Bosch se levantó y continuó con la historia mientras paseaba por el despacho. Estaba demasiado cansado para estar mucho rato sentado sin que lo venciera la fatiga.
– O sea que ése era el objetivo del segundo viaje. Powers fue a Las Vegas y espió a Tony de nuevo para recoger información. Siguió al tío que le daba el dinero a Tony, Luke Goshen. Powers no tenía ni idea de que Goshen fuera un agente federal, así que él y Verónica lo eligieron como chivo expiatorio y tramaron un plan para que el asesinato pareciera un golpe de la mafia. Música en el maletero.
– Es bastante enrevesado.
– Sí. Powers asegura que todo el plan fue idea de ella y a mí me parece que es verdad. Creo que el tío es listo, pero no tanto. Todo esto fue idea de Verónica; Powers era sólo alguien que le siguió la corriente. Aunque ella tenía una salida de emergencia que Powers no conocía.
– El propio Powers.
– Sí. Verónica lo preparó todo para que él cargara con las culpas, pero sólo si nos acercábamos demasiado. Powers me ha dicho que ella tenía una llave de su casa, el bungalow de Sierra Bonita. Ella debió de ir allí esta semana, metió las fotos debajo del colchón y la caja de dinero en el altillo. Muy astuto por su parte. Cuando Jerry y Kiz la traigan, ya sé exactamente lo que va a decir. Nos dirá que él lo hizo todo, que se enamoró de ella, que tuvieron una aventura y ella lo dejó. Después él se cargó a su marido. Cuando ella se dio cuenta de lo que había ocurrido, no pudo decir nada. Powers la obligó a guardar silencio y ella no tuvo otra elección. Él era policía y la amenazó con acusarla de todo si no le obedecía.
– Es una buena historia. De hecho, creo que todavía podría funcionar con un jurado. La podrían soltar.
– Puede ser. Todavía tenemos trabajo que hacer.
– ¿Y el dinero que se quedó Aliso?
– Buena pregunta. En ninguna de las cuentas bancarias de Aliso aparece la cantidad de dinero de la que habla Powers. Al parecer, ella le contó que estaba en una caja de seguridad, pero no le dijo dónde. Tiene que estar en algún sitio. La encontraremos.
– Si es que existe.
– Yo creo que sí. Ella le colocó medio millón de dólares a Powers para cargarle el muerto. Eso es mucho dinero, a no ser que tengas un par de millones más escondidos en algún sitio. Eso es lo que nosotros…
Bosch miró la oficina de detectives a través del cristal. Edgar y Rider caminaban hacia el despacho de la teniente, pero Verónica Aliso no iba con ellos. Cuando entraron en la oficina con cara de preocupación, Bosch ya sabía lo que iban a decir.
– Se ha ido -anunció Edgar.
Bosch y Billets se los quedaron mirando.
– Parece que se largó ayer por la noche -explicó Edgar-. Sus coches todavía están allí, pero no hay nadie en la casa. Nosotros entramos por la puerta de atrás y no había nadie.
– ¿Se ha llevado la ropa o las joyas? -preguntó Bosch.
– Creo que no. Se ha ido y punto.
– ¿Se lo preguntasteis al guarda?
– Sí, hablamos con él. Ayer ella tuvo dos visitas. El primero era un mensajero a las cuatro y quince, del servicio de mensajería Legal Eagle. El chaval estuvo unos cinco minutos; entró y salió. Y por la noche tuvo otra visita, bastante tarde. El tío dio el nombre John Galvin. Ella ya había llamado al guarda y le había dicho que cuando llegara alguien con ese nombre lo dejara pasar. El guarda apuntó la matrícula y la hemos buscado: es un coche alquilado en un Hertz de Las Vegas. Intentaremos localizarlo. Total, que Galvin se quedó hasta la una de la mañana. El tío se largó justo cuando nosotros estábamos en el bosque trincando a Powers. Ella seguramente se marchó con él.
– Hemos llamado al guarda que estaba de servicio ayer por la noche -dijo Rider-, pero no se acordaba de si Galvin salió solo o no. No recuerda haber visto a la señora Aliso, pero podría haber estado escondida en el asiento de atrás.
– ¿Sabemos quién es su abogado? -preguntó Billets.
– Sí -contestó Rider-. Neil Denton, de Century City.
– Vale, Jerry, tú sigue la pista del coche alquilado en Hertz y, Kiz, tú intenta localizar a Denton y averiguar por qué le envió un mensajero a Verónica en pleno fin de semana.
– De acuerdo -dijo Edgar-. Pero tengo un mal presentimiento. Creo que se ha esfumado.
– Pues tendremos que encontrarla -replicó Billets-. Adelante.
Edgar y Rider volvieron a su mesa y Bosch permaneció unos segundos en silencio, dándole vueltas a los últimos acontecimientos.
– ¿Crees que deberíamos haberla vigilado? -preguntó Billets.
– Bueno, ahora parece que sí. Pero no es culpa nuestra; no disponíamos de los recursos humanos. Además, no teníamos nada concreto contra ella hasta hace un par de horas.
Billets asintió con la preocupación reflejada en el rostro.
– Si no encuentran una pista sobre ella en los próximos quince minutos, anúncialo por radio.
– De acuerdo.
– Volviendo a Powers, ¿crees que nos oculta algo?
– No lo sé. Es probable. Todavía me queda la pregunta de por qué ahora.
– ¿Qué quieres decir?
– Que Aliso llevaba años yendo a Las Vegas y trayendo maletas llenas de dólares. Según Powers hacía años que engañaba a Joey y que tenía amantes en la ciudad. Verónica lo sabía todo; tenía que saberlo. ¿Qué la llevó a matarlo ahora en lugar del año pasado o el anterior?
– Quizá simplemente se hartó. O éste fue el momento perfecto; apareció Powers y se le ocurrió hacerlo.
– Tal vez. Yo se lo pregunté a Powers y me dijo que no lo sabía, pero puede que nos oculté algo. Voy a intentar sacárselo.
Billets no dijo nada.
– Todavía hay algo que desconocemos -continuó Bosch-. Nos guardan un secreto y espero que ella nos lo cuente. Si la encontramos.
Billets hizo un gesto con la mano, como descartando la posibilidad de no encontrarla.
– ¿Has grabado a Powers? -preguntó.
– En audio y vídeo. Kiz estaba observando en la sala cuatro. En cuanto Powers dijo que quería hablar, ella lo puso todo en marcha.
– ¿Le leíste sus derechos otra vez? ¿Cuando empezasteis a grabar?
– Sí, está todo ahí. Lo tenemos bien cogido. Si quiere verlo, le traeré la cinta.
– No. Ni siquiera quiero verlo en persona si puedo evitarlo. No le prometiste nada, ¿verdad?
Bosch iba a responder, pero se detuvo al oír el sonido de gritos amortiguados. Debían de ser de Powers, que seguía encerrado en la sala tres. Harry miró a través del cristal del despacho y vio a Edgar levantarse de su silla para comprobar qué sucedía.