– Me voy a comer y luego al centro para lo de Asuntos Internos. El mostrador se queda vacío.
– Muy bien -contestó ella-. Le pediré a Edgar o Rider que te sustituyan después de comer. Ahora mismo tampoco tienen ningún caso.
– Vale, hasta luego.
– Em… ¿Harry?
– ¿ Sí?
– Perdona por lo de antes. Sigo creyendo lo que te dije, pero debería haber hablado contigo en el despacho, no delante de todo el mundo. Lo siento.
– No pasa nada. Buen fin de semana.
– Igualmente.
– Gracias, teniente.
– Grace.
– Grace.
A las doce y media clavadas, Bosch aparcó detrás del restaurante Musso and Frank's de Hollywood Boulevard. Aquel local era toda una institución en Hollywood desde su fundación en el año 1924. En su época había sido lugar de encuentro de la flor y nata de la ciudad. Allí pasaron horas conversando Francis Scott Fitzgerald y William Faulkner. Una vez, Charlie Chaplin y Douglas Fairbanks disputaron una carrera a caballo por Hollywood Boulevard, y el perdedor tuvo que pagar una cena en Musso's. A la sazón el restaurante vivía principalmente del encanto de su pasado glorioso. Sus asientos de cuero rojo seguían llenándose cada día a la hora de comer y por el aspecto y la forma de moverse de algunos camareros uno hubiera jurado que habían servido al mismo Chaplin. El menú tampoco había cambiado en todos los años que Bosch llevaba almorzando allí, algo extrañísimo en una ciudad donde las prostitutas del Boulevard duraban más que la mayoría de los restaurantes.
Edgar y Rider esperaban en una de las codiciadas mesas redondas y Bosch se sentó con ellos después de que el maitre se la señalara con el dedo. Debía de estar demasiado viejo y cansado para acompañarlo. Edgar y Rider habían pedido té frío, así que Bosch decidió tomar lo mismo aunque pensó que era una lástima, puesto que en Musso's servían el mejor martini de la ciudad. Sólo Rider miró la carta. Al ser nueva en la división, todavía no había frecuentado el restaurante lo suficiente para saber cuál era el mejor plato.
– Bueno, ¿qué vamos a hacer? -preguntó Edgar mientras ella decidía.
– Tenemos que volver a empezar desde el principio -contestó Bosch-. Lo de Las Vegas era una pista falsa.
Rider miró a Bosch por encima de la carta.
– Deja eso -le aconsejó-. Tienes que pedir la empanada de pollo.
Ella dudó, pero en seguida se mostró conforme y dejó la carta sobre la mesa.
– ¿Qué quieres decir con una pista falsa? -le preguntó a Bosch.
– Pues que el asesino de Tony quería que siguiéramos esa pista, así que colocó la pistola en Las Vegas para alejarnos de Los Ángeles. Pero la pifió, porque no sabía que el tío era un agente infiltrado con un montón de federales de coartada. Ahí la cagó -explicó Bosch-. Al principio, cuando descubrí que nuestro sospechoso era un federal, lo primero que pensé fue que Joey El Marcas y su gente lo habían descubierto y habían preparado todo para desacreditarlo.
– Parece lo más lógico -opinó Edgar.
– A mí también me lo parecía, al menos hasta ayer por la noche -dijo Bosch. En ese instante un camarero anciano llegó a la mesa, ataviado con una americana roja.
– Tres empanadas de pollo -pidió Bosch.
– ¿Desea el señor algo de beber? -le preguntó el camarero.
«Qué coño», pensó Bosch.
– Sí, un martini con tres olivas. Y más té frío para los demás. Ya está.
El camarero asintió y se alejó lentamente sin tomar nota.
– Ayer por la noche -prosiguió Bosch-, me enteré a través de una fuente de que Joey ignoraba que Luke Goshen era un impostor. El Marcas no tenía ni idea de que Goshen era un soplón, y menos aún un agente federal. Por eso, cuando detuvimos a Goshen, Joey tramó un plan para averiguar si su hombre iba a aguantar o acabaría cantando. Si Goshen se rajaba, Joey iba a encargar que lo mataran en la cárcel de la Metro.
Bosch les dio un momento para que asimilaran lo que acababa de decir.
– Como veis, esta nueva información desmonta la primera teoría.
– ¿Y quién es esta fuente? -quiso saber Edgar.
– No os lo puedo decir, pero es fiable. Os lo prometo.
Bosch vio que ambos bajaban la mirada. Harry sabía que confiaban en él, pero los confidentes tenían fama de ser unos mentirosos redomados. Basar toda la investigación en su palabra era mucho pedir.
– De acuerdo -cedió Bosch-. La fuente es Eleanor Wish. Jerry, ¿le has contado a Kiz lo que pasó?
Edgar dudó antes de asentir con la cabeza.
– Entonces sabéis quién es. Eleanor lo oyó todo mientras la tenían retenida en esa casa. Antes de que llegáramos, Joey y su abogado, Torrino, estuvieron allí. Eleanor oyó lo que decían y, por lo visto, no sabían nada de Goshen. De hecho, todo ese secuestro formaba parte de la prueba. Ellos sabían que la única forma que yo tenía de descubrir aquella casa era a través de Goshen. Ésa era la prueba para saber si Lucky estaba cooperando con la policía.
Todos permanecieron en silencio unos minutos mientras Edgar y Rider digerían la nueva información.
– De acuerdo -dijo Edgar finalmente-. Ya veo por dónde vas. Pero si Las Vegas fue una enorme pista falsa, ¿cómo demonios llegó la pistola a la casa del agente?
– Eso es lo que tenemos que averiguar. ¿Y si hubiera alguien ajeno a la mafia, pero lo suficientemente cercano a Tony para saber que estaba blanqueando dinero? ¿Alguien que conocía a Tony o que lo siguió a Las Vegas para observar cómo trabajaba y cómo recogía el dinero de Goshen? ¿Alguien que sabía que
Goshen podría cargar con las culpas y que Tony volvería el viernes con un montón de dinero en el maletín?
– Pues podría haberlo preparado todo, siempre y cuando hubiera tenido acceso a la casa de Goshen para plantarle la pistola -contestó Edgar.
– Exactamente, pero llegar a esa casa no habría sido un problema. Está en medio de la nada y Goshen casi siempre estaba fuera, en el club. Cualquiera podría haber entrado, colocado la pistola y vuelto a salir. La cuestión es: ¿quién?
– Estás pensando en su mujer o su amante -contestó Edgar-. Ambas podrían haber tenido acceso a toda esa información.
Bosch asintió.
– Entonces, ¿en quién nos concentramos? -continuó Edgar-. No podemos vigilarlas a las dos ahora que estamos trabajando en nuestro tiempo libre.