– Muy bien, Bosch. Ahora tírate al suelo debajo de los lavabos.
Bosch obedeció, sin dejar de mirarlo.
– Edgar, ahora te toca a ti -anunció Powers-. Saca tu pistola y tírala al suelo.
La pistola de Edgar se estrelló contra las baldosas.
– Ahora, ponte con tu compañero. Eso es.
– Powers, estás loco -le dijo Bosch-. ¿Adónde vas a ir? No tienes escapatoria.
– ¿Quién habla de escapar, Bosch? Coge tus esposas y ponte una en la muñeca izquierda.
Cuando lo hubo hecho, Powers le ordenó que pasara las esposas por la tubería de desagüe del lavabo e instruyó a Edgar para que se pusiera la otra esposa en la muñeca derecha.
– Vale, muy bien -sonrió Powers-. Así os estaréis un rato quietecitos. Ahora, tiradme vuestras llaves.
Powers cogió las llaves de Edgar y se quitó las esposas. Inmediatamente después se frotó las muñecas para recobrar la circulación de la sangre. Seguía sonriendo aunque Bosch no sabía si se daba cuenta.
– Ahora, veamos.
Bosch comprendió entonces lo que Powers estaba planeando: ir por Verónica. Harry recordó que Kiz estaba sentada en la mesa de Homicidios, de espaldas al mostrador principal, y Billets en su despacho. No lo verían hasta que fuera demasiado tarde.
– No está aquí, Powers -dijo Bosch.
– ¿Qué? ¿Quién?
– Verónica. Fue un engaño. Ni siquiera la hemos detenido.
La expresión de Powers se tornó seria y concentrada. Bosch adivinó lo que estaba pensando.
– La voz era de una de sus películas. La grabé de un vídeo. Si vuelves a las salas de interrogación, no podrás salir de la comisaría.
Bosch vio que la piel de Powers se tensaba, tal como había ocurrido antes. Su rostro se encendió por la furia, pero de pronto, inexplicablemente, volvió a sonreír.
– Muy listo, Bosch. Quieres hacerme creer que ella no está allí, ¿verdad? Me estás tomando el pelo.
– No es ninguna tomadura de pelo. Verónica no está aquí. Íbamos a detenerla con lo que tú nos dijiste, pero subimos a su casa hace una hora y no está. Se largó ayer por la noche.
– Si no está aquí, entonces cómo…
– Eso no era un engaño. El dinero y las fotos estaban en tu casa. Si tú no las pusiste allí, tuvo que ser ella. Te ha tendido una trampa. ¿Por qué no dejas la pistola y volvemos a empezar? Tú te disculpas ante Edgar por lo que le llamaste y nosotros nos olvidamos de este pequeño incidente.
– Ah, ya lo veo. Os olvidáis del intento de fuga pero yo sigo cargando con el asesinato.
– Ya te he dicho que hablaría con el fiscal. Viene uno para aquí en estos momentos. Es un amigo mío y hará todo lo que pueda por ti. Es a ella a quien queremos atrapar.
– ¡Qué gilipollas eres! -exclamó Powers en voz alta, aunque en seguida bajó el volumen-. ¿No ves que voy a por ella? ¿Crees que has podido conmigo? ¿Crees que me doblegaste ahí dentro? No has ganado, Bosch. Yo hablé porque quería hablar. Yo te gané a ti, tío, pero tú no te enteras. Empezaste a confiar en mí porque me necesitabas. Nunca deberías haberme quitado las esposas, colega.
Powers se calló un momento para que asimilaran sus palabras.
– Ahora tengo una cita con esa zorra y no pienso faltar por nada del mundo. Si no está aquí, la iré a buscar.
– Podría estar en cualquier parte.
– Y yo también, Bosch. No me verá venir.
Powers agarró la bolsa de plástico que recubría el interior de la papelera y la vació. A continuación guardó dentro la pistola de Bosch y abrió a tope los grifos de los tres lavabos, lo cual provocó un auténtico estruendo en el cuarto alicatado. Después de meter la pistola de Edgar en la bolsa, Powers la dobló varias veces para ocultar las dos armas y se guardó la Raven en el bolsillo de la camisa a fin de acceder a ella más rápidamente. Luego arrojó las llaves de las esposas a un urinario y tiró de la cadena. Sin siquiera mirar a los dos hombres esposados bajo el lavabo, se dirigió a la puerta.
– Chao, inútiles -dijo antes de irse.
Bosch miró a Edgar. Sabía que si gritaban seguramente no les oirían. Era domingo; no había nadie en el ala de administración y en la oficina de la brigada de detectives sólo estaban Billets y Rider. Con el agua, sus gritos serían ininteligibles. Billets y Rider pensarían que eran los alaridos habituales procedentes de la celda de borrachos.
Bosch giró sobre sí mismo y apoyó los pies contra la pared, justo debajo del lavabo. Su intención era romper la tubería impulsándose con las piernas, pero al agarrarla el metal estaba ardiendo.
– ¡Hijo de puta! -gritó Bosch al soltarla-. Ha abierto el agua caliente.
– ¿Qué hacemos? Se va a escapar.
– Tú tienes los brazos más largos. Intenta llegar al grifo y cerrarlo.
Estirando el brazo al máximo, Edgar consiguió rozar el grifo. Le costó unos cuantos segundos lograr que el chorro de agua se convirtiera en un goteo.
– Ahora abre la fría -le dijo Bosch-. Vamos a enfriar esto.
Edgar tardó unos segundos más, pero finalmente Bosch estuvo listo para volver a intentarlo. Se agarró de la tubería y empujó las piernas contra la pared. Cuando Edgar lo imitó, la suma de fuerzas consiguió romper la tubería por la parte superior, la que estaba sellada al lavabo. Un chorro de agua los empapó mientras pasaban la cadena de las esposas por la parte rota de la tubería. A continuación se arrastraron por el suelo embaldosado hasta el urinario, donde Bosch vio sus llaves en la rejilla inferior. Harry las agarró y tardó unos segundos en abrirse las esposas con la mano izquierda. A continuación le pasó las llaves a Edgar y corrió hacia la puerta, chapoteando en el agua que anegaba el suelo.
– Cierra el grifo -gritó Bosch antes de irse.
Bosch corrió pasillo abajo y saltó por encima del mostrador de la oficina de detectives. No había nadie y, al mirar a través del cristal, Harry vio que el despacho de la teniente también estaba vacío. Entonces oyó unos golpes fuertes y los gritos apagados de Rider y Billets. Bosch enfiló el corredor que daba a las salas de interrogación y halló todas las puertas abiertas menos una. Obviamente Powers había buscado a Verónica Aliso después de encerrar a Billets y Rider en la sala tres. Tras liberarlas, Harry regresó a la oficina de la brigada de detectives y se dirigió a toda velocidad al pasillo trasero de la comisaría. Cuando llegó al fondo, Bosch abrió de golpe la pesada puerta metálica que daba al aparcamiento e instintivamente se llevó la mano a la funda de su pistola, pese a que estaba vacía. Registró con la mirada el estacionamiento y las puertas abiertas del garaje. No había rastro de Powers, pero había dos policías de uniforme junto a las bombas de gasolina. Bosch se acercó a ellos.
– ¿Habéis visto a Powers?
– Sí -contestó el mayor de los dos-. Acaba de irse. Con nuestro coche. ¿Qué coño está pasando?
Bosch no respondió. Bajó la cabeza y maldijo para sus adentros.
Seis horas más tarde, Bosch, Edgar y Rider contemplaban desde su mesa la reunión que se desarrollaba en el despacho de la teniente. Apretujados como sardinas en aquel pequeño cuarto estaban Billets, la capitana LeValley, el subdirector Irving, tres investigadores de Asuntos Internos -Chastain entre ellos- y el jefe de policía con su secretario. Bosch sabía que habían hablado por teléfono con el ayudante del fiscal del distrito, Roger Goff, ya que lo había reconocido por el altavoz. Después de aquella llamada, los jefes cerraron la puerta, con la clara intención de decidir el destino de los tres detectives que esperaban fuera.
El jefe de policía estaba de pie en medio del despacho con los brazos cruzados y la cabeza baja. Había sido el último en llegar y parecía que los demás le estuvieran resumiendo la situación. Aunque de vez en cuando asentía, no parecía intervenir demasiado. Bosch sabía que el tema principal de la reunión sería cómo enfocar el escándalo de Powers. Había un asesino suelto, que para colmo era policía. Acudir a los medios de comunicación con una noticia así era un ejercicio de masoquismo, pero Bosch no veía otra alternativa. Habían buscado en vano a Powers en los lugares más evidentes. El coche patrulla en el que huyó había aparecido abandonado en las montañas, en Fareholm Drive, y nadie sabía adónde había ido desde allí. Los equipos de vigilancia apostados en el exterior del bungalow de Powers, la mansión de Aliso y la residencia del abogado Neil Denton, no habían obtenido ningún fruto, por lo que había llegado la hora de informar a la prensa y mostrar la foto del policía corrupto por televisión. Bosch suponía que el jefe de policía había hecho acto de presencia porque planeaba convocar una rueda de prensa. De otro modo, habría dejado que Irving se encargase de todo.