción -dijo él en tono acusador-. Parecía estar buscando una alternativa en caso de que Rory no aparezca.
Los ojos de Martha brillaban con furia.
– Mi hijo se merece lo mejor. Tiene derecho a tener un buen padre. Puede que su verdadero padre no quiera hacerse cargo de él, pero no por ello voy a dedicarme a buscar al padre perfecto en todas las fiestas a las que asista.