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– Basta de hacerte el listo -le espetó el rubio-. ¿Qué hacías hablando de Tony con las chicas?

Antes de que Bosch pudiera contestar, las manos que le estaban registrando encontraron la pistola.

– Lleva una pipa -anunció el del esmoquin.

Bosch notó que le arrebataban el arma. Al mismo tiempo su boca se llenó de sangre y la rabia comenzó a oprimirle la garganta. A continuación las manos encontraron su cartera y las esposas. El matón las arrojó a la mesa, mientras mantenía a Bosch inmovilizado con una mano. Harry logró girar un poco la cabeza y ver al rubio abriendo la cartera.

– Es un poli. Suéltalo.

Cuando la mano se retiró de su cuello, Bosch se separó del tipo del esmoquin con brusquedad.

– Un poli de Los Ángeles -prosiguió el rubio-. Hieronymous Bosch. Como el pintor que hizo esas cosas tan raras, ¿no? Bosch se limitó a mirarlo mientras el rubio le devolvía la pistola y las esposas.

– ¿Por qué le has pedido que me pegara?

– Ha sido un error. Verás, la mayoría de polis que vienen aquí se anuncian, nos dicen qué buscan y nosotros los ayudamos si podemos. Pero tú te has colado a hurtadillas y nosotros tenemos un negocio que proteger. Te sangra el labio.

El hombre abrió un cajón y sacó una caja de pañuelos de papel que ofreció a Bosch.

Bosch se quedó con toda la caja.

– Así que es verdad lo que dijo la chica. Tony ha muerto.

– Ya te lo he dicho. ¿Lo conocías mucho?

– Vaya, ésta sí que es buena. Tú asumes que lo conocía y ya lo incluyes en la pregunta. Muy astuto.

– Pues contesta.

– Aliso venía a menudo por aquí. Siempre intentaba ligarse a las chicas; les prometía una carrera en el cine, bueno, lo típico, pero las muy tontas seguían cayendo de cuatro patas. En los últimos dos años Tony me costó tres de mis mejores bailarinas. Ahora están en Los Ángeles; el tío las dejó colgadas en cuanto se cansó de ellas. Nunca aprenderán.

– ¿Por qué le dejabas entrar si se llevaba a tus chicas?

– Porque se gastaba mucha pasta aquí dentro. Además, en Las Vegas nunca hay escasez de chocho.

Bosch cambió el rumbo de la conversación.

– ¿Y el viernes? ¿Estuvo aquí?

– No, no me… Ah, sí, sí que vino. Lo vi. por la pantalla.

Con la mano derecha señaló un panel de monitores de vídeo que mostraban el club y la puerta desde todos los ángulos. Era un montaje tan impresionante como el que Hank Meyer le había enseñado en el Mirage.

– ¿Tú recuerdas haberlo visto, Dandi? -le preguntó el rubio al del esmoquin.

– Sí, estuvo aquí.

– Ya lo oyes. Estuvo aquí.

– ¿No hubo problemas? ¿Vino y se fue?

– Eso es.

– Entonces, ¿por qué despediste a Layla?

El rubio hizo una mueca.

– Ah, ya veo -dijo-. Eres uno de esos tíos que enredan a la gente con palabras.

– Puede ser.

– Pues no te molestes. Layla era el último rollo de Tony, es verdad, pero ya se ha ido.

– ¿Qué le pasó?

– Ya lo sabes; la despedí. El sábado por la noche.

– ¿Por qué?

– Por romper las normas de la casa. Pero da igual, porque eso no te importa.

– ¿Cómo me has dicho que te llamas?

– No te lo he dicho.

– Pues si quieres te llamo gilipollas. ¿Qué te parece?

– La gente me llama Lucky. ¿Podemos acabar con esto, por favor?

– Pues claro. Sólo dime qué le pasó a Layla.

– Vale, vale. Aunque pensaba que habías venido a hablar de Tony. Al menos, eso es lo que dijo Randy.

– Rhonda.

– Rhonda, eso es.

Bosch estaba perdiendo la paciencia, pero hizo un esfuerzo y esperó a que contestara.

– Layla… Bueno, el sábado por la noche se peleó con otra chica. La cosa se puso fea y tuve que elegir. Modesty es una de mis mejores bailarinas, de las más productivas, y me dio un ultimátum: o se va Layla o me voy yo. Joder, la tía vende de diez a doce botellines de champán cada noche. No había color. Quiero decir, que Layla es buena y muy guapa, pero no es Modesty. Modesty es la mejor.

Bosch sólo asintió. De momento la historia coincidía con el mensaje que Layla había dejado en el contestador de Aliso. Al pedirle su versión del asunto al rubio, Bosch lo estaba poniendo a prueba.

– ¿Por qué se pelearon Layla y la otra chica? -inquirió.

– Ni lo sé ni me importa. Supongo que fue la típica bulla entre tías. No se cayeron bien desde el principio. Verás, cada club tiene su mejor chica, y la nuestra es Modesty. Layla quería desbancarla, pero Modesty no se dejaba. De todos modos, Layla fue un problema desde que llegó. A ninguna de las chavalas les gustaba su actitud; les copiaba las canciones, se ponía polvos aunque yo se lo tenía prohibido y no dejaba de dar la vara. Me alegro de que se haya ido. Yo tengo que llevar un negocio; no puedo perder el tiempo cuidando a coñitos malcriados.

– ¿Polvos?

– Sí, esa purpurina que se ponen para que les brille el chocho. El único problema es que se pega a los idiotas de ahí fuera. Si una tía baila encima de ti el que acaba con la bragueta brillante eres tú. Cuando llegas a casa, tu mujer lo descubre y te cae una bronca que no veas. Yo pierdo clientes y eso no puede ser. Si no hubiese sido por Modesty, habría sido por otra cosa. A Layla la eché en cuanto se me puso a tiro.

Bosch pensó en la historia durante unos instantes.

– De acuerdo -le dijo finalmente-. Dame su dirección y me voy.

– No puedo.

– No me vengas con gilipolleces. Pensaba que estábamos de acuerdo; déjame ver las nóminas. Tiene que haber alguna dirección.

Lucky sonrió y negó con la cabeza.

– ¿Nóminas? ¿Te crees que les pagamos un duro? Son ellas las que tendrían que pagarnos a nosotros. Actuar aquí es un chollo para ellas.

– Tenéis que tener un número de teléfono o una dirección. ¿O quieres que arreste a Dandi por agredir a un oficial de la policía?

– No tenemos ni su dirección ni su teléfono, Bosch. ¿Qué quieres que te diga? -El hombre le mostró sus manos vacías-. No tengo las señas de ninguna de las chicas. Yo preparo un programa y ellas vienen y bailan. Si un día no se presentan, se acabó. Ya lo ves; simple y eficaz. Así es como trabajamos -explicó el rubio-. En cuanto a lo de Dandi, haz lo que te dé la gana. Pero recuerda que tú eres el tipo que entró aquí solo, sin decir quién era ni lo que quería, que se bebió cuatro cervezas en menos de una hora e insultó a una de nuestras bailarinas antes de que le pidiéramos que se marchase. Será muy fácil conseguir declaraciones juradas que confirmen nuestra versión.