Выбрать главу

Bosch vio que ella le sonreía en la oscuridad, gracias a la luz de la cerilla. Después de encender el cigarrillo, se lo ofreció a Eleanor, pero ella lo rechazó.

– ¿Cuántas mujeres ha habido después de mí?

– No lo sé, pocas. Sólo una en serio; estuvimos juntos casi un año.

– ¿Y qué pasó?

– Que se fue a Italia.

– ¿Para siempre?

– ¿Quién sabe?

– Bueno, si tú no lo sabes, es que no va a volver. Al menos contigo.

– Ya. Hace tiempo que se marchó.

Él se quedó un rato en silencio y después ella le preguntó quién más había habido.

– Una pintora que conocí en Florida durante un caso. No duró mucho. Después, otra vez tú.

– ¿Qué le pasó a la pintora?

Bosch negó con la cabeza para intentar evadir la pregunta. No le hacía mucha gracia repasar su desastrosa vida sentimental.

– La distancia, supongo -contestó-. No funcionó. Yo no podía dejar mi trabajo en Los Ángeles y ella no podía marcharse de donde estaba.

Eleanor se acercó a él y lo besó en la barbilla. Bosch recordó que necesitaba afeitarse.

– ¿Y tú, Eleanor? ¿Estás sola?

– Sí… El último hombre que me hizo el amor fue un policía. Era dulce pero muy fuerte, y no me refiero al físico, sino en la vida. Aunque de eso hace mucho tiempo; en esos momentos los dos necesitábamos curar nuestras heridas. Así que nos entregamos el uno al otro…

Se miraron en la oscuridad durante un largo instante hasta que ella se le acercó. Justo antes de unir sus labios, Eleanor susurró:

– Ha pasado mucho tiempo.

Bosch pensó en esas palabras mientras Eleanor lo besaba y lo empujaba contra la almohada. A continuación ella se montó encima de Bosch e inició un suave balanceo de caderas, dejando caer su cabello sobre la cara de él hasta sumirlo en la más completa oscuridad. Harry recorrió su piel cálida con las manos, desde las caderas hasta los hombros, y terminó acariciándole los pechos. Notó que ella estaba húmeda, pero todavía era demasiado pronto para él.

– ¿Qué te pasa, Harry? -susurró-. ¿Quieres descansar un rato?

– No lo sé.

Bosch no podía dejar de pensar en aquellas palabras: «Ha pasado mucho tiempo». Quizá demasiado. Mientras tanto, ella seguía balanceándose encima de él.

– No sé lo que quiero -repitió Bosch-. ¿Y tú?

– Yo sólo quiero el ahora porque es lo único que nos queda. Hemos jodido todo lo demás.

Al cabo de un rato él estuvo listo y volvieron a hacer el amor. Esa vez Eleanor fue muy silenciosa y sus movimientos suaves y regulares. Al estar encima de él, Harry le veía la cara y oía su respiración entrecortada. Casi al final, cuando él estaba aguantando para esperarla, Bosch notó una gota de agua en la mejilla.

– Tranquila, Eleanor, tranquila -le susurró Bosch, mientras le secaba las lágrimas.

Ella pasó su mano por la cara de Harry, como si fuera una mujer ciega. Poco después los dos se encontraron en ese lugar donde nadie más puede entrar: ni palabras, ni recuerdos, sólo ellos dos. Juntos. Harry y Eleanor tuvieron su ahora.

Esa noche Bosch se despertó varias veces, mientras ella dormía profundamente con la cabeza apoyada sobre su hombro. Él apenas durmió, se pasó casi todo el tiempo con la mirada perdida en la oscuridad, envuelto en un aroma a sudor y sexo, y preguntándose qué ocurriría a partir de ese momento.

A las seis, Harry se separó del abrazo inconsciente de ella y se vistió. Cuando estuvo listo, la despertó con un beso y le dijo que debía irse.

– Hoy tengo que volver a Los Ángeles, pero vendré a verte en cuanto pueda.

Ella asintió, adormilada.

– Vale. Aquí estaré.

Por primera vez desde que había llegado a Las Vegas, fuera hacía fresco. Bosch encendió su primer cigarrillo del día de camino al coche. Conduciendo por Sands en dirección al Strip, contempló las montañas del oeste de la ciudad bañadas por la luz dorada del amanecer.

El Strip todavía estaba iluminado por un millón de rótulos fluorescentes, aunque a esa hora había disminuido la cantidad de gente en la acera. De todos modos, Bosch se quedó fascinado con el espectáculo de luces de todos los colores y formas imaginables. Era una explosión de megavatios concebida para incitar la codicia veinticuatro horas al día. Bosch no pudo evitar experimentar la misma atracción que sentía todo el mundo. Las Vegas era como una de las putas que recorren Sunset Boulevard; incluso los hombres felizmente casados les echaban un vistazo, aunque sólo fuera un segundo, para hacerse una idea de lo que había en oferta, para darse algo en que pensar.

Las Vegas poseía un atractivo visceraclass="underline" la cruda promesa de dinero y sexo. No obstante, la primera era una promesa rota, un espejismo, mientras que el sexo estaba minado de peligros, gastos y riesgos físicos y mentales. Ahí era donde verdaderamente la gente se la jugaba.

Cuando Harry llegó a su habitación, el indicador de mensajes parpadeaba. Al llamar a recepción le informaron de que un tal capitán Felton lo había llamado a la una, luego otra vez a las dos y después una tal Layla a las cuatro. Nadie había dejado recados ni números de teléfono. Bosch colgó y frunció el ceño; era demasiado temprano para llamar a Felton. Sin embargo, lo que más le interesaba era la llamada de Layla. Si realmente era ella, ¿cómo había logrado localizarlo?

Bosch dedujo que habría sido a través de Rhonda. La noche anterior, cuando había llamado desde el despacho de Tony Aliso en Hollywood, le había preguntado a Rhonda cómo se iba al club desde el Mirage. Ella podría habérselo dicho a Layla. Bosch se preguntó por qué había llamado. Tal vez no sabía nada de Tony hasta que Rhonda se lo dijo.

De todos modos, Bosch decidió dejar a Layla de momento. Con los descubrimientos que había hecho Kizmin Rider sobre las finanzas de Aliso, el enfoque del caso parecía estar cambiando. Encontrar a Layla era importante, pero su prioridad en esos momentos era regresar a Los Ángeles. Bosch llamó a Southwest y reservó un vuelo para las diez y media de la mañana. De ese modo tendría tiempo de hablar con Felton, pasarse por la agencia de alquiler de coches que Rider le había comentado y llegar a Los Ángeles antes de la hora de almorzar.

Bosch se quitó la ropa y se dio una buena ducha caliente para desprenderse del sudor de la noche anterior. Luego se enrolló una toalla a la cintura y utilizó la otra para limpiar el vaho del espejo y poder afeitarse. Bosch notó que el labio inferior se le había hinchado como un globo, y el bigote apenas lo tapaba. Tenía los ojos rojos e inyectados en sangre. Al sacar el frasco de colirio de su neceser, se preguntó si Eleanor lo habría encontrado atractivo.

Cuando regresó al dormitorio para vestirse, vio a un desconocido sentado en una silla junto a la ventana. El hombre sostenía un periódico, que depositó sobre la mesa en cuanto Bosch entró con una toalla como única vestimenta.

– Bosch, ¿no?

Bosch miró hacia la cómoda y vio que su pistola seguía allí. Aunque el arma estaba más cerca del hombre que de él, pensó que, con un poco de suerte, tal vez podría alcanzarla más rápidamente.

– Tranquilo -dijo el hombre-. Estamos en el mismo bando; soy policía, en la Metro. Me envía Felton.