Выбрать главу

– Todavía nos queda mucho que investigar -le respondió Bosch-. Es como lo del escultor al que le preguntaron cómo podía convertir un bloque de granito en la estatua de una mujer. Él contestó que sólo había que eliminar todo lo que no fuera la mujer; y eso es precisamente lo que tenemos que hacer ahora. Hemos encontrado un enorme bloque de datos y pruebas y tenemos que eliminar todo lo que no cuenta, lo que no encaja.

Billets sonrió y de pronto Bosch se sintió avergonzado por la comparación, aunque le seguía pareciendo acertada.

– ¿Y Las Vegas? -preguntó la teniente-. ¿Creéis que forma parte de la estatua o que hay que eliminarlo?

Rider y Edgar sonrieron.

– Yo creo que tenemos que ir -respondió Bosch, esperando no sonar demasiado ofendido-. Ahora mismo sólo sabemos que la víctima fue allá y murió poco después de regresar. No sabemos qué hizo, ni si ganó o perdió, ni si alguien lo siguió desde allá. Podría haber ganado una fortuna en las máquinas tragaperras y que alguien lo hubiera seguido para robarle. Todavía hay muchas preguntas sin respuesta sobre Las Vegas.

– Además, está la mujer -añadió Rider.

– ¿Qué mujer? -inquirió Billets.

– Ah, sí -dijo Bosch-. La última llamada hecha desde el despacho de Tony Aliso fue a un club en North Las Vegas. Cuando llamé, me dieron el nombre de una mujer que Aliso estaba viendo allá: Layla. También había…

– ¿Layla? ¿Como la canción?

– Supongo. En el buzón de voz de Aliso había un mensaje de una mujer que podría ser Layla. Tenemos que hablar con ella.

Billets asintió y esperó un instante para asegurarse de que Bosch había terminado antes de esbozar el plan de batalla.

– Veamos: Primero, quiero que me paséis todas las llamadas de la prensa. La mejor forma de controlar la información es que salga siempre de una sola boca. De momento les diremos que la investigación está abierta, pero que nos decantamos por la idea de un robo. Es algo inocuo que seguramente los mantendrá contentos. ¿Todo el mundo de acuerdo?

Los tres detectives asintieron.

– Vale. En segundo lugar, voy a pedirle a la capitana que nos deje continuar con el caso. Me parece que tenemos tres o cuatro indicios que debemos investigar inmediatamente. Granito para eliminar, como diría Harry -comentó Billets-. De todos modos, me ayudaría mucho que ya estuviéramos en plena faena. Harry, quiero que cojas un avión para Las Vegas lo antes posible y sigas todas las pistas que llevan hasta allí. Pero si no encuentras nada, te vuelves inmediatamente. Te necesitamos por aquí, ¿de acuerdo?

Bosch asintió. Aunque él habría hecho lo mismo, le molestó que ella tomara la decisión.

– Kiz, tú sigue con el asunto financiero. Mañana por la mañana quiero saber todo sobre Anthony Aliso. También tendrás que subir a su casa con la orden de registro, así que mientras estés allí, puedes aprovechar para hacerle unas preguntas más a la viuda. Si puedes, siéntate con ella; intenta que se sincere contigo.

– No sé -comentó Rider-. Dudo que sea de las que se sinceran. Es una mujer lista, al menos lo bastante para saber que la estamos vigilando. Creo que la próxima vez que hablemos con ella nos conviene leerle sus derechos. Ayer estuvo a punto de irse de la lengua.

– Haz lo que tú creas mejor -concedió Billets-. Pero si la adviertes, seguramente llamará a su abogado.

– Haré lo que pueda.

– Y Jerry, tú…

– Ya lo sé, ya lo sé. A mí me toca el papeleo.

Era la primera vez que abría la boca en quince minutos. Bosch pensó que se estaba pasando con la rabieta.

– Sí, te toca el papeleo, pero también quiero que investigues los casos civiles y al guionista que estaba peleado con Aliso. Me parece improbable, pero tenemos que contemplar también esa posibilidad. Si aclaramos este tema, podremos concentrarnos en lo importante.

Edgar asintió e hizo un saludo militar.

– Otra cosa -agregó ella-. Mientras Harry investiga el rastro de Las Vegas, quiero que compruebes lo del aeropuerto. Tenemos el ticket del aparcamiento, así que puedes empezar por allí. Cuando hable con los medios les daré una descripción detallada del coche (no creo que haya muchos Clouds blancos en la ciudad) y les diré que buscamos a gente que lo viera el viernes por la noche. Les contaré que estamos intentando reconstruir los pasos de la víctima desde el aeropuerto. ¿Quién sabe? A lo mejor tenemos suerte y nos cae alguna pista del cielo.

– Quién sabe -repitió Edgar.

– De acuerdo. Entonces, adelante -dijo Billets.

Los tres detectives se levantaron, pero Billets se quedó sentada. Bosch se entretuvo sacando la cinta del vídeo con la intención de quedarse a solas con la teniente.

– He oído que hasta ahora nunca había trabajado en Homicidios -comentó Bosch.

– Es cierto. Mi único trabajo como detective fue investigando delitos sexuales en la comisaría del valle de San Fernando.

– Bueno, por si le sirve de algo, yo habría asignado las cosas igual que usted.

– Pero te ha molestado que lo hiciera yo, ¿no?

Bosch reflexionó un segundo.

– Lo superaré.

– Gracias.

– De nada. Ah, lo de la huella de Powers… Seguramente se lo habría dicho, pero no me parecía que esta reunión fuera el mejor momento. Yo ya le eché la bronca por forzar el coche y él me contestó que si nos hubiera esperado, el coche seguiría allí. Aunque es un gilipollas, tiene parte de razón.

– Ya.

– ¿Le molesta que no se lo haya dicho?

Billets reflexionó un segundo.

– Lo superaré.

II

Bosch se quedó dormido unos minutos después de sentarse en el avión de la compañía Southwest que cubría el puente aéreo de Burbank a Las Vegas. Durmió profundamente, sin soñar, hasta que lo despertó la sacudida del aterrizaje. Mientras el aparato se deslizaba lentamente por la pista, Bosch salió poco a poco de su letargo y se sintió revitalizado por aquella hora de descanso.

Fuera de la terminal, el sol estaba en su punto más alto y la temperatura rondaba los cuarenta grados centígrados. De camino al aparcamiento, donde le esperaba un coche de alquiler, Bosch notó que el calor le privaba de sus recién recuperadas energías. Lo primero que hizo en cuanto encontró el automóvil fue poner el aire acondicionado al máximo. Acto seguido se dirigió hacia el Mirage.

A Bosch nunca le había gustado aquella ciudad, aunque su trabajo lo obligaba a ir con frecuencia. Las Vegas tenía un rasgo en común con Los Ángeles; ambos lugares eran el refugio de gente desesperada. Las Vegas era incluso peor, porque allí acababan los que huían de Los Ángeles. Bajo una fina capa de brillo, dinero, energía y sexo, latía un corazón oscuro. Bosch sabía que, por mucho que intentaran vestirla de luces de colores y diversión para toda la familia, Las Vegas seguía siendo una puta.