Выбрать главу

A pesar de su disgusto, Martha tenía esperanzas de que Lewis le dijera que no se lo había contado por miedo a perderla.

– No quería que olvidaras que si estás aquí es porque estás contratada. ¿Cómo iba a ocuparme de cuidar a Viola mientras tú ibas tras Rory McMillan?

¿Contratada? ¿Era eso todo lo que le preocupaba? Sintió que su corazón se encogía y los ojos se le llenaron de lágrimas.

– No te preocupes, no olvido el contrato -dijo ella secamente-. Pero no hay nada en él que diga que no puedo hablar con Rory hasta que transcurran los seis meses -se paró al escuchar la bocina de un coche-. Ese debe de ser mi taxi.

¿Taxi? ¿Qué taxi? Lewis la observó cruzar el salón y tomar su bolso. Se sentía sorprendido y a la vez defraudado.

– ¿A dónde vas?

– Voy a buscar a Rory y a hablar con él.

– ¿Ahora? -preguntó, poniéndose de pie.

– Sí, ahora. No se me ocurriría interrumpirlo mientras está trabajando en ese informe tuyo, así que por la noche es el mejor momento para buscarlo. Dijiste que pasa todo su tiempo libre en los bares, así que no será difícil encontrarlo. La ciudad es pequeña.

– Y, ¿qué pasa con los bebés?

– Puedes encargarte tú -le contestó-. Dadas las circunstancias, es lo menos que puedes hacer.

Lewis la miró desesperado. Martha se iba; tenía la mano en el pomo de la puerta. Deseaba salir tras ella y rogarle que se quedara, pero estaba demasiado enfadada. No creería nada de lo que le dijera en ese momento.

– ¿Cuándo volverás?

– Cuando haya hablado con Rory -contestó ella desde la puerta. Su mirada era gélida-. No me esperes levantado.

Cerró la puerta y se fue.

Encontró a Rory en el tercer bar. Estaba sentado con otras personas, todos vestidos con pantalones cortos y camisetas. Eran jóvenes y estaban bronceados. Parecían salidos de una película.

Martha miró a Rory desde el otro extremo del bar y dudó. Era totalmente diferente a Lewis. Parecía más joven de lo que recordaba, pero su encanto era evidente a la vista de la joven rubia que estaba sentada junto a él, que no dejaba de mirarlo y de reír a carcajadas.

No era el momento adecuado. Rory estaba ocupado y, a juzgar por la situación, no deseaba ser interrumpido.

Pero, ¿qué podía hacer? La única alternativa que tenía era volver a casa con Lewis. En el fondo era lo que quería hacer, pero recordó con tristeza los motivos que le había dado para ocultarle el paradero de Rory: el informe medioambiental y su contrato. ¿Cómo iba a volver y admitir que ni siquiera había hablado con Rory?

Martha tomó aire y se dirigió a la mesa de Rory.

– Hola, Rory.

Rory la miró y, tras unos segundos, la reconoció.

– ¿Martha?

– Creí que no te acordarías de mí -dijo Martha forzando una sonrisa.

– Claro que sí -aseguró. Se puso de pie y la abrazó-. Me alegro de verte. Eres la última persona que esperaba encontrarme aquí, por eso he tardado en reconocerte. Además estás muy cambiada.

– ¿De verdad? -preguntó Martha sorprendida-. ¿En qué he cambiado?

Pero Rory estaba acercando una silla para que se sentara y no contestó. Llamó a la camarera y le pidió otra cerveza.

– Chicos, moveos -dijo Rory a sus acompañantes, haciéndole sitio a su lado.

A pesar de que la joven rubia disimuló su enfado, Martha se sintió incómoda. No quería que su presencia molestase a nadie.

– Os presento a Martha -dijo Rory, y a continuación le fue diciendo el nombre de todos los demás, aunque el único nombre que Martha consiguió retener fue el de Amy, la chica rubia-. Conocí a Martha el año pasado cuando estuve en Londres. Es editora de moda.

Nadie dijo nada, pero todos la miraron incrédulos. Fue la prueba de lo mucho que San Buenaventura la había cambiado. Se había ido de casa tan enfadada que no se había cambiado de ropa ni se había maquillado. Se sentía avergonzada de las arrugas alrededor de sus ojos y de las canas que asomaban en su oscura melena.

– ¿Y qué estás haciendo aquí? -le preguntó Rory con entusiasmo.

– Estoy trabajando -dijo Martha.

– ¿Un reportaje de bikinis en la playa?

– No exactamente -contestó Martha. Aunque no le apetecía, tomó un sorbo de cerveza-. De hecho, estoy trabajando como niñera.

Se hizo una larga pausa y finalmente Rory rompió en carcajadas.

– Me tomas el pelo, ¿verdad? No te imagino con niños.

Martha mantuvo la sonrisa con dificultad.

– Es verdad.

Rory la miró fijamente.

– Siempre pensé que eras muy elegante -dijo él desconcertado- ¿Por qué dejaste tu estupendo trabajo para ser niñera?

– Quizá necesitaba un cambio de aires.

Rory ladeó la cabeza, sorprendido todavía por su cambio de imagen. No estaba seguro de que Martha estuviera bromeando.

– ¿De verdad trabajas como niñera?

– Sí -asintió y suspiró-. Creo que incluso conoces a la persona para la que trabajo: Lewis Mansfield.

Incluso pronunciar su nombre le producía malestar.

– ¿Lewis? Sí, lo conozco -dijo Rory, y sonrió-. Ese hombre da miedo. Por cierto, ¿lo has visto sonreír alguna vez?

Martha pensó en su sonrisa cada vez que la hacía sentar en su regazo, cada vez que se bañaba con Noah en el mar, cada vez que acariciaba su piel.

Martha tragó saliva. Tenía que contenerse y no romper a llorar.

– A veces.

– A mí no me sonríe nunca -afirmó Rory tomando su cerveza-. Creo que no le gusto.

– Pero, ¿por qué no ibas a gustarle? -intervino Amy.

– Creo que está celoso de mí -bromeó Rory-. ¿Tú que crees, Martha? Debes de conocerlo bien.

– Sí, bastante bien -dijo Martha sintiendo una ligera presión en el pecho.

– Parece un tipo muy serio. Me recuerda a mi profesor de matemáticas.

– A mí me recuerda al de geografía -dijo alguien más de la mesa-. Cuando se te queda mirando, sientes que tienes doce años y que está a punto de castigarte por hablar en clase.

Todos estallaron en carcajadas y Martha se mordió el labio.

– Lleva un tiempo conocerlo -dijo Martha.

Ya no podía soportarlo más. No quería seguir en aquel ruidoso bar, oyendo como aquellos jóvenes criticaban a Lewis. No lo conocían como ella. No tenían ni idea de cómo era.

Además, allí no iba a poder hablar con Rory tranquilamente. No era la situación adecuada para comunicarle que era padre, con sus amigos allí presentes. Es más, tendría que gritar para hacerse oír por encima de la música.

Así que siguió sonriendo, terminó su cerveza y entonces se despidió.

– Será un placer quedar otro día para seguir charlando -le dijo a Rory-. ¿Qué tal si quedamos mañana para comer?

– Bien -contestó sorprendido. La rodeó con sus brazos-. Me alegro de verte otra vez, Martha. Me acuerdo mucho de lo bien que lo pasamos en Londres. Disfrutamos mucho juntos, ¿verdad?

– Sí -contestó Martha, y se deshizo de su abrazo.

Debía sentirse feliz de que él estuviera tan contento de verla. Pero pensar en retomar la relación que mantuvieron no le agradaba en absoluto. Y no era que él no fuera atractivo. Lo era y mucho. Pero sencillamente, no era Lewis.

CAPITULO 10

AL DÍA siguiente, Martha se llevó a Noah a su cita y se aseguró de llegar pronto para conseguir una mesa tranquila. Al llegar, Rory no se sorprendió de verla con un bebé y le hizo unas cuantas carantoñas al niño mientras se sentaba a la mesa.