– Segurísimo. Además, si han hecho la autopsia, ¿por qué no se lo pregunta al forense?
Bosch asintió. Ella tenía razón.
– Sí, sólo se lo digo porque encontramos una pomada en su coche. No entiendo qué hacía allí si no la necesitaba.
Esta vez Verónica Aliso sí se rió.
– Eso es un viejo truco de artista.
– ¿Un truco de artista?
– De actrices, modelos, bailarinas… Muchas lo usan.
Bosch la miró a la espera de más detalles, pero ella no dijo nada.
– No lo entiendo -admitió él-. ¿Para qué sirve?
– Se la ponen debajo de los ojos, detective Bosch. Al ser un antiinflamatorio, elimina las bolsas de cansancio. La mitad de la gente que la compra en esta ciudad lo usa para eso, no para las hemorroides -explicó ella-. Mi marido era un hombre coqueto. Si iba a Las Vegas para estar con una chica joven, no me extrañaría que se hubiera puesto pomada. Sería típico de él.
Bosch asintió al recordar la sustancia no identificada que hallaron bajo los ojos de Aliso. «No te acostarás sin saber una cosa más», pensó. Tendría que llamar a Salazar para decírselo.
– ¿Cómo habría descubierto su marido una cosa así? -preguntó.
Ella estuvo a punto de responder, pero se limitó a encogerse de hombros.
– En Hollywood es un secreto a voces -comentó al fin-. Cualquiera se lo podría haber dicho.
«Incluida usted», pensó Bosch mientras salía de la casa.
– Ah, una última cosa -añadió antes de que Verónica Aliso cerrara la puerta-. Seguramente la noticia de la detención llegará a los medios hoy o mañana. Nosotros intentaremos retrasarlo al máximo, pero en esta ciudad no se puede guardar un secreto mucho tiempo. Se lo digo para que esté preparada.
– Gracias, detective.
– Le recomiendo un funeral pequeño, algo íntimo. Y dígale a la persona encargada que no dé detalles por teléfono. A la prensa le encantan los funerales.
Ella asintió y cerró la puerta.
Mientras se alejaban de Hidden Highlands, Bosch encendió un cigarrillo. A pesar de que iba en contra del reglamento, Edgar no se lo recriminó.
– Qué tía tan fría -comentó.
– Mucho -contestó Bosch-. ¿Qué te parece lo de la llamada de Goshen?
– Una pieza más del rompecabezas. A ése lo tenemos cogido por las pelotas. Está acabadísimo.
Bosch descendió por la carretera de Mulholland hacia la autopista de Hollywood. Pasó sin hacer comentarios por delante de la pista forestal donde había aparecido el cuerpo de Tony Aliso y, al llegar a la autopista, se dirigió al sur para tomar la interestatal número 10 y poner rumbo al este.
– Harry, ¿qué haces? -preguntó Edgar-. Pensaba que íbamos al aeropuerto.
– No, vamos en coche. -¿Qué dices?
– He reservado los billetes por si alguien lo comprobaba. Cuando lleguemos a Las Vegas, les decimos que hemos venido en avión y que cogeremos un vuelo con Goshen después de la vista. Nadie tiene que saber que vamos en coche, ¿de acuerdo?
– Sí, ya capto. Es una precaución por si alguien lo comprueba. Con la mafia nunca se sabe.
– Ni con la policía.
IV
Conduciendo a un promedio de casi ciento cincuenta kilómetros por hora, y contando una parada de quince minutos en un McDonald's, Bosch y Edgar se plantaron en Las Vegas en cuatro horas. Una vez allí, se dirigieron al aeropuerto internacional McCarran, dejaron el coche en el aparcamiento y sacaron sus maletines y bolsas del maletero.
Mientras Edgar esperaba fuera, Bosch entró en la terminal y alquiló un vehículo en la compañía Hertz.
Eran casi las cuatro y media cuando llegaron al edificio de la Metro. Al atravesar la oficina de detectives, Bosch vio a Iverson en su mesa, hablando con Baxter. Iverson sonrió ligeramente, pero Harry no le hizo caso y siguió caminando hasta el despacho de Felton que estaba trabajando con la puerta abierta. Harry dio dos golpecitos antes de entrar.
– Bosch, ¿dónde se había metido?
– Tenía que solucionar unos asuntos.
– ¿Es éste el fiscal?
– No, es mi compañero, Jerry Edgar. El fiscal no vendrá hasta mañana por la mañana.
Edgar y Felton se dieron la mano, pero Felton mantuvo la vista fija en Bosch.
– Pues ya puede llamarle y decirle que no se moleste.
Bosch lo miró un momento y comprendió la sonrisita de Iverson: algo había ocurrido.
– Capitán, nunca deja de sorprenderme -dijo-. ¿Qué pasa?
Felton se echó hacia atrás en la silla. En el borde de la mesa había un cigarro sin encender, con la punta empapada de saliva. El capitán lo cogió y se lo colocó entre los dedos. Era evidente que estaba alargando la situación para que Bosch picara, pero éste no mordió el anzuelo.
– Su amigo Lucky está haciendo las maletas -le informó finalmente el capitán.
– ¿Va a aceptar la extradición?
– Sí, se lo ha pensado mejor. No es tan tonto como parece.
Bosch cogió una silla frente a la mesa del capitán y Edgar otra a su derecha.
– Goshen -prosiguió Felton- ha despedido a ese esbirro de Joey, Mickey Torrino, y se ha buscado a su propio picapleitos. No es que sea una gran mejora, pero al menos el nuevo abogado defenderá sus intereses.
– ¿Y por qué ha cambiado de opinión? -preguntó Bosch-. ¿Le ha contado usted lo de Balística?
– Sí, claro. Lo traje aquí y le expliqué la situación. También le anuncié que habíamos pulverizado su coartada.
Bosch miró a Felton, pero no hizo la pregunta que éste esperaba.
– Pues sí, no se crea que nos tocamos las pelotas. Empezamos a investigar a este tío y les hemos allanado el terreno. Goshen declaró que el viernes por la noche no había salido de su despacho hasta las cuatro de la madrugada, hora en que volvió a casa. Pues bien, nos fuimos para el club y descubrimos que hay una puerta trasera, por donde Goshen podría haber entrado y salido tranquilamente. Nadie lo vio desde que Tony Aliso se marchó de Dolly's hasta que cerró el local, así que tuvo tiempo de sobras de ir a Los Ángeles, cargarse a Tony y volver en el último vuelo. -Felton hizo una pausa-. Y ahora la guinda; en el club hay una chica que trabaja con el nombre de Modesty. Pues resulta que Modesty tuvo una bronca con otra bailarina y fue al despacho de Goshen para quejarse. La chica asegura que nadie contestó cuando llamó a la puerta y que cuando le dijo a Dandi que quería ver al jefe, éste le respondió que no estaba. Eso fue hacia las doce de la noche.
Felton hizo un gesto de aprobación y guiñó el ojo.
– Vale, ¿y qué dice Dandi?
– Nada, aunque era de esperar. De todos modos, si ese matón pretende subir al estrado y apoyar la coartada de Goshen lo destrozaremos fácilmente. El tío tiene antecedentes penales desde la escuela primaria.