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– ¿Y por qué no ha dejado de flirtear en toda la noche?

– No he estado flirteando. Usted y Candace me dejaron claro que estaba de más, así que decidí dejarlos solos. Mi única intención era ser amable.

– ¿Amable? -preguntó Lewis pronunciando lentamente cada sílaba-. ¿Qué quiere decir exactamente?

– Bueno, hace tiempo que no consulto su significado en el diccionario -dijo Martha con ironía, tratando de contener su enojo-. Pero creo que tiene que ver con ser educado, sonreír y mostrar interés por otras personas, que era exactamente lo que hice. No sé a dónde quiere ir a parar.

Se hizo una pausa. Lewis retiró su mirada.

– No me ha gustado -dijo. Parecía que le costaba hablar-. No me gusta verte prestando atención a otros hombres. Tampoco me gusta ver que otros hombres se interesan por ti. Estoy celoso -añadió tranquilamente, mirándola directamente a los ojos y tuteándola por primera vez-. Quiero que seas amable sólo conmigo.

Aquellas palabras fueron tan inesperadas que Martha se quedó ensimismada observándolo sin saber qué decir. No estaba segura de haber entendido bien lo que le acababa de decir.

– ¿Por qué? -preguntó de manera estúpida.

– ¿Que por qué? Mírate -dijo Lewis y se giró-. ¿Qué hombre no te desearía? Esta noche estás espectacular.

Martha abrió la boca para decir algo, pero se contuvo.

– Creí que no te gustaba mi vestido -fue todo lo que consiguió decir tras unos instantes.

– No es el vestido lo que no me gustó -dijo encogiéndose de hombros.- Lo que no me gustó fue que quisieras ir a esa fiesta. Habría preferido que te hubieras quedado en casa conmigo.

– ¿Por qué? -dijo Martha. Estaba confusa.

Lewis se acercó y tomó los zapatos de sus manos, dejándolos caer sobre el suelo de madera.

Martha sintió que el corazón le latía con fuerza. Tenía la boca demasiado seca para hablar. Sentía el calor de su mirada y no podía retirar sus ojos de los de él. Se quedó paralizada disfrutando de ese momento. Temía que, si se movía, aquel instante desapareciera.

– ¿Tú por qué crees? -le preguntó mirándola con intensidad-. Estoy seguro de que sabes que no he podido dejar de pensar en el beso que nos dimos y en desear volver a acariciarte. Cada vez que te veo con esa camisa que te pones para dormir, siento deseos de quitártela. Quiero desabrocharte los botones uno a uno muy lentamente. Quiero acariciarte como lo hice esa noche y acabar lo que empezamos.

Martha humedeció sus labios.

– Pero parecías molesto.

– No era la primera vez que deseaba besarte, pero no debí hacerlo de aquella manera.

– ¿Y si te digo que me gustó? -dijo Martha con voz temblorosa, y lo miró directamente a los ojos-. De hecho, yo también lo deseaba.

– ¿De verdad? -preguntó Lewis dubitativo.

Martha dejó escapar un largo suspiro. Quería olvidarse del futuro y pensar tan sólo en el presente y en lo que deseaba en ese instante. No quería pensar en nada más que no fuera en Lewis y en sus ojos, sus manos, su boca y en el calor de su cuerpo junto al suyo.

– Sí -contestó ella.

Lewis tomó las manos de Martha entre las suyas.

– ¿Estás segura?

– Lo estoy, ¿y tú?

– ¿Que si estoy seguro? -dijo Lewis, y soltó una carcajada-. Llevo tiempo pensando en esto. Sí, claro que estoy seguro.

Lewis inclinó su cabeza y sus labios se unieron en un cálido beso que se prolongó durante largos segundos hasta que tuvieron que separarse para recuperar el aliento. Lewis acarició con sus manos la suave melena de Martha.

– Estoy completamente seguro.

A partir de ese momento, no fueron necesarias más palabras.

Cuando Martha se despertó a la mañana siguiente, estaba apoyada contra la espalda de Lewis. Él estaba tumbado boca abajo y parecía estar dormido. Le besó el cuello.

Él se movió ligeramente y ella lo volvió a besar, esta vez en el hombro.

No obtuvo respuesta. Martha se incorporó y decidió emplearse a fondo. Comenzó a besarlo en el cuello y siguió hasta el lóbulo de la oreja, volviendo por su mejilla hasta la comisura de los labios.

– ¿Estás despierto? -susurró, al advertir una ligera mueca en sus labios.

– No -contestó suavemente Lewis.

– ¿Ni tan siquiera un poquito?

– No -dijo de nuevo él. Entonces, se giró por sorpresa, se colocó sobre ella y la besó.

Martha sonrió con satisfacción y se desperezó bajo el cuerpo de Lewis.

– ¿Qué hora es? -preguntó.

Lewis se incorporó para mirar el reloj que había sobre la mesilla de noche.

– Es demasiado pronto para levantarnos -contestó, y volvió a acomodarse sobre el cuerpo de Martha, descansando la cabeza sobre su cuello-. Parece que los bebés todavía duermen.

– En ese caso, siento haberte despertado -dijo Martha rodeándolo con sus brazos-. ¿Quieres seguir durmiendo?

Se quedaron en silencio y, por un momento, Martha pensó que dormía hasta que sintió sobre su piel cómo se reía.

– No creo que pueda hacerlo ahora -dijo Lewis mientras comenzaba a bajar besando su cuello-. ¿Y tú? ¿Tienes sueño?

– No -dijo Martha jadeante al sentir cómo sus manos la recorrían-. No tengo nada de sueño.

CAPÍTULO 9

ASÍ COMENZÓ una época dorada para Martha. En algunos aspectos nada había cambiado. Lewis iba a trabajar cada día y ella seguía ocupándose de la cocina y de los niños.

Pero otras cosas sí que habían cambiado. Martha nunca se había sentido tan realizada, tan completa, tan viva. Nunca antes había sentido que la felicidad pudiera llegar a ser una sensación física. Sentía un estremecimiento interior que se extendía por todo su cuerpo cada vez que estaba con él.

Era feliz cuando miraba a los bebés; cuando desde el porche vislumbraba el reflejo del mar entre las palmeras; cuando se despertaba cada mañana junto a Lewis y recorría con su mano su ancho pecho; cuando lo besaba y disfrutaba del olor de su piel.

Lewis estaba feliz. En ocasiones, Martha se detenía observando cómo jugaba con los niños y sentía que su corazón se derretía. Cuando llegaba a casa, lo primero que hacía era besarla y tomar en sus brazos a Noah o a Viola y hacerles carantoñas hasta hacerlos gritar de alegría. En esos momentos se sentía locamente enamorada de él.

Más tarde, cuando los bebés dormían, se sentaban en el porche y hablaban. Muchas veces Martha perdía el hilo de la conversación pensando en lo que sucedería un rato más tarde, en la cama. Entonces, sentía un escalofrío de placer. Sabía que una mirada era suficiente para que Lewis la hiciera sentar sobre su regazo. En cualquier momento, ella podía alargar su mano y acariciarlo. Y cuando no pudieran esperar más, él la llevaría a la cama y le haría el amor.

Nunca hablaban del futuro. En ocasiones, Martha trataba de imaginar lo que pasaría una vez transcurrieran los seis meses. Pero rápidamente se contenía. No quería pensar en ello. Sólo quería disfrutar el presente. Lewis también parecía feliz. Quizá se estuviera acostumbrando a vivir en familia, pero no quería preguntarle. Prefería que fuera él quien sacara el tema. En el fondo, Martha sabía que tenía que encontrar a Rory. Tenía que hablarle de su hijo, pero no tenía prisa por hacerlo. Todo lo que le preocupaba era el presente.

Así que disfrutaba de cada momento. Ella era feliz y Noah también. No podía pedir más.

– ¿Qué te parece si organizamos otra cena? -le preguntó Lewis un día.

Ella puso una cacerola sobre la lumbre y sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sonrió.

– ¿A quién quieres invitar? -dijo, mientras Lewis la tomaba por la cintura.

– Al ingeniero residente y su esposa, al gerente y a un par de contratistas. También podemos invitar a Candace.

– ¿Candace? -dijo Martha sorprendida-. ¿Por qué?

– Tiene muchos contactos y pueden venirnos bien -respondió Lewis-. Será de gran ayuda.