Выбрать главу

Bosch quiso preguntarle cuánto habría sido bastante, pero no lo hizo.

– ¿Cómo recibía el dinero?

– Por correo, siempre en metálico. Sé que venía de Sherman Oaks, California, porque lo ponía en el matasellos. ¿Qué tiene que ver eso?

– Dígame el nombre de su hija, Dorothy.

– Era hija mía y de mi primer marido, que se apellidaba Gilroy.

– Jennifer Gilroy -dijo Rider, al recordar el verdadero nombre de Verónica Aliso.

La anciana miró a Rider sorprendida, pero no preguntó cómo lo sabía.

– La llamábamos Jenny -le comentó-. Bueno, cuando me quedé con Gretchen volví a casarme y le puse el apellido de mi segundo marido para que los niños de la escuela no se burlaran de ella. Todo el mundo pensaba que yo era su mamá, y a nosotras no nos importaba. Nadie tenía por qué saber la verdad.

Bosch asintió en silencio. Por fin todo encajaba. Verónica Aliso era la madre de Layla; Tony Aliso había pasado de la madre a la hija. No había nada más que decir o preguntar. Bosch le dio las gracias a la anciana y le hizo un gesto a Rider para que ella saliera primero. Ya en el umbral de la puerta, Harry se detuvo y volvió la vista hacia Dorothy Alexander. Esperó unos segundos a que Rider se hubiera alejado antes de hablar.

– Cuando hable con Layla, bueno, Gretchen, dígale que no vuelva a casa. Dígale que se aleje todo lo que pueda de aquí. -Bosch sacudió la cabeza para subrayar sus palabras-. Que no vuelva nunca más.

La mujer no dijo nada. Bosch esperó un par de segundos con la vista fija en el felpudo de bienvenida. Finalmente se despidió y puso rumbo al coche.

Bosch se sentó en el asiento de atrás y Rider en el de delante. En cuanto Edgar arrancó el coche, Rider se volvió hacia Bosch.

– Harry, ¿cómo se te ocurrió eso?

– Por las últimas palabras de Verónica. Ella me dijo: «Dejen a mi hija», y entonces lo adiviné. Incluso se parecían un poco físicamente, pero hasta ahora no había caído.

– Pero si no la conoces.

– La he visto en foto.

– ¿Qué? -preguntó Edgar-. ¿Qué decís?

– ¿Crees que Tony Aliso sabía quién era? -preguntó Rider, sin hacer caso a Edgar.

– No lo sé -contestó Bosch-. Si lo sabía, resulta más fácil entender lo que pasó. A lo mejor incluso se lo había pasado a Verónica por la cara. Quizá fue eso lo que la empujó a matar.

– ¿Y Layla, bueno, Gretchen?

Edgar miraba alternativamente a Bosch y a Rider, manteniendo un ojo en la carretera y cada vez más desconcertado.

– Algo me dice que no lo sabía. Creo que si lo hubiera sabido, se lo habría dicho a su abuela. Y la vieja no estaba enterada.

– Si Tony sólo estaba usándola para cabrear a Verónica, ¿por qué le dio todo el dinero?

– Podía estar usándola o también podía estar enamorado de ella. Quizá fue casualidad que todo ocurriera el día que lo mataron. Tal vez hizo la transferencia porque tenía al fisco pisándole los talones y creía que le congelarían la cuenta. Podrían haber sido muchas cosas, pero ahora nunca lo sabremos. Todo el mundo ha muerto.

– Excepto la chica.

Edgar frenó de golpe y aparcó al lado de la carretera. Por pura casualidad, se hallaban enfrente de Dolly's.

– ¿Alguien va a contarme qué coño pasa? -exigió-. Os hago un favor y me quedo en el coche para que no se apague el aire acondicionado y luego no me explicáis nada. ¿De qué coño estáis hablando?

Edgar miraba a Bosch por el espejo retrovisor.

– Conduce, Jed. Kiz te lo contará cuando lleguemos al Flamingo.

Cuando finalmente aparcaron frente al Hilton Flamingo, Bosch se apeó y entró en el enorme casino. Tras abrirse paso entre las máquinas tragaperras, llegó a la sala de póquer, donde había quedado en pasar a buscar a Eleanor cuando terminaran. Bosch la había dejado en el Flamingo esa mañana después de que ella les indicara el banco donde había visto a Tony Aliso y Gretchen Alexander.

Había cinco mesas en la sala de póquer. Bosch recorrió las caras de los jugadores, pero no vio a Eleanor. Cuando Harry se dio la vuelta, ella estaba allí. Justo como había aparecido la primera noche que él había salido a buscarla.

– Harry.

– Eleanor. Pensaba que estarías jugando.

– No podía jugar mientras tú estabas en peligro. ¿Todo bien?

– Todo bien. Nos vamos.

– Fenomenal. Estoy harta de Las Vegas.

Bosch dudó un momento antes de hablar. Casi perdió el valor, pero al final lo recobró.

– Quiero hacer una parada antes de irnos. La que habíamos comentado. Bueno, si es que te has decidido.

Eleanor lo miró un momento y una sonrisa iluminó su rostro.

IX

Bosch caminaba por el linóleo pulido del sexto piso del Parker Center, clavando los tacones a cada paso. Quería dejar marcas sobre aquel suelo tan cuidado. Al entrar en la División de Asuntos Internos, pidió por Chastain y la recepcionista le preguntó si tenía una cita. Bosch le contestó que no concertaba citas con gente como Chastain. La mujer lo miró unos segundos y él sostuvo la mirada hasta que ella cogió el teléfono y marcó un número interno. Después de murmurar unas palabras, la mujer se puso el auricular sobre el pecho y levantó la vista hacia Bosch.

– El señor Chastain quiere saber el motivo de su visita -le informó, mientras examinaba con la mirada la caja de zapatos y la carpeta que Bosch sostenía.

– Dígale que su caso se ha ido a pique.

La recepcionista volvió a susurrar y seguidamente pulsó el botón que abría la portezuela del mostrador. Bosch entró en la oficina de la brigada, donde había varios investigadores en sus mesas. Chastain estaba en una de ellas.

– ¿Qué haces aquí, Bosch? -preguntó, mientras se levantaba-. Estás suspendido por dejar escapar a un detenido.

Chastain lo dijo en voz alta para que los demás supieran que Bosch era un hombre culpable.

– El jefe me ha rebajado la suspensión a una semana -replicó Bosch-. A eso yo lo llamo unas vacaciones.

– Bueno, esto sólo es el primer asalto. Todavía no he acabado contigo.

– Por eso he venido.

Chastain le indicó la sala de interrogación donde Bosch había estado con Zane la semana anterior.

– Hablemos ahí dentro.

– No -respondió Bosch-. No voy a hablar, Chastain. Sólo he venido a enseñarte una cosa.

Bosch depositó la carpeta sobre la mesa y Chastain se quedó mirándola.

– ¿Qué es esto?

– El final del caso. Ábrela.

Chastain se sentó y la abrió con un gran suspiro, como si fuera a realizar una tarea desagradable o inútil. La primera hoja era una fotocopia del manual de normas y conducta de los agentes del departamento. Para los detectives de Asuntos Internos, aquel libro era como el código penal para el resto de agentes e investigadores del departamento.

La parte que Harry había fotocopiado se refería a la prohibición a los agentes de relacionarse con delincuentes conocidos, criminales convictos y miembros del crimen organizado. Dicha asociación se castigaba con expulsión del departamento.

– No hacía falta que me trajeras esto, Bosch. Ya tengo el libro -se burló Chastain.

El detective de Asuntos Internos estaba intentando bromear porque no sabía muy bien lo que Bosch se traía entre manos y, aunque disimularan, tenía a sus compañeros observándolo.

– ¿Ah, sí? Pues más te vale sacarlo y leer la letra pequeña, colega.

Chastain bajó la vista y leyó la última parte de la norma.

– «Se admitirá una excepción a este código si el agente puede demostrar, a satisfacción de sus superiores, una relación familiar de sangre o matrimonial. Si eso queda establecido, el agente debe…»

– Ya vale -le interrumpió Bosch.

Bosch levantó la hoja para dejar a la vista de Chastain los otros papeles que había en la carpeta.

– Lo que tienes ahí, Chastain, es un certificado matrimonial expedido en Clark County, Nevada, que demuestra mi matrimonio con Eleanor Wish. Si eso no te sirve, aquí están las declaraciones firmadas por mis dos compañeros. Ellos fueron los testigos de la boda: el padrino y la dama de honor.