– No.
– Pues siga mi consejo y cumpla con su deber, hijo. Ya sabe cuál es. No le digo más.
– Sí, señor.
– Eso es todo.
Bosch vio un polvoriento Ford Escort con matrícula de Nevada aparcado delante de su casa. En el pequeño comedor, Eleanor Wish lo esperaba sentada con la lista de anuncios clasificados del Times del domingo. Tenía un cigarrillo encendido en el cenicero junto al periódico y un rotulador para marcar las ofertas de empleo. Cuando Harry lo vio, el corazón le dio un vuelco. Si ella estaba buscando trabajo, quería decir que tal vez iba a quedarse en Los Ángeles; a quedarse con él. Para redondearlo, toda la casa olía a deliciosa comida italiana.
Bosch se acercó a Eleanor, le puso la mano en el hombro y probó con un beso en la mejilla. Ella le acarició la mano. Al incorporarse, Harry se dio cuenta de que estaba buscando en la sección de apartamentos amueblados de Santa Mónica, no en la sección de empleos.
– ¿Qué estás preparando?
– Mis espaguetis con salsa. ¿Te acuerdas?
Bosch asintió, aunque no lo recordaba. Sus recuerdos de los días pasados con Eleanor cinco años antes se centraban en ella, en los momentos íntimos y en todo lo que sucedió más tarde.
– ¿Qué tal en Las Vegas? -preguntó Bosch, sólo por decir algo.
– Como siempre. Es un sitio que no se echa de menos. No me importaría nada no volver nunca más.
– ¿Estás buscando un piso por aquí?
– He pensado que valía la pena mirar.
Eleanor ya había vivido en Santa Mónica. Bosch recordó el dormitorio con balcón de su apartamento. Desde la barandilla se olía el mar y, si te asomabas un poco, se veía Ocean Park Boulevard. De todos modos, Bosch sabía que ella no podía permitirse un sitio así en las circunstancias en las que se hallaba, por lo que debía de estar buscando en la zona al este de Lincoln.
– Ya sabes que no hay prisa -le dijo-. Puedes quedarte aquí. Hay una buena vista, es tranquilo… ¿Por qué no…?, no sé, ¿por qué no te lo tomas con calma?
Ella lo miró, pero decidió no decir lo que iba a decir. Bosch se dio cuenta.
– ¿Quieres una cerveza? -preguntó Eleanor para cambiar de tema-. He comprado más. Están en la nevera.
Bosch asintió, dejándola escapar por el momento, y entró en la cocina. Al ver una olla a presión se preguntó si Eleanor la había comprado o se la había traído de Las Vegas. Abrió la nevera y sonrió. ¡Qué bien lo conocía! Había traído Henry Weinhard's en botella. Bosch sacó dos y se las llevó al comedor, donde abrió la de Eleanor y luego la suya. Los dos comenzaron a hablar a la vez.
– Tú primero -dijo ella.
– No, tú.
– ¿Seguro?
– Sí, ¿qué?
– Sólo iba a preguntarte cómo te han ido las cosas hoy.
– Ah. Bueno, bien y mal. Al final logramos que el tío confesara y acusara a la mujer.
– ¿A la mujer de Tony Aliso?
– Sí. Ella lo planeó todo desde el principio. Según él, claro. Lo de Las Vegas fue una pista falsa.
– Genial. ¿Cuál es la parte mala?
– Pues que resulta que el tío es un poli y…
– ¡Ostras!
– Espera; eso no es lo peor. Se nos ha escapado.
– ¿Se os ha escapado? ¿Qué quieres decir?
– Pues que se fugó de la mismísima comisaría. En la bota tenía escondida una pistola, una Raven pequeñita, y no la vimos al registrarlo. Edgar y yo lo llevamos al lavabo y, por el camino, debió de pisarse los cordones. A propósito, claro. Luego, cuando Edgar se dio cuenta y le dijo que se los atara, el tío sacó la Raven. Se escapó, salió al aparcamiento y se largó en un coche patrulla. Todavía llevaba el uniforme.
– ¡Joder! ¿Y aún no lo han encontrado?
– No, y ya hace ocho horas. Se ha esfumado.
– Bueno, ¿adónde puede ir en un coche patrulla y de uniforme?
– Se deshizo del coche, lo hemos encontrado abandonado, y dudo mucho que, esté donde esté, siga llevando el uniforme. Por lo visto, el tío andaba metido en toda esa mierda de extrema derecha, de supremacía blanca y todo el rollo. Seguramente conoce gente que le conseguirá ropa sin hacer preguntas.
– Menudo policía.
– Sí, es curioso. Fue el tío que encontró el cadáver la semana pasada. Era su ronda y, como era policía, ni se me ocurrió que pudiera ser culpable. Ese día descubrí que era un gilipollas, pero sólo lo vi como el policía que había encontrado el cadáver. Él debía de saberlo. Lo calculó todo para que tuviéramos que darnos prisa para salir de ahí. El tío fue bastante listo.
– O la tía.
– Sí, es más probable que fuera ella. Pero bueno, me siento más, no lo sé, frustrado o decepcionado por no haberme fijado en él ese día que por dejarlo escapar hoy. Debería haberlo considerado; más de una vez el que encuentra el cadáver es el asesino. El uniforme me cegó.
Eleanor se levantó de la mesa y se acercó a Harry. Le rodeó el cuello con los brazos y le sonrió.
– Lo cogerás. No te preocupes.
Bosch asintió y se besaron.
– ¿Qué ibas a decir antes? -preguntó ella-. Cuando los dos hablamos a la vez.
– Ah… Ya no me acuerdo.
– No debía de ser muy importante.
– Quería decirte que te quedaras aquí conmigo.
Ella apoyó la cabeza sobre el pecho de él, para que Bosch no pudiera verle los ojos.
– Harry…
– Sólo para ver cómo va. Siento… Es casi como si no hubiera pasado todo este tiempo. Quiero…, quiero estar contigo. Puedo cuidarte; aquí puedes sentirte segura y tomarte el tiempo que necesites para volver a empezar. Buscar un trabajo, hacer lo que quieras hacer.
Eleanor se separó de él para mirarlo a los ojos. En esos momentos lo único que Harry quería era conservarla cerca de él y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para conseguirlo. La advertencia de Irving era lo que menos le preocupaba.
– Pero ha pasado mucho tiempo, Harry. No podemos tirarnos tan de cabeza.
Bosch asintió y bajó la mirada. Sabía que ella tenía razón, pero seguía trayéndole sin cuidado.
– Te quiero a ti, Harry -afirmó Eleanor-. A nadie más. Pero es mejor ir despacio para estar seguros. Los dos.
– Yo ya estoy seguro.
– Quizá sólo lo piensas.
– Santa Mónica está muy lejos de aquí.
Ella sonrió.
– Pues tendrás que quedarte a dormir cuando vengas a verme -dijo ella, y soltó una carcajada.
Harry asintió y se dieron un largo abrazo.
– ¿Sabías que me haces olvidar muchas cosas? -le susurró Bosch al oído.
– Tú también -contestó ella.
Mientras hacían el amor sonó el teléfono, pero la persona que llamó no dejó un mensaje en el contestador. Más tarde, cuando Bosch salió de la ducha, Eleanor le dijo que habían telefoneado otra vez pero tampoco habían dejado mensaje.
Finalmente, mientras Eleanor hervía el agua para la pasta, el teléfono sonó una tercera vez y Bosch lo cogió antes de que saltara el contestador.
– ¿Bosch?
– Sí, ¿quién es?
– Soy Roy Lindell. No sé si te acuerdas… Luke Goshen.
– Claro que me acuerdo. ¿Eras tú el que ha llamado antes?
– Sí, ¿por qué no lo cogías?
– Estaba ocupado. ¿Qué quieres?
– Conque fue esa zorra, ¿no?
– ¿Qué?
– La mujer de Tony.
– Sí.
– ¿Conocías a ese tal Powers?
– No. Sólo de vista.
Bosch no quería decirle nada que él no supiera. Lindell soltó un suspiro de aburrimiento.
– Sí, bueno, Tony me dijo una vez que le daba más miedo su mujer que Joey El Marcas.