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– De acuerdo, olvidémonos de él. ¿Y Goshen?

– Bueno, ya le digo que lo hemos traído aquí esta mañana y yo le he advertido que se le estaba acabando el tiempo. Goshen tenía que decidirse y se ha decidido; ha cambiado de abogado y, en mi opinión, ésa es una señal clara de que está dispuesto a negociar. Con un poco de suerte lo trincaremos a él, a Joey El Marcas y a unos cuantos chorizos de la ciudad. Nosotros habremos dado el mejor golpe de la Metro en diez años y todo el mundo contento.

Bosch se levantó y Edgar lo imitó.

– Es la segunda vez que me hace esto -protestó Bosch sin perder la compostura-. Y le aseguro que no habrá una tercera. ¿Dónde está Goshen?

– Tranquilo, Bosch. Todos queremos lo mismo.

– ¿Está aquí o no?

– En la sala número tres. Cuando lo dejé estaba con Alan Weiss, el nuevo abogado.

– ¿Ha hecho alguna declaración?

– No, claro que no. Weiss nos ha dictado sus condiciones. No habrá negociación hasta que llegue a Los Ángeles. En otras palabras, él acepta la extradición y ustedes lo acompañan a casa. Su gente tendrá que hacer el trato allá; nosotros nos retiramos a partir de hoy. Hasta que vuelva a buscar a Joey El Marcas; con eso le ayudaremos, Bosch. Hace años que espero ese día.

Harry salió del despacho sin decir una palabra, atravesó la oficina de la brigada de detectives sin mirar a Iverson y se dirigió al pasillo trasero que conducía a las salas de interrogación. Al llegar a la puerta de la sala tres, Bosch levantó la tapa que cubría la ventanita y vio a Goshen vestido con un mono azul de recluso. A su lado había un hombre mucho más menudo que Goshen, elegantemente trajeado. Bosch golpeó el vidrio con los nudillos, esperó un segundo y abrió la puerta.

– ¿Abogado? ¿Podría hablar con usted aquí fuera?

– ¿Es usted de Los Ángeles? Ya era hora.

– Hablemos fuera.

Cuando el abogado se levantó, Bosch miró a Goshen, que estaba esposado a la mesa. Apenas habían pasado treinta horas desde la última vez que lo había visto, pero Luke Goshen había cambiado. Tenía los hombros caídos y la mirada perdida. Parecía encerrado en sí mismo, como suele ocurrirle a la gente después de pasar una noche contemplando su destino. Goshen no miró a Bosch, que se limitó a cerrar la puerta en cuanto Weiss salió.

Weiss era un hombre de la edad de Bosch, delgado y muy bronceado. El abogado lucía unas gafas de montura dorada muy fina y, aunque no estaba seguro del todo, a Harry le pareció que llevaba peluquín. En los pocos segundos que tuvo para calar al abogado, Bosch decidió que Goshen había elegido bien.

Después de las presentaciones de rigor, Weiss fue directamente al grano.

– Mi cliente está dispuesto a aceptar cualquier petición de extradición, pero ustedes deben actuar deprisa. El señor Goshen no se siente seguro en Las Vegas, ni siquiera en la cárcel de la Metro. Yo esperaba que la vista se pudiera celebrar hoy mismo, pero ya es demasiado tarde. Mañana a las nueve en punto estaré en el juzgado. Ya hemos quedado con el señor Lipson, el fiscal local, y usted podrá llevárselo al aeropuerto hacia las diez.

– Pise el freno, abogado -dijo Edgar-. ¿Por qué tanta prisa de repente? ¿Porque Luke se ha enterado de los resultados de Balística o porque El Marcas también se ha enterado y piensa que es mejor retirarse a tiempo?

– Supongo que es más fácil para Joey encargar un asesinato en la Metro que en Los Ángeles, ¿no? -añadió Bosch.

Weiss los miró como si fueran extraterrestres.

– El señor Goshen no sabe nada de un asesinato y espero que ese comentario sea sólo parte de la estrategia de intimidación que ustedes suelen emplear. Lo que sí sabe es que existe una conspiración para cargarle con un crimen que no ha cometido. Mi cliente cree que la mejor forma de llevar esto es cooperar en todo lo que haga falta en un nuevo ambiente, lejos de Las Vegas. Los Ángeles es su única alternativa.

– ¿Podemos hablar con él ahora?

Weiss negó con la cabeza.

– El señor Goshen no dirá ni una palabra hasta que lleguemos a Los Ángeles. Allí llevará el caso mi hermano, que tiene un bufete en la ciudad. Saul Weiss, tal vez usted lo conozca.

A Bosch le sonaba el nombre, pero negó con la cabeza.

– Bueno, mi hermano ya ha hablado con el señor Gregson, su fiscal. Como ve, detective, usted es sólo un mensajero. Su trabajo es escoltar al señor Goshen hasta el avión mañana por la mañana y llevarlo sano y salvo a Los Ángeles. Después de eso lo más probable es que el caso deje de estar en sus manos.

– Lo más probable es que no -replicó Bosch.

Dicho esto, Harry sorteó al abogado y abrió la puerta de la sala de interrogación. Goshen alzó la vista. Bosch entró y puso las manos sobre la mesa. Sin embargo, antes de que pudiera hablar, intervino Weiss.

– Luke, no le digas nada a este hombre. Nada.

Bosch hizo caso omiso de Weiss y miró únicamente a Goshen.

– Todo lo que quiero de ti es una muestra de buena fe. Si quieres que te lleve a Los Ángeles y te deje allí sano y salvo, contéstame una pregunta. ¿Dónde…?

– Tiene que llevarte de todos modos, Luke. No caigas en la trampa. Yo no puedo representarte si no confías en mí.

– ¿Dónde está Layla? -preguntó Bosch-. No pienso irme de Las Vegas hasta que hable con ella. Si quieres salir de aquí mañana, tengo que hablar con ella esta noche. No está en su casa. Anoche hablé con su compañera de piso, Pandora, y me dijo que Layla lleva un par de días sin aparecer. ¿Dónde está?

Goshen miró a Bosch y luego a Weiss.

– No digas nada -le aconsejó Weiss-. Detective, ¿podría salir un momento para que yo pueda consultar con mi cliente? Es posible que no me importe que conteste esa pregunta.

– Eso espero.

Bosch salió al pasillo con Edgar. Se metió un cigarrillo en la boca, pero no lo encendió.

– ¿Por qué te interesa tanto Layla? -inquirió Edgar.

– No me gustan los cabos sueltos. Quiero saber cómo encaja ella en esta historia.

Bosch no le dijo que sabía, a través de las grabaciones ilegales, que Layla había llamado a Aliso a petición de Goshen, y le había preguntado cuándo iba a ir a Las Vegas. Si la encontraban, tendría que sonsacárselo durante el interrogatorio sin mostrar en ningún momento que él ya lo sabía.

– También es una prueba -le dijo a Edgar-. A ver hasta qué punto está dispuesto a cooperar Goshen.

En ese momento salió el abogado y cerró la puerta tras él.

– Si vuelve a intentar hablar con mi cliente cuando yo se lo he prohibido explícitamente, se acabó la colaboración entre usted y yo.

A Bosch le entraron ganas de preguntarle de qué colaboración hablaba, pero lo dejó pasar.

– ¿Va a decírnoslo?

– No, se lo voy a decir yo. Mi cliente afirma que cuando esa tal Layla empezó a trabajar en el club, él la acompañó a casa unas cuantas noches. Una de esas noches ella le pidió que la dejara en un sitio distinto porque quería evitar a alguien con quien estaba saliendo y creía que tal vez la estaba esperando en su piso. Total, que era una casa en North Las Vegas. La chica le dijo a mi cliente que era el lugar donde se crió. Él no tiene la dirección exacta, pero recuerda que estaba en la esquina noroeste de Donna Street y Lillis. Pruebe allí; es todo lo que sabe.