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– No hará falta -dijo Bosch-. Creo que está claro a quién debemos investigar.

– ¿A quién? -preguntó Edgar-. ¿A la amiguita?

Bosch miró a Rider, dándole la oportunidad de responder. Ella aceptó el guante.

– No…, no puede ser Layla porque…, porque ella llamó a Tony el domingo por la mañana y dejó un mensaje en el buzón de voz. ¿Para qué iba a llamarlo si sabía que había muerto?

Bosch asintió. Rider era realmente buena.

– Quizás era parte del plan -sugirió Edgar-. Otra pista falsa.

– Puede ser, pero lo dudo -replicó Bosch-. Además, sabemos que Layla trabajó en Las Vegas el viernes por la noche, así que es imposible que se cargara a Tony.

– Entonces es su mujer-concluyó Edgar-. Verónica.

– Eso es -convino Bosch-. Creo que nos mintió, que se hizo la sueca cuando le preguntamos por los negocios de su marido. En realidad lo sabía todo y por eso tramó el plan. Ella escribió las cartas a Hacienda y a Crimen Organizado. Quería que hubiera algo contra Tony y que, cuando apareciera muerto, todo apuntara a un golpe de la mafia. Música en el maletero. Colocarle la pistola a Goshen fue sólo la guinda. Si la encontrábamos, genial. Y si no, nos hubiéramos hartado de rebuscar por Las Vegas hasta archivar el caso.

– ¿Quieres decir que ella lo preparó todo sola? -preguntó Edgar.

– No -contestó Bosch-. Sólo digo que el plan fue suyo, pero tuvo que contar con la ayuda de un cómplice. Para matar a Aliso se necesitaban dos personas y está claro que ella no llevó la pistola a Las Vegas. Después del asesinato ella se quedó en su casa, mientras su cómplice se fue a Las Vegas y le plantó la pistola a Luke Goshen.

– Espera un momento -contestó Rider-. Nos olvidamos de algo. Verónica Aliso disfrutaba de una vida muy acomodada gracias al negocio de blanqueo de Tony. Tenía una mansión en las colinas, coches… ¿Por qué iba a matar a la gallina de los huevos de oro? ¿Cuánto había en ese maletín?

– Según los federales, cuatrocientos ochenta mil dólares -respondió Bosch.

Edgar emitió un pequeño silbido, mientras Rider negaba con la cabeza.

– Sigo sin entenderlo -insistió ella-. Cuatrocientos ochenta mil es mucho dinero, pero Tony ganaba al menos eso en un año. En términos financieros, matarlo suponía beneficios a corto plazo pero perder a la larga. No tiene sentido.

– Entonces hay algo más en este caso que todavía no sabemos -concedió Bosch-. Tal vez Tony estaba a punto de dejarla; tal vez esa vieja de Las Vegas que nos contó que Tony iba a irse con Layla estaba diciendo la verdad. O quizás hay más pasta por algún lado, pero de momento no veo a nadie más que encaje como posible homicida.

– ¿Y el guarda de la urbanización? -preguntó Rider-. Según su registro, Verónica no salió el viernes en toda la noche ni nadie fue a verla.

– Bueno, habrá que volver a considerarlo -contestó Bosch-. Tiene que haber otra forma de entrar y salir.

– ¿Cuál es el próximo paso? -inquirió Edgar.

– Volver a empezar -respondió Bosch-. Quiero saberlo todo sobre ella: de dónde es, quiénes son sus amigos, qué hace en esa casa todo el santo día, adónde iba cuando Tony estaba de viaje y con quién.

Rider y Edgar asintieron.

– Tiene que haber un cómplice, seguramente un hombre. Y creo que lo encontraremos a través de ella.

El camarero se acercó con una bandeja, que depositó en un carrito desplegable. Los tres detectives miraron en silencio mientras el viejo preparaba los platos. En primer lugar cortó la tapa de cada empanada y, a continuación, sirvió el contenido de cada una encima de las tapas y repartió los platos. Para finalizar depositó los dos vasos de té frío ante Edgar y Rider, sirvió el martini de Bosch de una jarrita de cristal y se marchó sin decir una palabra.

– Obviamente, tenemos que ser muy discretos -les recordó Bosch.

– Desde luego -contestó Edgar-. Y Balas nos ha puesto primeros en la rotación. El próximo caso nos toca a Kiz y a mí solos. Eso nos distraerá de éste.

– Bueno, haced lo que podáis. Si os cae un cadáver, no podemos hacer nada. Mientras tanto, os propongo lo siguiente: vosotros dos investigáis el pasado de Verónica, a ver qué encontráis. ¿Tenéis algún contacto en el Times o las revistas de cine?

– Yo tengo un par en el Times -repuso Rider-. Y conozco a una mujer, la víctima de un caso, que trabaja de recepcionista en la revista Variety.

– ¿Son de confianza?

– Creo que sí.

– Pues pídeles que te busquen a Verónica. Hace unos años tuvo sus quince minutos de fama. Quizá se publicó algo sobre ella y encontramos nombres de personas con las que podamos hablar.

– ¿Y si volvemos a interrogar a Verónica? -sugirió Edgar.

– Creó que es mejor esperar. Quiero tener algo de que hablar.

– ¿Y a los vecinos?

– Eso sí. Con un poco de suerte, ella os verá por la ventana y le dará que pensar. Si subís hasta allá, intentad echarle un vistazo al registró del guarda. Hablad con Nash. Estoy seguro de que sabréis sacárselo sin necesidad de otra orden de registró. Me gustaría revisar la lista de todo el año, ver quién ha entrado a verla, especialmente cuando Tony estaba fuera. A través de los recibos de sus tarjetas de crédito, podemos reconstruir las fechas de sus viajes. Así sabremos cuándo estuvo sola en casa.

Bosch levantó el tenedor. Todavía no había probado bocado porque estaba demasiado inmerso en el casó.

– Además necesitamos el máximo de información sobre el casó; sólo tenemos el expediente que preparó Edgar. Ahora me voy al Parker Center para mi pequeña charla con Asuntos Internos. Por el caminó, me pasaré por la oficina del forense y sacaré una copia de la autopsia. Los federales ya la tienen. También hablaré con Donovan de Investigaciones Científicas a ver si encontró algo en el coche. Además, tiene las huellas de los zapatos. Con un poco de suerte conseguiré copias antes de que vengan los federales y se lo lleven todo. ¿Me dejó algo?

Los otros negaron con la cabeza.

– ¿Quedamos después del trabajó para ver qué hemos descubierto?

Ellos asintieron.

– ¿Os parece en el Cat and Fiddle hacia las seis?

Edgar y Rider volvieron a asentir con la cabeza porque ya estaban ocupados comiendo. Bosch probó la empanada, que había comenzado a enfriarse, y se unió a su silenció. Todos estaban pensando en el casó.

– Está en los detalles -comentó al cabo de un rato.

– ¿El qué? -preguntó Rider.