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En ese momento la teniente colgó y Bosch se quedó mirando el auricular.

– ¿Qué pasa? -inquirió Edgar.

– No lo sé.

El ascensor se detuvo en la planta sexta y Bosch echó a andar por un pasillo totalmente vacío, al fondo del cual se hallaba la sala de juntas. Era la última puerta antes del despacho del jefe de policía. El suelo amarillo parecía recién pulido y, al avanzar hacia su destino con la cabeza baja, Harry veía su propia sombra unos pasos más adelante.

La puerta de la sala de juntas estaba abierta y cuando Bosch entró, todos los presentes se volvieron a mirarlo. Harry reconoció a la teniente Billets y a la capitana LeValley de la División de Hollywood, así como al subdirector Irvin Irving y a un detective de Asuntos Internos llamado Chastain. Los otros cuatro hombres sentados alrededor de la larga mesa le eran totalmente desconocidos. Por sus aburridos trajes grises, Harry dedujo que eran federales.

– Siéntese, detective Bosch -le ordenó Irving.

Irving permaneció de pie. Vestía un uniforme tan ajustado que le obligaba a estar totalmente tieso y su cráneo afeitado brillaba a la luz de los fluorescentes. El subdirector acompañó a Bosch a un asiento vacío a la cabecera de la mesa y éste retiró la silla despacio mientras sus pensamientos se aceleraban. Sabía que semejante despliegue de altos cargos y federales era demasiado para haber sido provocado por su aventura con Eleanor Wish. Había algo más; algo que sólo le concernía a él. De no ser así, Billets no se habría opuesto a que Edgar lo acompañase.

– ¿Es que se ha muerto alguien? -preguntó Bosch.

Irving hizo caso omiso de la pregunta. Cuando la mirada de Harry recorrió la mesa a su izquierda y se posó en Billets, la teniente bajó la cabeza.

– Detective, tenemos que hacerle unas preguntas relacionadas con su investigación del caso Aliso -le anunció Irving.

– ¿De qué me acusan? -replicó Bosch.

– No le acusamos de nada -respondió Irving en tono tranquilizador-. Sólo queremos aclarar unas cosas.

– ¿Quién es esta gente?

Irving presentó a los cuatro desconocidos. Tal como Bosch se había imaginado, eran federales: John Samuels, un ayudante del fiscal general asignado a la unidad de lucha contra el crimen organizado y tres agentes del FBI de diferentes ciudades: John O'Grady de Los Ángeles, Dan Ekeblad de Las Vegas y Wendell Werris de Chicago.

Nadie tendió la mano a Bosch ni hizo el menor gesto de saludo. Más bien al contrario; todos lo miraron con unas caras que expresaban un desprecio absoluto. Siendo federales, una cierta antipatía hacia la policía de Los Ángeles era corriente, pero Bosch no lograba comprender el motivo de todo aquello.

– De acuerdo -prosiguió Irving-. Vamos a aclarar unas cuantas cosas. A partir de ahora cedo la palabra al señor Samuels.

Samuels se pasó la mano por su grueso bigote negro y se dispuso a hablar. Estaba sentado enfrente de Bosch y tenía una libreta amarilla ante él, pero estaba demasiado lejos para que Bosch pudiera leer lo que había escrito en ella. En la mano izquierda Samuels sostenía una pluma que empleaba para seguir sus notas.

– Empecemos con el registro del domicilio de Luke Goshen en Las Vegas -dijo, mirando sus apuntes-. ¿Quién exactamente encontró el arma de fuego que más tarde se identificó como el arma empleada en el asesinato de Anthony Aliso?

Bosch entornó los ojos. Intentó mirar a Billets una vez más, pero ésta seguía con la mirada clavada en la mesa. Al echar una ojeada a su alrededor, atisbó una sonrisa burlona en el rostro de Chastain. Aquello no le sorprendió, puesto que Bosch ya había topado con él anteriormente. En el departamento lo llamaban Chastain El Justificador. Cuando se presentaban cargos contra un agente de policía, el juicio ante el Comité de Derechos que seguía a la investigación de Asuntos Internos podía arrojar dos resultados: que las acusaciones fueran justificadas o infundadas. Chastain presumía de un alto porcentaje de querellas justificadas; de ahí el apodo que ostentaba como una medalla.

– Si esto es una investigación interna, creo que tengo derecho a representación legal -opinó Bosch-. No sé de qué va esto, pero no tengo por qué contarles nada.

– Detective -intervino Irving, al tiempo que le pasaba una hoja de papel a Bosch-. Ésta es una orden del jefe de policía en la que se le exige que coopere con estos caballeros. Si decide no hacerlo, se le suspenderá de empleo y sueldo. Sólo entonces se le asignará un representante sindical.

Bosch leyó la orden por encima. Era una carta clásica, como alguna que ya había recibido anteriormente. La misiva formaba parte de la estrategia del departamento para arrinconar a la gente a fin de obligarla a hablar.

– Yo encontré la pistola -dijo Bosch con la vista aún fija en la orden-. Estaba en el baño del dormitorio principal, envuelta con un plástico y escondida entre la cisterna del retrete y la pared. Alguien comentó que los gángsters de El padrino también hacían eso, pero yo no me acuerdo.

– ¿Estaba usted solo cuando supuestamente encontró el arma?

– ¿Supuestamente? ¿Insinúa que la pistola no estaba allí?

– Limítese a responder, por favor.

Bosch sacudió la cabeza, indignado. Ignoraba lo que estaba ocurriendo pero parecía peor de lo que había imaginado.

– No, no estaba solo. La casa estaba llena de policías.

– ¿Estaban en el baño con usted? -insistió O'Grady.

Bosch se lo quedó mirando. O'Grady era como mínimo diez años más joven que Bosch y tenía ese aspecto de niño aseado que tanto valoraba el FBI.

– Creía que el señor Samuels estaba llevando el interrogatorio -se quejó Irving.

– Así es -se apresuró a decir Samuels-. ¿Había algún policía en el baño cuando localizó el arma?

– No, estaba solo. En cuanto la vi., llamé al agente de uniforme que estaba en el dormitorio para que viniera a verla antes de que yo la tocara -explicó Bosch-. ¿A qué viene todo esto? ¿Les ha metido en la cabeza el abogado de Goshen que yo le coloqué el arma? Pues es mentira. La pistola estaba allí y, además, tenemos suficientes pruebas contra él sin contar con ella. Tenemos un móvil, huellas… ¿Por qué iba a querer colocársela?

– Para rematar el caso -volvió a intervenir O'Grady.

Bosch soltó un bufido de asco.

– Típico del FBI. Dejar todo lo que estáis haciendo para perseguir a un poli del departamento sólo porque un mafioso de mierda os ha lloriqueado un poco. ¿Qué pasa? ¿Es que os dan puntos si trincáis a un poli? ¿Paga doble si es de Los Ángeles? Vete a la mierda, O'Grady, ¿vale?

– Ya me voy, pero contesta las preguntas.

– Pues hazlas.

Samuels hizo un gesto con la cabeza como si Bosch hubiera marcado un tanto a su favor y movió la pluma un centímetro.

– ¿Sabe si otro agente de policía entró en ese baño antes de que usted lo registrara y encontrara la pistola?

Bosch recordó los movimientos de los policías de Las Vegas en la habitación y concluyó que nadie había entrado en el cuarto de baño; sólo se habían asomado para ver si había alguien escondido.