– Casi. Mañana yo iré con ellos a ver el libro de entradas y salidas. Tal vez le hagamos una visita, pero me gustaría tener algo más concreto de que hablar.
Billets asintió.
– Quiero que me mantengáis informada. Llamadme al mediodía.
– De acuerdo.
– Cuanto más tiempo pase, más difícil será guardar el secreto de la investigación. Creo que el lunes tendremos que hablar sobre lo que hemos descubierto y decidir si pasárselo al FBI.
– No estoy de acuerdo -intervino Bosch, negando con la cabeza-. Les demos lo que les demos, los federales no van a hacer nada. Si quiere solucionar el caso, tiene que dejarnos solos y mantener al margen al FBI.
– Lo intentaré, Harry, pero llegará un momento en que será imposible. Estamos realizando una investigación en toda regla de forma ilegal. Correrá la voz; ya verás. Yo sólo digo que será mejor si la voz viene de mí y puede ser controlada.
Bosch asintió, no muy convencido. Aunque sabía que la teniente tenía razón, se resistía a la sugerencia. El caso les pertenecía a ellos. A él. Todo lo que le había ocurrido en la última semana lo hacía mucho más personal. Por eso no quería cedérselo a nadie.
Después de guardar las huellas, Harry se terminó la cerveza y preguntó cuánto les debía.
– Invito yo -declaró Billets-. Cuando celebremos la resolución del caso, pagas tú.
– De acuerdo.
Al llegar a su casa, Bosch encontró la puerta cerrada con llave y la llave que le había dado a Eleanor Wish debajo del felpudo. Lo primero que miró al entrar fue la pared. El cuadro de Hopper seguía allí, pero ella se había ido. Recorrió toda la casa, pero no halló ninguna nota. Su ropa ya no estaba en el armario. Ni su maleta.
Bosch se sentó en la cama y pensó en Eleanor. Aquella mañana habían dejado las cosas bastante abiertas. Harry se levantó temprano y, mientras ella lo contemplaba desde la cama, él le preguntó qué iba a hacer ese día. Ella le contestó que no lo sabía.
Al final se había ido. Bosch se pasó una mano por la cara; ya comenzaba a sentir su ausencia. Cuando rememoró su conversación de la noche anterior, decidió que se había equivocado; a Eleanor le había costado mucho confesarle su complicidad con la mafia, pero él sólo la había juzgado en términos de cómo le afectaba a él y a su caso. No a ella. Ni a ellos dos.
Bosch se recostó en diagonal sobre la cama, extendió los brazos y contempló el techo. Notaba la cerveza haciéndole efecto, dándole sueño.
– Vale -dijo en voz alta.
Se preguntaba si ella lo llamaría o si transcurrirían cinco años antes de que se volvieran a encontrar por casualidad. Entonces pensó en la cantidad de cosas que le habían pasado en el último lustro y lo larga que había sido la espera. El cuerpo comenzó a dolerle y cerró los ojos.
– Vale.
Bosch se durmió y soñó que estaba solo en un desierto sin carreteras. A su alrededor sólo había kilómetros y kilómetros de terreno desolado.
VI
A las siete de la mañana del sábado Bosch se compró dos cafés y dos donuts en el puesto de Bob del Farmers Market y se dirigió al claro del bosque donde habían encontrado el cadáver de Tony Aliso. Mientras comía y se tomaba el café, contempló la capa de aire marino que envolvía la ciudad dormida. El sol del amanecer proyectaba las sombras de los rascacielos del centro, que semejaban enormes monolitos opacos en la neblina de la mañana. Era un espectáculo impresionante del cual Bosch se sintió el único testigo.
Cuando terminó de comer, Harry se limpió los dedos pringosos de azúcar con una servilleta de papel que había humedecido en la fuente del mercado. Después metió todos los papeles en la bolsa de los donuts y arrancó el coche.
Bosch, que se había dormido temprano el viernes por la noche, se despertó antes del amanecer completamente vestido y con unas ganas locas de salir de casa y hacer algo. Harry siempre había creído que uno tenía éxito en una investigación si trabajaba sin descanso. Así pues, había decidido emplear la mañana intentando encontrar el lugar donde los asesinos de Tony Aliso habían interceptado el Rolls-Royce.
Por un par de razones, Bosch concluyó que el secuestro había tenido que producirse en Mulholland Drive, cerca de la entrada a Hidden Highlands. En primer lugar, porque el claro estaba junto a Mulholland. Si la operación se hubiera llevado a cabo en las inmediaciones del aeropuerto, el coche seguramente habría aparecido por los alrededores, no a casi veinticinco kilómetros de distancia. El segundo motivo era que resultaba más fácil y discreto interceptar el vehículo en la oscuridad de Mulholland. Siempre había mucho tráfico en la zona del aeropuerto, por lo que presentaba un riesgo mucho mayor.
La siguiente pregunta era si los asesinos de Aliso lo habían seguido desde Burbank o si simplemente lo habían esperado en su puesto en Mulholland. Bosch decidió que esto último era lo más probable, ya que si era una pequeña operación -de dos personas, máximo- seguir al coche habría resultado demasiado sospechoso. La cosa resultaba aún más complicada en Los Ángeles, donde el propietario de un Rolls-Royce sería muy consciente del peligro de un asalto. Bosch dedujo que los asesinos habrían esperado en Mulholland e ideado un plan para que Aliso se detuviera a pesar de que llevaba cuatrocientos ochenta mil dólares en metálico en su maletín. Bosch adivinó que la única forma de hacer parar a Aliso era utilizar a su mujer. Entonces se imaginó los faros del Rolls-Royce que, tras una curva, iluminaban a Verónica Aliso pidiendo socorro. Tony se habría parado seguro.
Bosch sabía que el lugar de espera debía ser un punto de Mulholland por donde Tony tuviera que pasar a la fuerza. Sólo había dos rutas lógicas desde el aeropuerto a Hidden Highlands que pasaran por Mulholland. Una era por el norte, cogiendo la autopista 405 y la salida de Mulholland. La otra era seguir La Cienaga Boulevard desde el aeropuerto, subir por Laurel Canyon y continuar montaña arriba por Mulholland.
Las dos rutas sólo tenían un kilómetro de Mulholland en común y, como no había forma de saber cuál elegiría Aliso esa noche, a Bosch le pareció obvio que el secuestro se produjo en algún punto de ese kilómetro. Harry se fue para allá y estuvo conduciendo arriba y abajo durante más de una hora hasta decidir qué lugar habría escogido él para interceptar el coche de Aliso. El sitio estaba en una curva muy cerrada, a unos ochocientos metros de la entrada a Hidden Highlands. Era una zona con pocas casas, todas ellas en la parte sur, en una colina bastante por encima de la carretera. Al norte había una pendiente muy pronunciada, sin edificar y cubierta de eucaliptos y acacias. Era el sitio ideaclass="underline" solitario y oculto.
Una vez más, Bosch imaginó a Tony Aliso tomando la curva. Los faros de su Rolls-Royce enfocaron a su propia mujer en medio de la carretera. Aliso se detuvo, confuso: ¿qué hacía ella allí? Cuando salió del coche, apareció el cómplice por la ladera norte. La mujer lo roció con el aerosol y el cómplice lo acompañó hasta el maletero del Rolls. Aliso debió de frotarse los ojos, cegado, mientras lo metían a la fuerza en el maletero y lo maniataban. Lo único que debía preocuparles a los asesinos era que otro automóvil asomara por la curva y los iluminara con sus faros. Sin embargo, con lo tarde que era y lo apartado del lugar, no parecía probable. Toda la operación podía llevarse a cabo en menos de quince segundos. Por eso habían empleado el aerosol; no porque fuera una mujer, sino porque les permitía acelerar la maniobra.