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Samuels hizo una pausa y Bosch miró los papeles que tenía en las manos.

– Era la reunión mensual, en la que Roy nos informó de los últimos acontecimientos. Roy les contó a Ekeblad y Colbert que esa noche había metido cuatrocientos ochenta mil dólares en metálico procedentes de varios negocios de Marconi en la maleta de Anthony Aliso y lo había enviado a Los Ángeles para que lo blanqueara. También mencionó que Tony había estado bebiendo en el club y se había propasado con una de las chicas. Cumpliendo su papel como empleado de Joey El Marcas y director del club, tuvo que ser duro con Tony. Lo esposó y lo zarandeó un poco por el cuello. Esto explicaría las huellas que se extrajeron de la cazadora de la víctima y los hematomas antemortem mencionados en la autopsia.

Bosch seguía sin levantar la vista de los papeles.

– Aparte de eso -continuó Samuels-, aún quedaba mucho que contar, así que Roy se quedó con ellos unos noventa minutos. Por tanto, no hay manera humana de que hubiese podido llegar a Los Ángeles para matar a Tony Aliso antes de las dos de la mañana, ni siquiera a las tres. Y para que no se vaya de aquí pensando que estos tres agentes eran cómplices de asesinato, le diré que, por motivos de seguridad, la reunión estaba siendo vigilada por cuatro agentes más desde otro coche aparcado en el mismo lugar.

Samuels volvió a hacer una pausa antes de dar la puntilla.

– Usted no puede probar nada, Bosch. Las huellas pueden explicarse y el hombre al que usted acusa estaba sentado con dos agentes del FBI a quinientos kilómetros de donde ocurrió el asesinato. No tiene usted nada. Bueno, no es verdad. Sí tiene una cosa: la pistola. Es lo único.

Como a propósito, se abrió la puerta situada detrás de Bosch y se oyeron unos pasos. Harry siguió con la vista fija en los documentos hasta que notó que una mano le agarraba el hombro. Al volverse, vio al agente especial Roy Lindell. A su lado se hallaba otro agente que debía de ser el compañero de Ekeblad, Colbert.

– Bosch -le saludó Lindell con una gran sonrisa-, te debo un corte de pelo.

Bosch se quedó mudo al ver allí al hombre que acababa de meter en la cárcel, pero en seguida comprendió lo que había ocurrido. Irving y Billets se habían enterado de la reunión en el aparcamiento detrás de Caesar's, habían leído las declaraciones juradas y habían creído la coartada de Lindell. Ellos habían autorizado su puesta en libertad; por eso Billets le había pedido el número de referencia.

– Y ustedes creen que fui yo, ¿no? -dijo Bosch mirando a Irving y Billets-. Creen que encontré la pistola entre la maleza y se la coloqué a Goshen para rematar el caso.

Hubo un momento de duda mientras cada uno dejaba al otro la oportunidad de responder. Fue Irving quien lo hizo.

– Lo único que sabemos seguro es que no fue el agente Lindell. Su historia está probada. De momento me reservo mi opinión sobre lo demás.

Bosch miró a Lindell, que no se había movido.

– ¿Por qué no me dijiste que eras un federal cuando estábamos en la Metro?

– ¿Tú qué crees? Por lo que sabía, me habías colocado una pistola en el baño. ¿Piensas que te iba a contar que era un agente federal? Anda ya.

– Teníamos que continuar con el juego para ver qué ibas a hacer y asegurarnos de que Roy saliera de la Metro de una pieza -intervino O'Grady-. Después de eso, te seguimos por tierra y aire a través del desierto. Estábamos al acecho, a unos seiscientos metros de distancia; algunos pensábamos que habías hecho un trato con Joey El Marcas. Ya puestos, ¿por qué no?

O'Grady lo estaba pinchando, pero Bosch negó con la cabeza. Todo era inútil.

– ¿Es que no veis lo que está pasando? -preguntó-. Sois vosotros los que, sin saberlo, habéis hecho un trato con Joey El Marcas. Os está manipulando como marionetas. ¡Joder! No me lo puedo creer.

– ¿Cómo nos controla? -le preguntó Billets, señal de que tal vez la teniente no estaba del todo en contra de él.

– ¿No lo ves? -respondió Bosch, mirando a Lindell-. Te descubrieron. Sabían que eras un agente y por eso planearon todo esto.

Ekeblad resopló, incrédulo.

– Esa gente no hace planes, Bosch -replicó Samuels-. Si hubiesen pensado que Roy era un confidente, se lo habrían llevado al desierto, le habrían pegado un tiro y punto.

– No, porque no estamos hablando de un confidente. Ellos sabían que Roy era un federal y por eso no podían cargárselo. Si hubieran matado a un agente del FBI, se habrían metido en una buena. Lo que hicieron es tramar un plan; ellos sabían que el tío llevaba años ahí dentro y tenía suficiente información para llevárselos a todos por delante, pero no podían matarlo. Tenían que neutralizarlo, pero ¿cómo? Pues desacreditándolo; pretendiendo que se había pasado al otro bando y era tan malo como ellos. De esa forma, cuando testificara, podrían cargarle el asesinato de Aliso, hacer creer al jurado que todo lo había hecho para salvar su tapadera. Si conseguían que el jurado tragara, todos se librarían de la cárcel.

Bosch pensó que su historia resultaba bastante convincente, a pesar de haberla elaborado a medida que hablaba. Los demás lo miraron en silencio unos segundos.

– Los sobrevaloras, Bosch -dijo Lindell finalmente-. Joey no es tan listo. Yo lo conozco y te aseguro que no es tan listo.

– ¿Y Torrino? ¿No me dirás que él no podría pensar todo esto? A mí se me acaba de ocurrir ahora mismo. ¿Quién sabe el tiempo que tuvo él para planearlo? Contéstame a una pregunta, Lindell. ¿Sabía Joey El Marcas que Tony Aliso tenía al fisco pisándole los talones, que iban a inspeccionarlos?

Lindell dudó y miró a Samuels en buscar de autorización para responder. Bosch notó un sudor de desesperación en el cuello y la espalda; sabía que tenía que convencerlos si quería salir de aquella sala con su placa. Samuels hizo un gesto con la cabeza y Lindell respondió:

– Si lo sabían, no me lo dijeron.

– Exactamente -afirmó Bosch-. Tal vez lo sabían pero no te lo dijeron. Joey era consciente de que tenía un problema con Aliso, pero también sabía que tenía un problema más gordo contigo. Así que Torrino y él se pusieron a elucubrar y se les ocurrió todo este plan para matar dos pájaros de un tiro.

Hubo otra pausa, pero Samuels negó con la cabeza.

– No cuela, Bosch. Es demasiado enrevesado. Además, tenemos setecientas horas de grabaciones, así que podemos encarcelar a Joey sin que Roy tenga que subir al estrado.

– En primer lugar, puede que ellos no supieran nada de las cintas -intervino Billets-. Y aunque conocieran su existencia, esas grabaciones son fruto del trabajo de Lindell. Sin él, ustedes no las tendrían. Y si quieren presentarlas en un juicio, se verán obligados a subir al estrado al agente. Así que destruyéndolo a él, ellos destruyen las cintas.

Estaba claro que Billets se había pasado al bando de Bosch, lo cual le dio esperanza. Samuels decidió entonces que la reunión había tocado a su fin, así que cogió su libreta y se puso en pie.

– Bueno, veo que no vamos a llegar muy lejos con todo esto -concluyó-. Teniente, está usted escuchando a un hombre desesperado. Nosotros no tenemos por qué hacerlo. Señor Irving, no le envidio en absoluto. Tiene usted un problema y tendrá que solucionarlo. Si el lunes descubro que Bosch todavía lleva su placa, iré al jurado de Acusación y obtendré cargos contra él por falseamiento de pruebas y violación de los derechos de Roy Lindell. También le pediré a nuestra unidad de derechos civiles que investigue todas las detenciones practicadas por este hombre en los últimos cinco años. Un mal policía nunca coloca pruebas falsas una sola vez; lo hace siempre por costumbre.