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En ese momento Bosch se dio cuenta de que Rider había dicho algo.

– ¿Qué dices?

– Te preguntaba qué vas a hacer con tu tiempo libre.

– No lo sé, depende de cuánto nos caiga. Si es sólo un período, lo emplearé para terminar las obras en mi casa. Si son más de dos, tendré que buscarme algún trabajo para ganar dinero.

Cada período de suspensión de empleo y sueldo era de quince días. Las sanciones disciplinarias solían medirse por periodos completos cuando la falta era grave y, en aquel caso, Bosch estaba bastante seguro de que el jefe les impondría un castigo severo.

– No va a despedirnos, ¿verdad, Harry? -preguntó Edgar.

– Lo dudo, pero todo depende de cómo se lo estén contando.

Al volver la vista a la ventana del despacho, las miradas de Bosch y el jefe de policía se cruzaron, pero éste en seguida desvió la mirada, lo cual era mala señal. El jefe no era un hombre de la casa. Había sido contratado para tranquilizar a la comunidad y el factor determinante de su elección no habían sido sus grandes dotes de gestión policial, sino el hecho de venir de fuera. Bosch no lo conocía personalmente y tampoco esperaba conocerlo. Sólo lo había visto de lejos; era un hombre negro con casi todo el peso alrededor de la cintura. Los policías a quienes no les caía bien, que eran muchos, le llamaban Barriga de Barro. Harry no sabía cómo le llamaban los policías a quienes les caía bien.

– Quería pedirte perdón, Harry -dijo Rider.

– ¿Perdón por qué? -inquirió Bosch.

– Por no ver la pistola. Lo cacheé yo. Le pasé las manos por las piernas pero, no sé cómo, no la noté. No lo entiendo.

– Era lo bastante pequeña para caber en la bota -le explicó Bosch-. No fue todo culpa tuya, Kiz. Jerry y yo la cagamos en el lavabo. Deberíamos haberlo vigilado mejor.

Kiz asintió, pero Bosch notaba que seguía sintiéndose fatal. Harry vio entonces que la reunión en el despacho de la teniente había terminado. Con el jefe de policía y su secretario a la cabeza, LeValley y los detectives de Asuntos Internos salieron de la brigada por la entrada principal. Aquello les suponía dar una incómoda vuelta si sus coches estaban aparcados detrás de la comisaría, pero les evitaba pasar por delante de Homicidios y saludar a Bosch y los demás. «Otra mala señal», pensó Bosch.

Sólo Irving y Billets permanecieron en el despacho después de la reunión. Billets los miró y les hizo un gesto para que entraran. Los tres detectives se levantaron lentamente y se encaminaron hacia el despacho. Ya dentro, Edgar y Rider se sentaron, pero Bosch permaneció de pie.

Jefe -saludó Bosch, dándole la palabra a Irving.

– De acuerdo. Os lo voy a contar tal como me lo han contado a mí -anunció Irving.

El subdirector consultó una hoja de papel donde había tomado unas notas.

– Por llevar una investigación no autorizada y por incumplir el reglamento en el registro y transporte de un prisionero, cada uno de vosotros queda suspendido sin paga durante dos períodos de quince días y con paga durante otros dos. Y, por supuesto, la falta de conducta constará en vuestra hoja de servicios. Si no estáis conformes, podéis apelar al Comité de Derechos.

Irving hizo una pausa. Aunque era un castigo más severo de lo que esperaba, Bosch permaneció impasible. Edgar, en cambio, no pudo contener un suspiro. En cuanto a la posibilidad de apelación que había mencionado Irving, ésta sólo existía sobre el papel. Las sanciones disciplinarias impuestas por el jefe en persona casi nunca se anulaban ya que eso supondría que tres capitanes del Comité de Derechos votaran en contra de su superior. Invalidar la decisión de un investigador de Asuntos Internos era una cosa, pero invalidar la decisión del jefe de policía era un suicidio político.

– De todos modos -prosiguió Irving-, el jefe deja en suspenso las sanciones a la espera de los próximos acontecimientos y evaluaciones.

Hubo un momento de silencio mientras los detectives intentaban comprender el significado de la última frase.

– ¿Qué quiere decir con «deja en suspenso»? -le inquirió Edgar.

– Pues que el jefe os está ofreciendo una oportunidad -explicó Irving-. Quiere ver cómo se desarrollan los acontecimientos en los próximos días. Todos vosotros deberéis presentaros mañana a trabajar y continuar como podáis con la investigación. Hemos hablado con la fiscalía y están dispuestos a acusar a Powers; nos traerán los papeles mañana a primera hora. Ya hemos corrido la voz y el jefe lo anunciará a la prensa dentro de un par de horas. Si tenemos suerte, atraparemos a ese tío antes de que encuentre a la mujer o haga más daño. Y si tenemos suerte, quizá vosotros también la tengáis.

– ¿Y Verónica Aliso? ¿No van a presentar cargos contra ella?

– Aún no. Primero tenemos que detener a Powers. Goff dice que sin él, la confesión grabada carece de valor. Goff no podrá emplearla contra ella sin que el propio Powers la presente en el estrado.

Bosch bajó la vista.

– O sea que sin él, ella se escapa.

– Eso parece.

Bosch asintió.

– ¿Qué va a decir el jefe? -le preguntó a Irving.

– Va a contar exactamente lo que ha pasado. Vosotros saldréis bien parados en algunas cosas y no tanto en otras. No va a ser un gran día para este departamento.

– ¿Y por eso nos van a caer dos meses? ¿Por ser portadores de malas noticias?

Irving tensó la mandíbula y lo taladró con la mirada.

– No pienso rebajarme a contestar eso. -Entonces el subdirector se dirigió a Rider y Edgar-: Vosotros dos ya os podéis retirar. Yo tengo que discutir otro asunto con el detective Bosch.

Al ver que se iban, Bosch se preparó para la reprimenda de Irving provocada por su último comentario. No estaba muy seguro de por qué lo había hecho, ya que sabía que suscitaría la ira del subdirector. No obstante, cuando Rider cerró la puerta de la oficina, Irving habló de otro asunto.

– Detective, quiero que sepa que ya he hablado con los federales y todo está solucionado.

– ¿Cómo es eso?

– Les dije que, tras los hechos de hoy, había quedado claro, clarísimo, que usted no tuvo nada que ver con la manipulación de pruebas. Les dije que el culpable era Powers y que íbamos a dar por terminado ese aspecto concreto de nuestra investigación interna.

– De acuerdo, jefe. Gracias.

Pensando que eso era todo, Bosch se dispuso a marcharse. -Detective, hay una cosa más.

Bosch se volvió hacia él.

– He discutido este asunto con el jefe de policía, y hay otro aspecto que le preocupa.

– ¿Cuál?

– La investigación iniciada por el detective Chastain reveló información sobre su asociación con una delincuente convicta. A mí también me preocupa. Me gustaría recibir algún tipo de garantía por su parte de que esto no va a seguir así. Y me gustaría darle esa garantía al jefe de policía.

Bosch se quedó unos momentos en silencio.

– No puedo dársela.

Irving miró al suelo. Los músculos de su mandíbula volvieron a tensarse.

– Me decepciona, detective Bosch -concluyó-. Este departamento ha hecho mucho por usted. Y yo también. Yo le he apoyado en algunos momentos difíciles. Usted nunca ha sido fácil, pero creo que tiene un talento que este departamento y esta ciudad necesitan. Supongo que por eso merece la pena tenerle con nosotros. ¿No querrá fallarme a mí y a otra gente de este departamento?