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– Me llamo Dom Carbone. Me ha tocado el turno del fin de semana. ¿Vas a fastidiármelo?

– Puede ser. -Bosch intentó pensar. El nombre le resultaba vagamente familiar, pero no acababa de situarlo. Sin embargo, estaba seguro de que nunca habían trabajado juntos-. Por eso llamo. Puede que os interese echarle un vistazo.

– Cuéntame.

– Hemos encontrado a un hombre de raza blanca en el maletero de un Silver Cloud con dos balazos en la cabeza. Seguramente calibre del veintidós.

– ¿Qué más?

– El coche estaba en una pista forestal junto a Mulholland Drive. No parece un robo. Hemos encontrado una cartera repleta de tarjetas de crédito y dinero en metálico y un Rolex Presidenciaclass="underline" uno de ésos con un diamante para cada hora.

– No me has dicho quién es el fiambre. ¿Quién es?

– Aún no está confirmado, pero…

– Dímelo igualmente.

A Bosch le molestaba no estar seguro de la cara que tenía la persona que estaba al otro lado del cable.

– Al parecer se trata de un tal Anthony N. Aliso, de cuarenta y ocho años. Vive en las colinas y creemos que es el dueño de una empresa que tiene sus oficinas en uno de los estudios de Melrose, cerca de la Paramount. La empresa se llama TNA Productions y está en los estudios Archway. Sabremos más dentro de poco.

Hubo un silencio.

– ¿Te dice algo el nombre? -inquirió Bosch.

– Anthony Aliso.

– Eso es.

– Anthony Aliso.

Carbone repitió el nombre lentamente, como si estuviera catando un vino antes de decidir si escupirlo o aceptar la botella. Luego se quedó un buen rato en silencio.

– No se me ocurre nada en estos momentos -dijo finalmente-, pero voy a hacer un par de llamadas. ¿Dónde vas a estar?

– En la nave de Huellas. Lo tenemos aquí, así que no me moveré durante un buen rato.

– ¿Qué quieres decir? ¿Habéis llevado el cadáver a la nave?

– Es una larga historia. ¿Cuándo crees que podrás contestarme?

– En cuanto haga las llamadas. ¿Habéis ido a su oficina?

– Aún no. Iremos más tarde.

Bosch le dio el número de su teléfono móvil, luego cerró éste y se lo metió en el bolsillo de la chaqueta. Por un momento pensó en la reacción de Carbone al oír el nombre de la víctima, pero finalmente decidió no darle importancia.

En cuanto el Rolls estuvo en la nave y la puerta cerrada, Donovan corrió las cortinas. En el techo brillaba un fluorescente que Art dejó encendido mientras preparaba el equipo. Matthews, el perito forense, y sus dos ayudantes -los que habían transportado el cadáver- se agruparon en torno a una mesa de trabajo para preparar el instrumental.

– Harry, voy a tomármelo con calma, ¿vale? Primero voy a pasar el láser con el tío dentro. Luego sacaré el cuerpo, le echaré la cola y lo volveré a repasar con el láser. Después nos preocuparemos del resto.

– Tú mandas. Tómate el tiempo que quieras.

– Te necesito para apuntar con la varita mientras saco las fotos. Roland ha tenido que irse a fotografiar otro cadáver.

Bosch asintió y observó mientras el perito de Investigaciones Científicas colocaba un filtro anaranjado en una Nikon. A continuación se colgó la cámara al cuello y encendió el láser, un aparato que se componía de una caja del tamaño de un vídeo doméstico y una vara de treinta centímetros conectada a la caja por un cable. La vara tenía un mango y, por el otro extremo, proyectaba un potente rayo naranja.

Antes de empezar, Donovan abrió un armarito y sacó varios pares de gafas protectoras que repartió entre los presentes. Él se colocó el último par y le pasó unos guantes de látex a Bosch para que también se los pusiera.

– Primero haremos una pasada rápida por encima del maletero y luego lo abriremos -anunció Donovan.

Pero justo cuando Donovan se disponía a apagar las luces, sonó el teléfono que Bosch llevaba en el bolsillo. El perito esperó a que Bosch contestara.

Era Carbone.

– Bosch, hemos decidido pasar.

Por unos instantes ni Harry ni Carbone dijeron nada. Donovan le dio al interruptor y la habitación se sumió en la más completa oscuridad.

– O sea que no tenéis nada sobre este tío -dijo Bosch en medio de la penumbra.

– He mirado un poco y he hecho unas cuantas llamadas, pero nadie lo conoce… Nadie lo está investigando, así que para nosotros está limpio… Dices que lo metieron en el maletero y le dispararon dos veces, ¿no?… Bosch, ¿estás ahí?

– Sí, aquí estoy -contestó Harry-. Eso es, ya te he dicho cómo lo mataron.

– «Música en el maletero.»

– ¿Qué?

– Es una expresión de los mafiosos de Chicago. Cuando se cargan a un pobre desgraciado dicen: «¿Tony? No te preocupes por Tony; ése ya es música en el maletero. No lo volverás a ver». De todos modos no encaja con este caso, porque a este tío no lo conocemos. Una posibilidad es que alguien quiera haceros creer que es obra de la mafia. ¿Me entiendes?

Bosch contempló el rayo láser que rasgaba la oscuridad e iluminaba perfectamente la parte trasera del maletero. A través de las gafas, el color naranja se perdía y la luz se tornaba de un blanco luminoso. A pesar de hallarse a unos tres metros de distancia, Harry distinguió perfectamente unas manchas brillantes que habían aparecido en la puerta y el parachoques del Rolls. Toda aquella operación le recordaba los documentales de la National Geographic en los que una cámara se abría paso por las oscuras profundidades marinas e iluminaba barcos o aviones hundidos. Era una sensación de angustia.

– ¿No queréis ni echar un vistazo? -inquirió Bosch.

– Ahora mismo no. Llámame si encuentras algo interesante y yo, mientras tanto, seguiré al quite. Tengo tu número.

Aunque en el fondo Bosch se alegraba de que la DCO no fuera a chafarle el caso, le sorprendió su falta de interés. Resultaba extraña la rapidez con la que Carbone había descartado una posible participación.

– ¿Hay algún otro detalle que quieras comentarme?

– Acabamos de empezar, pero ¿conoces a algún asesino a sueldo que se lleve los zapatos de la víctima? Ah, y que le desate las manos.

– Le quita los zapatos… lo desata. Ejem, así de entrada, no se me ocurre nada, pero mañana preguntaré por ahí y lo pasaré por nuestro ordenador -prometió Carbone-. ¿Algo más que te haya llamado la atención?

A Bosch no le gustaba lo que estaba sucediendo. Carbone estaba mostrando demasiado interés pese a afirmar lo contrario. Por un lado decía que Tony Aliso no tenía relación con la mafia, pero por otro seguía pidiéndole detalles sobre el homicidio. ¿Estaba siendo amable u ocultaba algo?

– De momento, no -contestó Bosch, que había decidido no revelar más información sin recibir nada a cambio-. Ya te he dicho que acabamos de empezar.

– Muy bien. Mañana haré más indagaciones. Si encuentro algo, te llamo, ¿vale?

– Vale.

– Hasta mañana, pues -se despidió Carbone, pero en seguida añadió-: ¿Quieres saber lo que pienso? Pues que el tío se había ido de pícnic con la mujer de otro. Hay muchos casos que parecen obra de un profesional y luego no lo son, ¿me entiendes?

– Sí, te entiendo. Hasta mañana.

Bosch se aproximó a la parte trasera del Rolls. En cuanto vio las manchas de cerca, se dio cuenta de que se trataba de las marcas producidas al pasar un paño. Por lo visto, alguien había limpiado el coche de arriba abajo. No obstante, cuando Donovan pasó la vara por encima del parachoques, el láser reveló la huella incompleta de un zapato sobre el metal cromado.

– ¿Alguien ha…?

– No -se adelantó Bosch-. Nadie ha puesto el pie.

– Está bien. Aguántame el láser.

Bosch obedeció mientras Donovan se agachaba y sacaba unas cuantas fotos, modificando los parámetros de exposición para asegurarse de que obtenía al menos una imagen nítida de aquella pisada.