– Kiz, ¿estás ahí?
– Sí.
– Ven aquí. Rápido.
– Voy.
Bosch se guardó el walkie-talkie y todos permanecieron en silencio un minuto hasta que vieron la luz azul de la sirena de Rider. Harry se acercó. La luz intermitente iluminaba las copas de los árboles del bosque. Bosch se dio cuenta de que desde abajo, desde el refugio de George, podía parecer que las luces vinieran del cielo. En ese momento lo vio todo claro. La nave espacial de George había sido el coche patrulla de Powers y el secuestro una parada de inspección de la policía; la forma ideal de detener a un hombre que llevaba casi medio millón de dólares en efectivo. Powers se había limitado a esperar el Rolls blanco de Aliso, seguramente en el cruce de Mulholland y Laurel Canyon. Luego lo había seguido y había encendido las luces al llegar a aquella curva solitaria. Tony debió de pensar que iba demasiado rápido y se detuvo.
Rider aparcó detrás del coche patrulla, y Bosch fue a hablar con ella.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Rider.
– Powers. Es Powers.
– Dios.
– Sí. Quiero que tú y Jerry lo llevéis a la comisaría. Yo os seguiré en el coche patrulla.
Bosch regresó con Edgar y Powers.
– Vale, vámonos.
– Acabáis de perder vuestros trabajos -amenazó Powers-. La habéis cagado.
– Nos lo cuentas en la comisaría.
Cuando cogió a Powers del brazo, Bosch notó su musculatura. Edgar y él lo metieron en el asiento de atrás del coche de Rider y Edgar se sentó junto a él. Bosch asomó la cabeza por la puerta abierta para darles instrucciones.
– Quitádselo todo y encerradlo en una de las salas de interrogación. No os olvidéis de la llave para las esposas -les recordó-. Yo os sigo en el coche.
Dicho eso, Bosch cerró la puerta y golpeó dos veces en el techo del vehículo. Acto seguido se dirigió al coche patrulla, depositó la bolsa de Aliso en el asiento de atrás y se sentó al volante. Cuando Rider arrancó, Bosch la siguió a toda velocidad hacia Laurel Canyon.
Billets tardó menos de una hora en presentarse. Cuando llegó, los tres detectives estaban sentados en la mesa de Homicidios. Bosch estaba repasando el expediente del caso con Rider, que tomaba notas en una libreta. Edgar, por su parte, estaba escribiendo a máquina. La teniente entró con un ímpetu y una mirada acorde con las circunstancias. Bosch aún no había hablado con ella, porque había sido Rider quien la había avisado.
– ¿Qué me estás haciendo? -preguntó Billets, taladrando a Bosch con la mirada.
La teniente se dirigía a Bosch porque era el jefe del equipo y la responsabilidad de aquella posible catástrofe caería enteramente sobre él. A Harry no le importaba, no sólo porque le parecía justo, sino porque en la media hora que había tenido para repasar el expediente y las demás pruebas del caso, su confianza había ido en aumento.
– ¿Que qué le estoy haciendo? Le he traído a su asesino.
– Te dije que llevaras una investigación discreta y cuidadosa -respondió Billets-. ¡No que montaras una operación chapucera y detuvieras a un poli! No me lo puedo creer.
Billets se puso a caminar arriba y abajo, sin mirarlos a los ojos. La oficina de detectives estaba vacía a excepción de ellos cuatro.
– Es Powers, teniente -le informó Bosch-. Si se calma, podremos…
– Ah, ¿conque es él? ¿Y tienes pruebas? ¡Genial! Ahora mismo llamo al fiscal para qué tome nota de los cargos. Por un momento creí que habíais trincado a este hombre sin apenas tener pruebas contra él. -Billets se paró y fulminó a Bosch con la mirada.
– En primer lugar, detenerlo fue una decisión mía -explicó Bosch con toda la calma posible-. Y tiene razón, todavía no tenemos suficientes pruebas para llamar al fiscal, pero las conseguiremos. No me cabe ninguna duda de que Powers es nuestro hombre. Fueron él y la viuda.
– Vaya, me alegro de que a ti no te quepa ninguna duda, pero tú no eres el fiscal ni el maldito jurado.
Bosch no respondió porque era inútil. Tenía que esperar a que se disipara la rabia de la teniente antes de poder hablar con tranquilidad.
– ¿Dónde está? -quiso saber Billets.
– En la sala tres -contestó Bosch.
– ¿Qué le habéis dicho al oficial de guardia?
– Nada, porque ocurrió al final del turno. Powers iba a recoger la bolsa de Aliso y luego a fichar, así que pudimos encerrarlo mientras estaban pasando lista para el siguiente turno y no había nadie por los pasillos. Yo aparqué su coche y dejé la llave en la oficina de guardia. Le dije al teniente que estaba de servicio que íbamos a usar a Powers para un pequeño registro porque necesitábamos a un agente de uniforme. Él me contestó que de acuerdo y supongo que se fue a casa. Que yo sepa, nadie sabe que lo tenemos ahí.
Billets reflexionó un instante. Cuando habló, parecía más tranquila; más como la persona que normalmente ocupaba el despacho acristalado.
– De acuerdo. Voy a pasarme por allí a buscar café, a ver si me preguntan por él. Cuando vuelva, quiero hablar de todo esto con detalle para ver qué tenemos.
Billets se dirigió lentamente hacia el pasillo al fondo de la oficina de detectives. Bosch la contempló mientras se alejaba y después marcó el número de la oficina de seguridad del Mirage. Tras dar su nombre a la persona que contestó, le dijo que tenía que hablar urgentemente con Hank Meyer.
Cuando el hombre mencionó que eran más de las doce, Bosch insistió en que era una emergencia y le aseguró que Meyer estaría dispuesto a hablar con él. Bosch le dio todos los números donde podría localizarlo, empezando con su teléfono de la comisaría, y colgó. Después volvió a repasar la documentación del caso.
– ¿Has dicho que está en la tres?
Bosch levantó la vista y asintió. Billets había vuelto con una taza de café humeante.
– Quiero echarle un vistazo.
Bosch la acompañó por el pasillo hasta llegar a las cuatro puertas que daban a las salas de interrogación. Las puertas número uno y dos estaban a la izquierda; la tres y la cuatro a la derecha, a pesar de que no había una sala número cuatro. Aquella puerta daba a un pequeño cubículo con una ventana de cristal que permitía observar la sala tres. Al otro lado del cristal había un espejo. Billets entró en la sala cuatro y vio a Powers sentado en una silla directamente enfrente del espejo, tieso como una vara. Tenía las manos esposadas a la espalda; todavía llevaba el uniforme, pero le habían quitado el cinturón. Powers miraba directamente su imagen en el espejo, lo cual producía un efecto un poco siniestro en la sala cuatro. Parecía que los estuviera mirando directamente a los ojos, como si no hubiera nada que los separase.
Billets miró a aquel hombre con la vista fija en ella.
– Ya sabes que hay mucho en juego -susurró.
– Sí -contestó Bosch.
Los dos permanecieron un rato en silencio hasta que Edgar abrió la puerta para anunciar que Hank Meyer estaba al teléfono. Bosch regresó a la oficina y le pidió a Meyer lo que necesitaba. Meyer le contestó que estaba en casa y tendría que ir al hotel, pero que lo llamaría lo antes posible. Bosch le dio las gracias y colgó. Para entonces, Billets se había sentado en una de las sillas de la mesa de Homicidios.