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El vuelo a Las Vegas salía a las tres y media y llegaba a su destino una hora más tarde. Bosch pensaba que aquello les daría tiempo de hacer lo que tenían que hacer.

Cuando Nash salió de su garita para recibir a Bosch, éste le presentó a Edgar.

– Menudo misterio, ¿no? -comentó el guarda con una sonrisa en los labios.

– -contestó Bosch-. ¿Alguna teoría?

– Ninguna. Ya le di a su chica la lista de entradas y salidas. ¿Se lo dijo?

– No es mi chica, Nash. Es una detective y de las buenas.

– Ya lo sé. No quería ofender.

– ¿Está la señora Aliso?

– Vamos a ver. -Nash retornó a la garita, revisó unas hojas de su mesa y volvió a salir-. Debería estar en casa. No ha salido en dos días.

Bosch asintió, agradecido.

– Tengo que avisarla -les advirtió Nash-. Son las reglas.

– Adelante.

Nash alzó la verja y Bosch entró en la urbanización. Cuando llegaron a la casa, Verónica Aliso los esperaba con la puerta abierta. Llevaba unas mallas grises bajo una camiseta ancha con una reproducción de Matisse y, de nuevo, un montón de maquillaje. Después de que Bosch le presentara a Edgar, los condujo hasta la sala de estar y les ofreció algo de beber, que ellos rechazaron.

– Bueno, ¿qué puedo hacer por ustedes?

Bosch abrió su libreta, arrancó una página escrita y se la pasó.

– Ahí tiene el teléfono de la oficina del forense y el número de referencia del caso -le informó Bosch-. Ayer hicieron la autopsia, así que ya pueden entregarle el cadáver. Si piensa utilizar los servicios de una empresa de pompas fúnebres, déles la referencia y ellos se encargarán de todo.

La señora Aliso se quedó unos instantes mirando el papel.

– Gracias -dijo por fin-. ¿Han venido hasta aquí para darme esto?

– No. También tenemos noticias. Hemos detenido a un hombre por el asesinato de su marido.

Ella los miró sorprendida.

– ¿Quién? ¿Ha dicho por qué lo hizo?

– Se llama Luke Goshen y es de Las Vegas. ¿Lo conoce?

Verónica Aliso parecía confundida.

– No. ¿Quién es?

– Un mafioso, señora Aliso. Me temo que su marido lo conocía bastante. Ahora mismo vamos a Las Vegas a buscarlo y, si todo va bien, mañana nos lo traeremos a Los Ángeles. Entonces el caso pasará a los tribunales. Habrá una vista preliminar en el juzgado municipal y, si tal como esperamos se presentan cargos, el juicio se celebrará en el Tribunal Superior de Los Ángeles. Es probable que usted tenga que testificar a favor de la acusación.

Ella asintió, con la vista perdida.

– ¿Por qué lo hizo?

– Aún no estamos seguros; seguimos investigando. Lo que sí sabemos es que su marido tenía negocios con el jefe de este hombre, un tal Joseph Marconi. ¿Recuerda que su marido mencionara alguna vez los nombres Goshen o Joseph Marconi?

– No.

– ¿Y Lucky o Joey El Marcas? Ella negó con la cabeza.

– ¿Qué negocios? -preguntó la señora Aliso.

– Su marido blanqueaba dinero de la mafia a través de la productora cinematográfica. ¿Está segura de que no sabía nada de todo esto?

– Pues claro -replicó la señora Aliso-. ¿Es que necesito a mi abogado? Él ya me advirtió que no hablara con ustedes.

Bosch sonrió y alzó las manos, en gesto de inocencia.

– No, señora Aliso, no necesita a su abogado. Nosotros sólo estamos intentando averiguar qué pasó. Si usted sabe algo sobre los negocios de su marido, nos puede ayudar a atrapar a este tal Goshen y quizás a su jefe. Verá, ahora mismo tenemos a Goshen bien atado; no nos preocupa demasiado. Tenemos datos de Balística, huellas dactilares… pruebas contundentes. Pero él no habría hecho lo que hizo si Joey El Marcas no se lo hubiera ordenado. Él es el hombre que nos interesa y, cuanta más información obtengamos sobre su marido y sus negocios, más posibilidades tendremos de arrestarlo. Así que, si sabe algo, éste es el momento de decírnoslo.

Bosch se calló y esperó un rato, mientras Verónica Aliso clavaba la vista en el papel doblado que tenía en la mano. Finalmente ella asintió y levantó la cabeza.

– No sé nada de sus negocios -reiteró-, pero hubo una llamada la semana pasada, el miércoles por la noche. Tony la cogió en su despacho y cerró la puerta, pero… yo me acerqué a escuchar y oí todo lo que dijo mi marido.

– ¿Y qué dijo?

– Pues oí que llamaba al otro Lucky, de eso estoy segura. Luego estuvo un buen rato en silencio hasta que le dijo que iría a Las Vegas a finales de semana y que ya se verían en el club. Nada más.

– ¿Por qué no nos lo contó antes? -le preguntó Bosch.

– No pensaba que fuera importante… Bueno, la verdad es que no se lo dije porque creí que estaba hablando con una amante. Supuse que Lucky era el nombre de una mujer.

– ¿Y por eso lo espió detrás de la puerta?

Ella desvió la mirada y dijo que sí con la cabeza.

– Señora Aliso, ¿contrató alguna vez a un detective privado para seguir a su marido?

– No. Se me ocurrió, pero no lo hice.

– ¿Sin embargo, sospechaba que tenía una aventura?

– Varias, detective. Y no lo sospechaba; lo sabía. Yo era su mujer y esas cosas se notan.

– Muy bien, señora Aliso. ¿Recuerda algo más de la conversación telefónica? ¿Dijo su marido alguna otra cosa?

– No. Sólo lo que le he contado.

– Si pudiéramos precisar cuándo lo llamaron, nos sería útil en el juicio, para argüir premeditación. ¿Está segura de que fue el miércoles?

– Sí, porque él se fue al día siguiente.

– ¿A qué hora llamaron?

– Tarde. Estábamos viendo las noticias del Canal 4, así que debió de ser entre las once y las once y media. No puedo concretar mucho más.

– Con eso nos basta.

Bosch miró a Edgar y arqueó las cejas. Edgar hizo un gesto para indicar que no tenía más preguntas y ambos se levantaron. La señora Aliso los acompañó hasta la puerta.

– Ah -exclamó Bosch por el camino-. Tenemos una duda sobre su marido. ¿Sabe si tenía médico de cabecera?

– Sí. ¿Por qué?

– Porque quería preguntarle si padecía hemorroides.

Verónica Aliso pareció a punto de reír, pero no lo hizo.

– ¿Hemorroides? Lo dudo mucho. Le aseguro que Tony se habría quejado.

– ¿Seguro?

Bosch ya había llegado a la puerta.