El haz de luz dejó de moverse. Bosch supuso que el sospechoso había hallado el lugar donde tendría que haber estado la bolsa. Tras un momento de vacilación, recorrió el bosque con la linterna, iluminando a Bosch durante una fracción de segundo. Sin embargo, la luz no volvió a él, sino que se detuvo en la lona azul, tal como Harry había supuesto que ocurriría. Luego el individuo comenzó a avanzar, siempre guiado por la linterna. El hombre -si es que se trataba de un hombre- tropezó al acercarse al hogar de George y, unos instantes más tarde, desapareció tras el plástico azul. Bosch sintió una descarga de adrenalina por todo el cuerpo. Una vez más, se acordó de Vietnam. En esa ocasión evocó los túneles: atacar al enemigo en la oscuridad, con la consiguiente sensación de terror y emoción. Harry sólo había admitido esto último cuando logró salir sano y salvo de aquel infierno. Y en parte para reemplazar esa sensación, se había unido a la policía.
Con la esperanza de que no le crujieran las rodillas, Bosch se puso en pie muy despacio con la vista fija en la luz de la linterna. Edgar y él habían colocado la bolsa debajo de la lona después de rellenarla con papel de periódico arrugado. Bosch comenzó a avanzar hacia el refugio lo más silenciosamente posible. En teoría, mientras él se acercaba por la izquierda, Edgar lo hacía por la derecha. Sin embargo, la oscuridad le impedía comprobarlo.
Bosch estaba a tres metros de distancia y oía la respiración acelerada de la persona bajo la lona. A continuación oyó el ruido de una cremallera que se abría, seguido de una exclamación.
– ¡Mierda!
Bosch se acercó y reconoció la voz justo al llegar a la parte descubierta del refugio. Acto seguido, apuntó su arma y su linterna en esa dirección.
– ¡Alto! ¡Policía! -gritó Bosch, al tiempo que encendía la linterna-. De acuerdo, sal de ahí, Powers.
Casi inmediatamente se encendió una linterna a la derecha de Bosch.
– ¿Qué coño…? -comenzó a decir Edgar.
Enfocado por ambas linternas estaba el agente Ray Powers. El corpulento policía, vestido de uniforme, sostenía su propia linterna de patrulla en una mano y la pistola en la otra. Powers se había quedado boquiabierto, con una expresión de asombro total.
– Bosch, ¿qué coño haces aquí? -exclamó.
– Eso digo yo, Powers -replicó Edgar, furioso-. ¿Sabes qué coño has hecho? Te has metido en una… ¿Qué hacías aquí, tío?
Powers bajó el arma y la enfundó.
– Estaba… Bueno, me avisaron. Alguien debió de veros escondiéndoos por aquí. Me dijeron que había dos tíos merodeando por el bosque.
Bosch se alejó del refugio sin bajar su pistola.
– Sal de ahí, Powers -le ordenó.
Powers obedeció. Bosch le apuntó con la linterna en la cara.
– ¿Y el aviso? ¿Quién lo dio?
– Un tío que pasaba en coche por la carretera. Debió de veros por aquí. ¿Quieres quitarme eso de la cara?
Bosch no le hizo caso.
– ¿Entonces qué? -preguntó-. ¿A quién llamó?
Después de llevar a Bosch y Edgar hasta allí, la misión de Rider era aparcar en una calle cercana y escuchar la radio de la policía. Bosch sabía que, de haberse producido esa llamada, la detective habría anulado la visita de la patrulla diciéndoles que se trataba de una operación de vigilancia.
– No llamó. Yo iba en el coche y el tío me paró.
– ¿Te dijo que acababa de vernos?
– Eh… no. Me paró hace un rato, pero no he podido comprobarlo hasta ahora.
Bosch y Edgar se habían apostado en el bosque a las dos y media. A esa hora era de día y Powers todavía no estaba de servicio. El único coche en la zona era el de Rider. Bosch sabía que Powers mentía y todo comenzaba a cobrar sentido: el hallazgo del cadáver, la huella en el maletero, el Pepper Spray y la razón por la cual le habían quitado las ligaduras de las muñecas. Todo estaba allí, en los detalles.
– ¿Cuánto tiempo hace? -insistió Bosch.
– Bueno, justo después de empezar mí ronda. No me acuerdo de la hora.
– ¿Era de día?
– Sí. ¡Baja ya la linterna!
Bosch siguió sin hacerle caso.
– ¿Cómo se llamaba el ciudadano que nos vio?
– No me dio su nombre. Era un tío en un jaguar que me paró en el cruce de Laurel Canyon y Mulholland. Me contó lo que había visto y yo le dije que lo comprobaría en cuanto pudiera. Así que vine a verlo y entonces vi la bolsa. Me imaginé que sería la del tío del maletero; vi la circular sobre el coche y el equipaje, así que sabía que lo estabais buscando. Siento baberos jodido el asunto, pero deberíais haber informado al oficial de guardia. Joder, Bosch, me estás dejando ciego.
– Sí, nos lo has jodido -repitió Bosch, que finalmente dejó de apuntarle con la linterna. También bajó la pistola, pero no la enfundó sino que se la guardó debajo del poncho-. Ya no vale la pena continuar. Powers, sube hasta tu coche. Jerry, coge la bolsa.
Bosch ascendió por la colina detrás de Powers con la linterna enfocada en la espalda del policía. Harry sabía que si hubieran esposado a Powers en el refugio, no podrían haberlo llevado hasta la carretera debido a la pronunciada pendiente y a que el agente podría haber ofrecido resistencia. Por eso tuvo que engañarlo y hacerle pensar que no pasaba nada.
En la cima de la colina, Bosch esperó a que Edgar llegara antes de actuar.
– ¿Sabes lo que no entiendo, Powers?
– ¿Qué?
– No entiendo por qué esperaste hasta la noche para comprobar una queja que recibiste durante el día. ¿Te dicen que dos personas sospechosas están merodeando por los bosques y tú decides esperar hasta que oscurezca para ir a comprobarlo tú solo?
– Ya te lo he dicho. No he tenido tiempo.
– Y una mierda, Powers -le espetó Edgar, que o bien acababa de comprender o le había seguido el juego a Bosch perfectamente.
Los ojos de Powers se apagaron al concentrarse en lo que debía hacer. Harry aprovechó el momento para apuntar su pistola entre esos dos portales vacíos.
– No pienses tanto, Powers; se acabó -le anunció-. Ahora estate quieto. ¿Jerry?
Edgar se acercó por la espalda y le arrebató la pistola a Powers. Tras arrojarla al suelo, le agarró las manos y lo esposó. Cuando hubo terminado recogió el arma. A Bosch le pareció que Powers seguía retraído, con la mirada totalmente ausente. De pronto el policía volvió a la realidad.
– Estáis locos. La habéis cagado de verdad -afirmó con rabia contenida.
– Ya lo veremos. Jerry, ¿lo tienes? Quiero llamar a Kiz.
– Adelante. Lo tengo cogido por los huevos -respondió Edgar-. Espero que intente escapar. Anda, Powers, a ver si me alegras el día.
– ¡Vete a la mierda, Edgar! No sabéis lo que hacéis. ¡Os la vais a cargar! ¡Os la vais a cargar con todo el equipo!
Edgar no replicó. Bosch se sacó el walkie-talkie del bolsillo y pulsó el botón para hablar.