– ¿Aunque me haya comportado como un estúpido?
– No eres ningún estúpido -contestó Martha mientras le daba unos golpecitos en la espalda a Noah-. Echaba de menos a Viola y Noah también. Así que decidimos hacer un esfuerzo y soportarte para poder estar con ella.
Lewis la miró. No sabía si estaba bromeando hasta que Martha lo miró y estalló en carcajadas. Aquello lo tranquilizó.
No hablaron más hasta que pusieron a los dos bebés a dormir, pero era como si todo estuviera dicho.
Se sentaron en el porche. Martha respiró los aromas de la noche. Disfrutó de la brisa y del familiar sonido de las olas. A su lado estaba Lewis. Cerró los ojos y recordó la expresión de su cara cuando la vio llegar. Sólo había estado tres días fuera, pero sentía como si hubiera vuelto a casa tras un largo viaje.
– ¿Así que has regresado para estar con Viola? -preguntó Lewis.
– Sí, en parte -contestó Martha sin abrir los ojos.
– ¿Hay algún otro motivo?
Martha abrió los ojos y contempló la buganvilla.
– Este es el lugar donde más feliz he sido en toda mi vida. Nunca hubiera sido feliz con Rory. Es una gran persona pero… -giró la cabeza y mirándolo, añadió-: Él no es como tú.
Por fin lo había dicho. Tomó aire y se relajó.
Se hizo una larga pausa.
– ¿Has vuelto por mí? -pregunto Lewis en un tono de voz que la hizo estremecer.
– Sé que lo nuestro no durará eternamente. Sé que no quieres tener una familia. Pero pensé que podíamos aprovechar estos dos meses y pasar el tiempo que nos queda juntos -dijo Martha, y suspiró antes de continuar-. No pido nada más. Sólo dos meses, sin compromisos ni obligaciones.
– Nuestras obligaciones son hacia Viola y Noah.
– Sí, pero me refiero a nosotros.
– ¿Será eso suficiente para que seas feliz? ¿Dos meses y adiós?
– Quiero disfrutar de este tiempo contigo y pensar sólo en el presente.
– ¿Por qué? -preguntó Lewis suavemente.
– Sabes perfectamente por qué.
– Quiero que lo digas -dijo él, y la atrajo para que se sentara sobre su regazo-. Ven aquí y siéntate.
– Te quiero, te necesito -dijo Martha. Fue más fácil pronunciar aquellas palabras de lo que había imaginado.
Lewis sonrió y acarició su espalda, haciéndola estremecer.
– Dilo otra vez -susurró él.
– Te quiero con pasión. Te deseo como nunca antes había deseado a ningún hombre. No me siento completa si no estoy contigo. Te he echado tanto de menos…
– ¡Vaya cambio! -exclamó Lewis sonriendo-. Antes tenías otra idea del amor, mucho más práctica.
– Es cierto que he cambiado -dijo Martha mientras le daba suaves besos-. Me gusta verte sonreír, cómo me acaricias y me haces estremecer. Me gusta dormir junto a ti y sentir que mi corazón…
– Yo también te quiero -la interrumpió Lewis.
– ¿De verdad?
– No te sorprendas -dijo él mientras acariciaba su melena. Se puso serio antes de continuar-. Yo también te he extrañado. Cuando te fuiste… no sé cómo explicar lo que sentí. Fue como si mi mundo se hubiera quedado a oscuras. Cuando te vi esta tarde en la puerta, todo volvió a resplandecer -la miró profundamente a los ojos y añadió-: Te quiero, Martha.
Él se inclinó y la besó. Martha se entregó al placer de corresponderlo, y lo atrajo hacia sí, mientras se fundían en un largo y cálido abrazo. Se sentía amada e inmensamente feliz. Todo lo que deseaba era acariciarlo, besarlo y sentir su calor.
Se pusieron de pie y Lewis la llevó a su habitación. Cayeron juntos sobre la cama y se entregaron el uno al otro.
Pasó un largo rato hasta que volvieron a hablar. Estaban tumbados, con sus cuerpos entrelazados, disfrutando del momento que acababan de compartir.
– No será ésta una manera de convencerme para que te readmita en tu trabajo, ¿verdad? -dijo Lewis mientras ella acariciaba su pecho.
Martha rió y besó su hombro.
– ¿Y crees que funciona? -dijo ella divertida.
– No lo sé. Hay un pequeño problema. Creo que no voy a necesitar una niñera. He hablado con Savannah -explicó Lewis ante la atónita mirada de Martha-. Ha dejado la clínica y está dispuesta a rehacer su vida.
– ¡Eso es fantástico! -dijo Martha, tratando de mostrarse entusiasmada.
Suspiró. Era mentira. No se alegraba en absoluto de la noticia. Incluso se sentía celosa. Acababa de regresar y no quería volver a perder a Viola. Pero, ¿cómo podía decirle lo que realmente sentía? Al fin y al cabo, Savannah era la madre de Viola.
– ¿Cuándo vendrá Savannah a recogerla?
– No, no vendrá. En la clínica ha conocido a un hombre que trabaja en la televisión y que la ha convencido para que presente un programa. Quiere llevársela a Estados Unidos, así que me ha pedido que me ocupe de la niña durante otros seis meses.
– ¿Y qué le has dicho?
– Le he dicho que no puede dejar a Viola cada vez que le venga bien, que si deja a Viola conmigo es para siempre. Está claro que es su madre y que puede verla cuando quiera, pero la niña necesita saber que tiene un hogar, independientemente de lo que su madre haga. Y ese hogar estará junto a mí.
– ¿Qué le pareció a Savannah?
– Le pareció una buena idea -contestó Lewis mirándola de reojo. Sonrió-. Ella no es tan buena madre como tú.
– Pero a ti no te gustan los niños, ¿no?
– Ya ves, yo también he cambiado de opinión -aseguró Lewis. Se incorporó y se apoyó sobre un codo, sin dejar de mirarla-. Me he acostumbrado a vivir en familia y cuando tú y Noah os fuisteis, en seguida me di cuenta de que me iba a ser muy difícil volver a estar solo. Sin vosotros, está claro que esto no es un hogar -acarició la mejilla de Martha antes de continuar-. Ahora que has vuelto, todo vuelve a ser perfecto.
Martha sonrió y lo rodeó con sus brazos.
– Sigo sin comprender por qué no vas a necesitar una niñera, especialmente a partir de ahora que Viola va a vivir contigo.
– No, no necesito una niñera -dijo Lewis, sacudiendo la cabeza-. Te necesito a ti. Necesito estar contigo para hacer de cada sitio nuestro hogar. Creo que tendrás que quedarte conmigo más de dos meses.
– Por mí no hay inconveniente. ¿Cuánto tiempo crees que será necesario?
– Mucho, mucho tiempo.
– Creo que no habrá problema.
– ¿Estás segura? -dijo Lewis.
– Estoy más segura de lo que nunca he estado en mi vida -contestó Martha, y le dio un dulce y largo beso.
– Entonces, me gustaría que fuera para siempre.
– Espero que pagues un buen sueldo -bromeó Martha.
– No estaba pensando en un sueldo -dijo mirándolo a los ojos-. Estaba pensando en casarme contigo.
– ¿Y qué obtengo yo de todo esto? -preguntó ella divertida.
– Formarás una familia para Noah, conmigo y con Viola -Lewis se puso serio y continuó-: ¿Qué me dices?
– La verdad es que no podría pedir más.
– ¿Es eso un sí?
– Depende de cuál sea la pregunta -dijo ella mientras él la abrazaba.
– Y si la pregunta fuera: ¿quieres casarte conmigo?
– Entonces, mi repuesta sería: ¡sí!
Jessica Hart