El hombre volvió a mostrarle las palmas de las manos, en un gesto que significaba que era a Bosch al que le tocaba mover ficha. A él no le cabía ninguna duda de que Yvonne y Rhonda contarían lo que les ordenaran, así que decidió retirarse con una sonrisa irónica.
– Buenas noches -dijo, dirigiéndose hacia la puerta.
– Buenas noches -respondió el hombre a su espalda-. Y vuelve un día a ver el espectáculo.
La puerta se abrió mediante un dispositivo electrónico que debía de controlarse desde la mesa. Dandi le cedió el paso a Bosch y lo siguió hasta la calle. En el porche Harry le dio el ticket de aparcamiento a un mexicano más arrugado que una pasa. Mientras éste iba a buscar el coche, Dandi y Bosch esperaron en la acera.
– No me guarda rencor, ¿no? -preguntó Dandi cuando finalmente divisaron el automóvil-. Yo no sabía que era policía.
– No, sólo pensabas que era un cliente.
– Ya, bueno, yo sólo obedecí al jefe.
Dandi le tendió la mano para hacer las paces. Bosch vio de reojo que su coche se acercaba y, con un movimiento rápido, tiró de la muñeca del matón y le dio un rodillazo en la entrepierna. Dandi gimió y se dobló sobre sí mismo. Entonces Bosch le soltó la mano y, con gran destreza, le levantó la chaqueta por detrás para taparle la cara e inmovilizarle los brazos y lo golpeó en plena cara con la rodilla. Dandi cayó de espaldas sobre el capó de un Corvette negro estacionado junto a la puerta. En ese mismo instante, el aparcacoches mexicano saltó del automóvil de Bosch y se lanzó a defender a su jefe.
– No lo haga -le advirtió Bosch, alzando un dedo para detenerlo. El mexicano, viejo y flaco, no tenía ninguna oportunidad y Harry no tenía ningún interés en enfrentarse con gente inocente.
El hombre consideró su situación mientras Dandi se lamentaba con el rostro oculto bajo la chaqueta del esmoquin. Finalmente levantó los brazos en señal de rendición y dio un paso atrás para que Bosch pudiera abrir la puerta de su coche.
– Veo que al menos hay alguien que toma decisiones inteligentes -comentó Bosch al entrar en su vehículo.
A través del parabrisas Bosch vio el cuerpo de Dandi que se deslizaba por el capó del Corvette y se precipitaba sobre la acera, mientras el aparcacoches corría en su auxilio.
Ya en Madison Avenue, Bosch miró por el retrovisor. El empleado estaba quitándole la chaqueta a su jefe y, en ese momento, Bosch distinguió una mancha de sangre en su camisa blanca.
Harry estaba demasiado nervioso para volver al hotel a dormir. Además, su cabeza era un remolino de emociones. Ver a la bailarina desnuda le había afectado; ni siquiera la conocía, pero tenía la sensación de haber invadido un mundo muy íntimo que no le pertenecía. También estaba furioso consigo mismo por haber agredido al matón, Dandi. Pero sobre todo, le preocupaba lo mal que había llevado todo el asunto. Había ido al club de strip-tease para localizar a Layla, pero no había sacado nada en claro. Como mucho, había hallado una posible explicación a las motas brillantes que aparecieron en las vueltas de los pantalones de Tony Aliso y en el desagüe de su ducha. Pero no era suficiente. Por la mañana tenía que regresar a Los Ángeles y aún no había descubierto nada.
Al detenerse en el semáforo al principio del Strip, Bosch encendió un cigarrillo. Luego sacó su libreta y la abrió por la página donde había escrito la dirección que Felton le había dado esa noche.
Al llegar a Sands Boulevard giró a la izquierda y, un kilómetro y medio más allá, encontró los bloques de pisos donde vivía Eleanor Wish. El lugar era un gran complejo de edificios numerados, por lo que tardó un poco en localizar su bloque y sus ventanas. Una vez que supo cuál era, Harry permaneció un buen rato sentado en el coche, fumando y contemplando las luces encendidas, sin saber muy bien qué hacer.
Cinco años antes Eleanor Wish le había proporcionado los momentos más felices y más tristes de su vida. Eleanor lo había traicionado y puesto en peligro, pero también le había salvado la vida. Primero le hizo el amor y después se estropeó todo. Sin embargo, Bosch había seguido pensando en ella, dándole vueltas a la clásica pregunta del qué habría podido ser. A pesar del tiempo transcurrido, Harry seguía colado por Eleanor. Y aunque ella se había mostrado fría con él esa noche, Bosch estaba seguro de que el sentimiento era mutuo. Ella era su alma gemela; Harry siempre lo había sabido.
Por fin Bosch salió del coche, arrojó la colilla al suelo y se acercó a la puerta. Ella acudió a abrirla casi inmediatamente, como si lo hubiera estado esperando. A él o a otra persona.
– ¿Cómo me has encontrado? ¿Me has seguido?
– No. Hice una llamada, eso es todo.
– ¿Qué te has hecho en el labio?
– Nada. ¿Puedo pasar?
Ella retrocedió para dejarlo entrar. El piso era pequeño, con pocos muebles. Daba la impresión de que Eleanor había ido añadiendo cosas con el tiempo, a medida que podía permitírselas. El primer objeto en que reparó Bosch fue una reproducción de Aves nocturnas, de Edward Hopper. Él también había tenido el mismo cuadro en la pared de su propia casa; se lo había dado Eleanor cinco años antes, como regalo de despedida.
Bosch volvió la vista hacia ella. Cuando sus miradas se encontraron, supo al instante que todo lo que Eleanor había dicho antes era pura fachada. Lentamente se acercó a ella y la tocó; le puso la mano en el cuello y le acarició la mejilla con el pulgar. Harry contempló detenidamente aquel rostro sereno y decidido.
– He tenido que esperar mucho tiempo -susurró Eleanor.
Bosch recordó que él había dicho lo mismo la primera noche que hicieron el amor. Harry tenía la sensación de que habían pasado siglos desde entonces y se preguntaba si era posible retomar algo cuando había pasado tanto tiempo y tantas cosas.
Harry la atrajo hacia él. Los dos se abrazaron y besaron largamente hasta que ella, sin decir una palabra, lo condujo hasta el dormitorio, donde se desabrochó la blusa y se quitó los tejanos.
Después volvió a abrazarlo y los dos continuaron besándose mientras ella le desabotonaba la camisa a él y se arrimaba a su piel. El pelo de Eleanor olía al humo del casino, pero también desprendía un ligero perfume que le recordó la noche que pasaron juntos cinco años antes. Bosch evocó los árboles de jacarandá y el manto de flores violetas que cubría la acera junto a la casa de ella.
Hicieron el amor con una intensidad de la que Bosch no se recordaba capaz. Fue un acto jadeante y frenético, algo físico totalmente carente de amor, impulsado tan sólo -al menos aparentemente- por la lujuria y la nostalgia. Cuando él terminó, ella tiró de él y lo mantuvo dentro de ella hasta que, con sacudidas rítmicas, también llegó a su clímax y finalmente se calmó. Luego, con la lucidez que siempre viene después, los dos se sintieron avergonzados de su desnudez, de cómo habían copulado con la ferocidad de animales, y se miraron por primera vez como seres humanos.
– Me olvidé de preguntártelo -dijo ella-. No estarás casado, ¿verdad? -Eleanor soltó una risita.
Bosch alargó la mano hasta el suelo donde yacía su chaqueta y cogió el tabaco.
– No -contestó-. Estoy solo.
– Tendría que habérmelo imaginado. Harry Bosch, el solitario.