– Ni hablar -protestó Rider.
– No. Vosotros tenéis un futuro en la policía; yo no. Todos sabemos que Hollywood es lo máximo a lo que puedo aspirar. Así que si la mierda empieza a salpicar, me las cargo yo. Si no estáis de acuerdo, quiero que lo dejéis ahora mismo. -Hubo un silencio hasta que finalmente todos asintieron, uno por uno-. Entonces de acuerdo. Y ahora contadme lo que habéis descubierto.
– Algunas cosas, pero no mucho -contestó Rider-. Jerry ha subido a la urbanización a ver a Nash mientras yo hacía unas cuantas búsquedas en el ordenador y llamaba a mi amigo del Times. Primero busqué en los recibos de la tarjetas de crédito de Tony Aliso y de ahí saqué el número de la seguridad social de Verónica. En la base de datos de la Seguridad Social, descubrí que Verónica no es su verdadero nombre. El nombre que consta en la Seguridad Social es Jennifer Gilroy, nacida hace cuarenta y un años en Las Vegas, Nevada. No me extraña que odiara Las Vegas; la pobre se crió allí.
– ¿Historial laboral?
– Nada hasta que vino aquí y trabajó en TNA Productions.
– ¿Qué más?
Antes de que Rider pudiera contestar, se armó un alboroto cerca de la puerta del bar. La puerta de cristal se abrió y un camarero enorme empujó a un hombre más menudo. El hombrecillo, desaliñado y borracho, gritó algo sobre falta de respeto. El camarero lo arrastró a la fuerza hasta la portezuela de la terraza y lo echó del bar. Pero en cuanto le dio la espalda, el borracho intentó volver a entrar. Entonces el camarero le dio un empujón tan fuerte que el pobre hombre se cayó de culo. Tras aquella humillación, el borracho empezó a proferir amenazas contra el camarero. La gente de algunas mesas se rió por lo bajo mientras el borracho se levantaba y se alejaba dando tumbos.
– Éste ha empezado temprano -comentó Billets-. Adelante, Kiz.
– Bueno, al final la busqué en el ordenador del Centro Nacional de Información sobre Delitos. Jennifer Gilroy fue arrestada dos veces en Las Vegas por prostitución. De esto hace más de veinte años. He llamado al centro y les he pedido que nos envíen las fotos y los expedientes que tengan. Como está en microficha tienen que buscarlo, así que no lo recibiremos hasta la semana que viene. De todos modos, dudo que nos sirvan de algo. Por lo visto, ninguno de los casos llegó a juicio. Ella se declaró culpable y pagó la fianza en ambas ocasiones.
Bosch asintió, ya que no había nada fuera de lo habitual.
– Eso es todo lo que tengo. En el Times no encontré nada. Y mi amiga en el Variety tampoco tuvo mucha suerte. Apenas se mencionaba a Verónica Aliso en la crítica de Víctima del deseo. El artículo dejaba verdes a ella y a la película, pero a mí me gustaría verla de todos modos. ¿Todavía tienes la cinta, Harry?
– Está en mi mesa.
– ¿Sale desnuda? -preguntó Edgar-. Porque si sale desnuda yo también me apunto.
Nadie le hizo caso.
– Bueno, ¿qué más? -prosiguió Rider-. Ah, sí. He encontrado un par de menciones a Verónica Aliso en artículos sobre estrenos. Cuando dijiste que Verónica tuvo sus quince minutos de gloria, creo que te referías a quince segundos, Harry. Bueno, yo ya estoy. ¿Tú qué has encontrado, Jerry?
Tras aclararse la garganta, Edgar contó que se había pasado por la garita de Hidden Highlands, donde Nash se negó a dejarle ver el libro de entradas y salidas sin una orden de registro. Edgar les explicó que había estado toda la tarde intentando obtener una, pero no había encontrado a ningún juez que no se hubiera ido ya de fin de semana. Finalmente halló uno que le firmó la orden y acordó llevársela a Edgar al día siguiente.
– Kiz y yo subiremos mañana. Le echaremos un vistazo al libro y después intentaremos entrevistar a alguno de los vecinos. Como tú dijiste, esperamos que la viuda nos vea por la ventana y tal vez se asuste un poco. Con un poco de suerte quizá cometa algún error.
Era el turno de Bosch, y éste les contó sus hallazgos de esa tarde, incluido su encuentro con Roy Lindell. Harry les reveló que el agente le había dicho que Verónica Aliso había comenzado su carrera haciendo strip-tease en Las Vegas. Después les habló del descubrimiento de Salazar sobre el Pepper Spray. Bosch compartía la opinión del forense de que había sido una mujer la que había rociado a Tony con el aerosol de defensa personal poco antes de su muerte.
– ¿Crees entonces que podría haberlo hecho ella sola? -preguntó Billets.
– Eso no importa porque no estaba sola -respondió Bosch.
Acto seguido, Harry se colocó el maletín en el regazo y extrajo las copias de las huellas que Donovan había sacado del cuerpo y el parachoques del Rolls. Bosch dispuso las fotos en medio de la mesa para que los demás pudieran verlas.
– Es un cuarenta y cuatro. Artie dice que pertenece a un hombre bastante grande. Eso quiere decir que tal vez la mujer lo rociara con el aerosol, pero este tío lo remató. -Bosch señaló las huellas y agregó-: El hombre apoyó el pie derecho en la espalda de la víctima para poder acercarse y dispararle a quemarropa; muy frío y eficiente. El tío debía de ser un profesional, tal vez alguien de la época de Verónica en Las Vegas.
– El mismo que colocó la pistola en casa de Goshen -sugirió Billets.
– Yo creo que sí.
Bosch había estado vigilando la entrada, por si el borracho decidía volver y cumplir su amenaza. Sin embargo, al mirar en esa dirección, no vio al borracho sino al agente Ray Powers. Powers, que seguía llevando sus gafas de espejo a pesar de que era casi de noche, entró en el patio y se detuvo a hablar con el camarero. Con grandes aspavientos, el camarero le contó al corpulento policía el incidente del borracho y sus amenazas. Powers recorrió las mesas con la mirada y, al ver a Bosch y los otros, se deshizo del camarero y se acercó a ellos.
– Ya veo que las eminencias grises se han tomado un descanso -comentó.
– Eso es, Powers -replicó Edgar-. Creo que el hombre que buscas está meando detrás de esos arbustos.
– Sí, buana. Ahora mismo voy a buscarlo.
Powers miró a los demás con una sonrisa de satisfacción en los labios. Entonces vio las copias de las huellas y las señaló con la barbilla.
– ¿A esto le llamáis vosotros una sesión de estrategia investigativa? Bueno, os voy a dar una pista. Son huellas de zapatos. -Powers sonrió, orgulloso de su chiste.
– Estamos fuera de servicio, Powers -le informó Billets-. ¿Por qué no haces tu trabajo y nos dejas a nosotros el nuestro?
Powers le hizo un saludo militar.
– Alguien tiene que trabajar, ¿no? -El agente se marchó sin esperar respuesta.
– Este tío es un chulo de mierda -comentó Rider.
– Está cabreado porque le dije a su teniente lo de la huella que dejó en el Rolls -explicó Billets-. Creo que le cayó una buena bronca. Bueno, volvamos a lo nuestro. ¿Qué opinas, Harry? ¿Tenemos suficiente información para hablar con Verónica?