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– Entiendo -dijo ella, y se puso en pie. Dejó a Viola en su carrito y se despidió-. En ese caso, no hay nada más que decir. Gracias por su tiempo.

Recogió los juguetes y tomó a Noah en brazos.

– Lo siento -dijo Lewis bruscamente, como si le costara trabajo pronunciar las palabras-. No creo que hubiera funcionado.

Martha tomó otra cucharada de puré y se la ofreció a Noah. Éste apretaba los labios y sacudía la cabeza, negándose a abrir la boca.

– ¿Por qué los hombres sois tan difíciles? -dijo empezando a impacientarse.

Noah ni se inmutó. Permanecía con la boca cerrada. En ocasiones, podía ser muy cabezota. Como Lewis Mansfield.

Martha suspiró. Se metió la cuchara en la boca y siguió leyendo los anuncios del periódico. Había decidido olvidarse de momento de San Buenaventura y buscar otro trabajo. El problema de muchos trabajos es que no pagaban lo suficiente para cubrir los gastos de guardería, así que estaba considerando seriamente un puesto de niñera o de empleada de hogar en el que pudiera tener a Noah con ella.

Continuó jugueteando con la cuchara mientras leía. De repente, el teléfono sonó. Sería Liz, que como todos los días llamaba para animarla.

– ¿Hola? -dijo ladeando la cabeza para sujetar el aparato con su hombro, sin molestarse en sacar la cuchara de su boca.

– ¿Martha Shaw?

Se le cayó el teléfono de la impresión. Era la voz de Lewis Mansfield. Recogió el teléfono antes de que llegara a tocar el suelo y se sacó la cuchara.

– Sí, soy yo -contestó Martha sorprendida.

– Soy Lewis Mansfield. Quería saber si seguía interesada en venir a San Buenaventura a cuidar de Viola.

Estaba enfadado. Era obvio que habría hecho cualquier cosa antes que llamarla, así que algo no había salido como él esperaba. Debía de estar desesperado, así que Martha decidió hacerle sufrir.

– Creí que ya tenía la candidata perfecta. ¿Cómo se llamaba?

– Eve -contestó Lewis molesto.

– Eso es, Eve. ¿No aceptó el trabajo?

– En un principio sí, pero una vez que hice todos los arreglos necesarios, me llamó y me dijo que no estaba interesada.

– ¡Qué falta de seriedad! -exclamó Martha con ironía, disfrutando de la situación.

– El asunto es que nos vamos este fin de semana y no tengo tiempo de seguir buscando niñera. Si puede estar lista para entonces, me ocuparé de los billetes de avión para usted y su hijo.

– Pero usted cree que no nos llevaremos bien -le recordó Martha.

– Nunca dije eso.

– Lo dio a entender.

– Los dos tendremos que esforzarnos -dijo Lewis, que comenzaba a estar impaciente-. De todas formas, tendré mucho trabajo y apenas nos veremos. Si viene a San Buenaventura no tendremos más remedio que llevarnos bien.

– Lástima que se haya quedado sin una persona tan seria y responsable, tan…, ¿cómo era la palabra? ¡Ah, sí! Eficiente.

– La ventaja de Eve es que no tenía compromisos -dijo Lewis, enojado-. Confío en que usted sepa ser seria, responsable y eficiente. Y fuerte. Va a tener que serlo.

– ¡Claro que lo seré!

– Francamente, estoy desesperado -admitió Lewis-. Usted me dijo que quería ir a San Buenaventura y ahora le estoy ofreciendo la oportunidad de hacerlo. Si acepta el trabajo, le enviaré rápidamente los billetes. Si no, dígamelo y buscaré otra solución.

Martha no estaba dispuesta a dejarlo escapar. -Lo acepto.

En el avión, Martha tomó un sorbo de champán y trató de olvidar que Lewis estaba sentado al otro lado de los asientos. Les habían puesto en la primera fila para que los bebés pudieran dormir en unas cunas especiales. Cada uno se sentó en un extremo, dejando libres los cuatro asientos intermedios. Apenas habían tenido ocasión de hablar en el aeropuerto debido al voluminoso equipaje que llevaban y a las gestiones que tuvieron que hacer para facturarlo. Además, los bebés habían estado todo el tiempo despiertos y habían tenido que entretenerlos hasta que embarcaron.

Ahora Viola y Noah dormían. El avión había alcanzado su altura de crucero y había un suave murmullo producido por el resto de los pasajeros, a la espera de que les sirvieran el almuerzo.

Martha se sentía incómoda por el silencio que había entre ellos. Cada uno estaba en un extremo, lo que hacía imposible mantener una conversación. Lo peor era que el vuelo sería largo. Decidió acercarse a él, lo que supuso una serie de equilibrios para sujetar su copa y, a la vez, plegar las bandejas. Por no hablar de toda la parafernalia de juguetes que tuvo que mover de un asiento a otro. Finalmente, se sentó dejando un asiento libre entre ella y Lewis.

– ¿Qué está haciendo?

– Intento ser sociable -dijo mientras se retiraba un mechón de pelo de la cara-. No podemos estar hablándonos a gritos todo el viaje hasta Nairobi.

– Creí que preferiría descansar.

Aquello sorprendió a Martha.

– Todavía no nos han servido el almuerzo. Además, no tengo sueño -sonrió-. Parece un buen momento para irnos conociendo. Después de todo, vamos a estar juntos seis meses y tenemos que irnos haciendo a la idea. Además, el vuelo desde Nairobi lo vamos a hacer en un avión más pequeño que éste y nos sentaremos muy cerca.

– Eso será lo más cerca que estemos el uno del otro -dijo Lewis secamente.

Martha suspiró.

– Mire, si lo prefiere me vuelvo a mi asiento. Siento haberme acercado -dijo a la vez que se desabrochaba el cinturón de seguridad.

– ¡Quédese donde está! -exclamó enojado. Suspiró y cambiando el tono de su voz, añadió-: Discúlpeme, pero estoy muy preocupado últimamente y pierdo la paciencia enseguida. Las cosas en la oficina no van bien, la mitad de los proyectos están dando problemas, las negociaciones del puerto de San Buenaventura están paralizadas. Por si fuera poco, también está Savannah. Tiene razón, será mejor que nos vayamos conociendo.

Martha sintió lástima por él. Había leído en las revistas la última escena que había montado su hermana. Incluso había acudido la policía. Al final, el mismo Lewis la había llevado a la clínica ante la presencia de los periodistas, que no habían dejado de golpear las ventanillas del coche y de hacer preguntas sobre detalles íntimos de la vida de su hermana. Parecía cansado.

– No se preocupe. Ha tenido muchos problemas de los que ocuparse.

Martha estaba desconcertada. Ya se había acostumbrado a su carácter tan seco y, de repente, era amable y considerado.

– ¿Cree que podemos empezar de nuevo? -preguntó Lewis, amablemente.

– Desde luego -contestó Martha y, alargando su mano, añadió con alegría-. Soy Martha Shaw.

– Encantado de conocerla -dijo Lewis sonriendo a la vez que tomaba su mano y la estrechaba entre la suya.

Martha deseó que no lo hubiera hecho. Sintió el roce de sus dedos fuertes y cálidos y se estremeció.

Rápidamente ella retiró su mano y tomó un largo sorbo de champán. No supo por qué había pedido aquella bebida. Había escrito numerosos artículos sobre la deshidratación que los vuelos largos producían y la necesidad de beber mucha agua para evitarla. Pero cuando vio que Lewis pedía una botella de agua decidió llevarle la contraria y pedir una copa de champán.

Había sido una tontería por su parte, especialmente ahora que Lewis parecía tan amable e incluso sonriente.

No sabía qué más decir. Miraba fijamente la pantalla que indicaba la ruta del avión, que en aquel momento volaba en dirección sur.

– ¿Qué le pasó a Eve? -preguntó Martha por fin.

– ¿Eve?

– La niñera perfecta -le recordó-. Aquella que era tan seria, responsable y eficiente. Aquella que no tenía compromisos.