Bosch se levantó y Zane lo siguió. La entrevista había terminado.
Después de salir del Departamento de Asuntos Internos y agradecerle a Zane su ayuda, Bosch bajó al laboratorio de Investigaciones Científicas en el tercer piso para ver a Art Donovan. El perito acababa de regresar de la escena de un crimen y estaba catalogando todas las pruebas que había recogido.
– ¿Cómo has entrado, Harry? -preguntó Donovan, sin alzar la vista.
– Con la combinación.
La mayoría de los detectives del Departamento de Robos y Homicidios conocía la combinación de la puerta. A pesar de que hacía cinco años que Bosch no trabajaba allí, seguía siendo la misma.
– Ya -dijo Donovan-. Así empiezan los problemas.
– ¿Qué problemas?
– Pues que tú aparezcas aquí mientras yo trabajo con las pruebas. Como me descuide, me las invalidarán en el juicio y yo saldré por la tele haciendo el ridículo.
– Estás paranoico, Artie. Además, no toca otro juicio del siglo hasta dentro de unos años.
– Muy gracioso. ¿Qué quieres?
– ¿Qué ha pasado con mis huellas de zapatos y todo lo demás?
– ¿Del caso Aliso?
– No, del caso Lindbergh. ¿Tú que crees?
– Es que me han dicho que ya no llevabas la investigación. Tengo que prepararlo todo para que lo recoja el FBI.
– ¿Cuándo?
Por primera vez, Donovan levantó la mirada y dejó lo que estaba haciendo.
– Sólo sé que van a mandar a alguien antes de las cinco. -Entonces es mi caso hasta que ellos aparezcan. ¿Qué pasó con las huellas de zapatos que sacaste?
– Nada. He enviado copias al laboratorio del FBI en Washington para ver si podían identificar la marca y el modelo. -¿Y qué?
– Nada, aún no me han contestado. Todos los departamentos del país les mandan cosas, ya lo sabes. Y por lo que me han dicho, cuando llega un paquete de Los Ángeles, se lo toman con calma. No creo que me digan nada hasta la semana que viene. Eso, si tengo suerte.
– Mierda.
– De todos modos ahora es demasiado tarde para llamar a la costa este; probaré el lunes. No sabía que las huellas te importaran tanto -le dijo Donovan-. Comunicación, Harry. Ése es el secreto. Deberías probarlo un día de éstos.
– No te preocupes. Oye, ¿todavía tienes una copia de las huellas?
– Sí.
– ¿Me puedes dar una?
– Claro, pero tendrás que esperarte unos veinte minutos hasta que acabe esto.
– Venga, Artie. Seguramente está en un archivador; son sólo treinta segundos.
– ¡Vale ya, Harry! -exclamó Donovan, exasperado-. Te lo digo en serio. Ya sé que está en un archivador y sólo me llevaría medio minuto encontrártelo, pero si dejo lo que estoy haciendo, se me puede caer el pelo cuando testifique sobre este caso. Ya me imagino al picapleitos gritando: «¿Le está usted diciendo a este jurado que mientras clasificaba las pruebas de este caso, se levantó para buscar las pruebas de otro caso?».
No hace falta ser Perry Mason para convencer a un jurado. Venga, déjame tranquilo y vuelve dentro de media hora.
– Vale, Artie. Te dejo en paz.
– Y llama al timbre antes de entrar. Tenemos que cambiar la combinación de esa puerta. -Esto último lo dijo más para sus adentros que para Bosch.
Harry salió del Parker Center a fumarse un cigarrillo, pero tuvo que caminar hasta la acera para encenderlo. La razón era que había tantos policías fumadores empedernidos que a menudo se congregaba una multitud frente a las puertas del edificio. El jefe de policía opinaba que el gentío y la nube de humo azulado que flotaba de forma permanente en la entrada, causaban muy mala imagen, por lo que había prohibido fumar en la propiedad que rodeaba el edificio. Eso quería decir que la acera de Los Angeles Street parecía el escenario de una manifestación sindical, con policías -algunos de uniforme- caminando arriba y abajo mientras fumaban. Sólo faltaban los piquetes con pancartas. Incluso corría el rumor de que el jefe de policía había hablado con el ayuntamiento para intentar prohibir fumar en la acera, pero le habían dicho que ésta se hallaba fuera de su alcance.
Bosch estaba encendiendo un segundo cigarrillo con la colilla del primero cuando vislumbró la enorme figura del agente del FBI Roy Lindell que salía tranquilamente del cuartel general de la policía. Al llegar a la acera, giró a la derecha, en dirección a la sala de justicia federal. Pese a caminar directamente hacia Bosch, Lindell no lo vio hasta tenerlo casi encima.
– ¿Qué haces? -preguntó, sobresaltado-. ¿Estabas esperándome?
– No, estoy fumándome un cigarrillo. ¿Qué haces tú, Lindell?
– Nada que te importe.
Lindell se dispuso a sortear a Harry.
– ¿Qué tal la charla con Chastain? -le preguntó Bosch.
Lindell se detuvo.
– Me han pedido que viniera a hacer una declaración y eso he hecho. Yo he dicho la verdad; ya veremos qué pasa.
– El problema es que tú no sabes la verdad.
– Lo que sé es que encontraste una pistola que yo no puse ahí. Ésa es la verdad.
– Una parte.
– Bueno, es lo único que sé y eso es lo que le he dicho. Adiós.
Lindell comenzó a alejarse mientras Bosch lo contemplaba. Pero su comentario lo detuvo de nuevo.
– Puede que vosotros tengáis bastante con una parte de la verdad, pero yo no.
Lindell se volvió y se acercó a Bosch.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Adivina.
– No, dímelo tú.
– Pues que alguien nos usó a todos y yo voy a averiguar quién fue. Ya te avisaré cuando lo sepa.
– Oye, tío, tú ya no tienes el caso. Lo estamos investigando nosotros, así que más te vale que lo dejes.
– Lo estáis investigando vosotros -repitió Bosch con sarcasmo-. Seguro que estáis escarbando como locos.
– No te rías. Lo estamos tomando en serio.
– Dime una cosa, Lindell.
– ¿Qué?
– Cuando estabas en Las Vegas, ¿alguna vez fue Tony a recoger el dinero con su mujer?
Lindell se quedó callado un momento mientras decidía si responder a la pregunta. Finalmente negó con la cabeza.
– Nunca -contestó-. Tony siempre decía que ella odiaba ese lugar. Malos recuerdos, supongo.
Bosch intentó disimular su interés.
– ¿Recuerdos de Las Vegas?
Lindell sonrió.
– Para alguien que se supone que tiene todas las respuestas, no sabes mucho, ¿no? Tony la conoció en el club hace unos veinte años. Mucho antes de que yo llegara. Ella era una bailarina que Tony iba a convertir en estrella de cine. El mismo cuento que siguió usando hasta el final. Supongo que después de su mujer aprendió la lección; no casarse con todas.