– Vale -dijo-. Contadme exactamente qué ha pasado.
Bosch, que seguía siendo el responsable, se pasó los siguientes quince minutos narrando cómo había encontrado la bolsa de Tony Aliso, cómo le había tendido la trampa a Verónica y esperado en el bosque de Mulholland hasta que apareció Powers. Luego le dijo que la explicación que Powers les había dado no tenía ningún sentido.
– ¿Qué más ha dicho? -preguntó Billets al final.
– Nada. Jerry y Kiz lo metieron en la sala y ya está.
– ¿Y qué más tenéis?
– Para empezar, tenemos su huella en el interior de la puerta del maletero. También tenemos pruebas de su asociación con la viuda.
Billets arqueó las cejas, sorprendida.
– En eso estábamos trabajando cuando usted llegó. El domingo por la noche, al buscar el nombre de la víctima en el ordenador, a Jerry le salió una denuncia de robo. Alguien entró en la casa de Aliso en el mes de marzo. Jerry encontró el informe, pero no parecía guardar conexión con el caso; era un robo normal y corriente. Sin embargo, el agente que recibió la denuncia de la señora Aliso era Powers. Creemos que la relación comenzó con el robo; ahí es donde se conocieron. Después de eso, tenemos la lista de entradas y salidas de la garita del guardia. En la lista están anotadas las rondas que hizo la policía en Hidden Highlands con el número del coche patrulla. La lista muestra que el vehículo asignado a Powers había estado patrullando la urbanización dos o tres noches a la semana, las mismas que sabemos por sus tarjetas de crédito que Tony estaba fuera de la ciudad. Creemos que iba a verse con Verónica.
– ¿Qué más? -preguntó la teniente-. De momento sólo tenéis un montón de casualidades.
– Las casualidades no existen -dijo Bosch-. No como éstas.
– Continúa.
– Como le decía, la historia de Powers de por qué fue al bosque no tiene sentido. Bajó a buscar la bolsa de Aliso y la única forma de que supiera que valía la pena volver a por ella era a través de Verónica. Es él, teniente. Él es el asesino.
Billets meditó un momento. Bosch creía que sus argumentos comenzaban a convencerla, pero aún tenía otra carta en la manga.
– Hay otra cosa. ¿Recuerda nuestro problema con Verónica? No sabíamos cómo podía haber salido de Hidden Highlands sin que apareciera en la lista de entradas y salidas.
– Sí.
– Pues bien, la lista muestra que la noche del asesinato, el coche de Powers entró a patrullar en dos ocasiones. Las dos veces fue cosa de entrar y salir. La primera vez entró a las diez y salió a las diez y diez. La segunda entró a las once cuarenta y ocho y salió cuatro minutos más tarde. En la lista constaba como una patrulla de rutina.
– ¿Y qué?
– La primera vez entró y la recogió a ella. Verónica se ocultó en el suelo del asiento de atrás. Fuera estaba oscuro y el guarda sólo vio a Powers que volvía a salir. Los dos esperaron a Tony, se lo cargaron y después Powers la llevó a casa, lo cual explica la segunda entrada.
– Parece que encaja -opinó Billets, asintiendo con la cabeza-. ¿Cómo ves el asesinato en sí?
– Siempre habíamos pensado que tuvieron que hacerlo dos personas. Verónica sabía en qué vuelo llegaba Tony; eso les permitió calcular la hora. Powers la fue a buscar y los dos se plantaron en el cruce de Laurel Canyon y Mulholland a esperar al Rolls blanco, que debió de pasar alrededor de las once. Powers siguió a Tony hasta la curva cerca del bosque, encendió las luces del coche patrulla y le indicó que se detuviera, como si se tratara de un control de la policía. Entonces le ordenó a Tony que saliera del coche y se dirigiera al maletero, que tal vez abrió Tony o tal vez Powers después de esposarlo. De cualquier forma, Powers descubrió entonces que tenía un problema: la bolsa y la caja de vídeos no le dejaban mucho espacio libre. Powers no tenía demasiado tiempo porque un coche podría aparecer por detrás y descubrirlos, así que cogió la bolsa y la caja y las arrojó colina abajo. Entonces le dijo a Tony que se metiera en el maletero. Tony quizá se negó y se resistió un poco. Total, que Powers lo roció con su Pepper Spray y lo metió en el maletero. Quizá Powers le quitó los zapatos en ese momento, para evitar que hiciera ruido ahí dentro.
– Aquí entra Verónica -prosiguió Rider-. La viuda condujo el Rolls mientras Powers la seguía en el coche patrulla. Los dos sabían adónde iban. Necesitaban un lugar donde el coche no pudiera ser hallado en varios días, a fin de que Powers tuviera tiempo de ir a Las Vegas, colocarle la pistola a Goshen y dejar un par de pistas más, como la llamada anónima a la Metro. La llamada e-a lo que iba a señalar a Luke Goshen como culpable, no las huellas dactilares. Eso fue un golpe de suerte para ellos. Bueno, me estoy adelantando. Decía que Verónica condujo el Rolls y Powers la siguió hasta el claro que da al Hollywood Bowl. Ella abrió el maletero y Powers hizo el trabajo sucio. O tal vez él le pegó un tiro y la obligó a ella a pegar el segundo. De esa manera eran cómplices de verdad, hermanos de sangre.
Billets asintió con semblante serio.
– Parece un poco arriesgado. ¿Y si a él lo llamaban por la radio? Todo el plan se habría ido a la porra.
– Ya lo habíamos pensado, así que Jerry habló con la oficina de guardia. Gómez, el oficial de servicio esa noche, recuerda que Powers tuvo un turno tan ajetreado que no cenó hasta las diez. Luego no supo nada de él hasta el final del turno de vigilancia.
Billets volvió a asentir.
– ¿Y las huellas de los zapatos? ¿Son suyas?
– Ahí Powers ha tenido suerte -intervino Edgar-. Hoy lleva unas botas nuevas, como si se las acabara de comprar.
– Mierda.
– Sí -convino Bosch-. Creemos que ayer vio las huellas en el Cat & Fiddle y hoy se ha comprado unas botas nuevas.
– Vaya, hombre…
– Bueno, todavía queda la posibilidad de que no se haya deshecho de las viejas. Estamos intentando obtener una orden de registro de su casa. Ah, y tampoco tenemos tan mala suerte. Jerry, cuéntale lo del Pepper Spray.
Edgar se apoyó sobre la mesa.
– Acabo de ir al cuarto de material y le he echado un vistazo al inventario. Por lo visto, el domingo Powers cogió una carga de oleo capsicum, pero luego no hizo un informe de empleo de fuerza.
– O sea, que usó su aerosol, pero no se lo dijo al oficial de servicio -resumió Billets.
– Eso es.
Billets repasó mentalmente todo lo que le habían contado.
– De acuerdo -concluyó-. Habéis encontrado mucho en muy poco tiempo, pero de momento es todo circunstancial y puede tener una explicación. Aunque lograrais probar que él y la viuda se habían estado viendo, eso no prueba que asesinaran a Aliso. La huella dactilar del maletero puede explicarse como una torpeza en el escenario del crimen. Y tal vez sea eso.