– ¿Ah, sí? -preguntó Bosch, repentinamente interesado-. ¿Dijo eso? ¿Cuándo?
– No recuerdo. Lo soltó una vez, cuando estábamos charlando en el club. Recuerdo que acabábamos de cerrar, él estaba esperando a Layla y nos pusimos a hablar.
– Gracias por decírmelo, Lindell. ¿Qué más te contó?
– Te lo estoy diciendo ahora, ¿no? Además, antes no podía contártelo. Estaba metido en mi papel, tío, y mi personaje no podía decirle nada a la poli. Y después…, bueno, después pensé que habías intentado joderme y por eso no te conté nada.
– Pero ahora has cambiado de opinión.
– Sí. Mira, Bosch, la mayoría de los tíos no te habrían llamado. ¿Crees que alguien más del FBI va a admitir que la pifiamos contigo? Ni de coña. Pero me gusta tu estilo. Te apartan del caso y ¿qué haces?: te revuelves y atacas de nuevo. Y resulta que al final vas y lo resuelves. Hay que tener pelotas y mucho estilo. Eso me va.
– ¿Te va? Pues me alegro. ¿Qué más te dijo Tony Aliso sobre su mujer?
– No mucho, sólo que era más fría que un témpano. Me contó que lo tenía cogido por los huevos; que no podía sacarle el divorcio sin perder la mitad de su pasta y arriesgarse a que ella pululara por ahí sabiéndolo todo sobre su negocio y sus socios. Ya me entiendes.
– ¿Por qué no le pidió a Joey que se la cargara?
– Supongo que Joey la conocía y le tenía cariño. Fue Joey quien se la presentó a Tony hace años. Creo que Tony sabía que si se lo pedía a Joey, él le diría que no y al final ella se enteraría. Y si se lo pedía a otro, tendría que darle explicaciones a Joey. El Marcas tenía la última palabra en esas cosas y no habría querido que Tony contratara a un desconocido que pudiese poner en peligro la operación de blanqueo.
– ¿Crees que ella conocía mucho a Joey? ¿Que ahora podría estar con él?
– Ni en broma. Ella ha matado a la gallina de los huevos de oro. Tony representaba dinero limpio y, para Joey, el dinero tiene prioridad.
Bosch y Lindell permanecieron unos segundos en silencio.
– ¿Y ahora qué vas a hacer? -preguntó finalmente Bosch.
– ¿Te refieres a mi caso? Pues esta misma noche vuelvo a Las Vegas y mañana por la mañana voy a testificar ante el jurado de acusación. Supongo que me pasaré con ellos un par de semanas como mínimo. Tengo una historia bastante buena que contarles. Si todo va bien, para Navidad tendremos a Joey y su gente en el bote.
– Espero que lleves guardaespaldas.
– Sí, claro. No estoy solo.
– Bueno, buena suerte, Lindell. Tonterías aparte, a mí también me gusta tu estilo. Una cosa. ¿Por qué me contaste lo de los de Samoa? Eso no encajaba con tu personaje.
– Tuve que hacerlo, Bosch. Me asustaste.
– ¿De verdad creíste que te mataría?
– No estaba seguro, pero eso no me preocupaba. Tenía a gente vigilando que tú no conocías, pero sí sabía que se la cargarían a ella. Y soy un agente, tío. Era mi deber intentar evitarlo. Por eso te lo conté. Me sorprendió que no me descubrieras en ese momento.
– Ni se me ocurrió. Lo hacías muy bien.
– Bueno, engañé a quien tenía que engañar. Ya nos veremos, Bosch.
– Sí, seguro. ¿Lindell?
– ¿Qué?
– ¿Sabía Joey El Marcas que Tony Aliso le robaba dinero?
Lindell se rió.
– Nunca te rindes, ¿verdad, Bosch?
– No.
– Bueno, esa información es parte de la investigación y no puedo hablar sobre ella. Oficialmente.
– ¿Y oficiosamente?
– Yo no te he dicho nada, ¿vale? Pero la respuesta a tu pregunta es que Joey pensaba que todo el mundo le robaba. No confiaba en nadie. Cada vez que me ponían un micrófono, yo sudaba la gota gorda, porque nunca sabías cuándo te iba a poner la mano en el pecho. Yo llevaba con él más de un año y todavía me lo hacía de vez en cuando. Tenía que llevar el micrófono en el sobaco. ¿Has intentado despegarte cinta adhesiva del sobaco? Duele un huevo.
– ¿Y Tony?
– A eso iba. Sí, Joey creía que Tony le robaba y yo también. Tienes que comprender que un poco estaba permitido. Joey sabía que todo el mundo tenía que sacarse un dinerillo extra para ser feliz, pero tal vez pensaba que Tony estaba llevándose más de lo que le tocaba. Si es así, nunca me lo dijo. Lo único que sé es que lo hizo seguir un par de veces a Los Ángeles y consiguió un contacto en el banco de Tony en Beverly Hills. Esta persona le pasaba los saldos mensuales de Tony.
– ¿Ah, sí?
– Sí. Así que Joey habría sabido si había ingresos fuera de lo normal.
Bosch pensó un poco, pero no se le ocurrió qué más decir.
– ¿Por qué lo preguntas, Bosch?
– No lo sé; es algo que estoy investigando. Powers dice que Tony tenía un par de millones escondidos en algún sitio.
Lindell silbó, asombrado.
– Eso es mucho dinero. A mí me parece que Joey lo habría notado y le habría dado un toque de atención. Una cantidad así ya no cuela.
– Bueno, creo que lo acumuló a lo largo de los años. Además, Tony blanqueaba dinero para algunos amigos de Joey en Chicago y Arizona, ¿recuerdas? Podría haberlos engañado a ellos también.
– Todo es posible. Oye, tengo que coger un avión. Ya me contarás cómo va la cosa.
– Una última pregunta.
– Bosch, me tengo que ir a Burbank.
– ¿Conoces a un tío en Las Vegas llamado John Galvin?
Galvin era el apellido del hombre que había visitado a Verónica Aliso la noche que desapareció. Hubo un silencio antes de que Lindell contestara que no le sonaba, pero ese silencio fue lo que más interesó a Bosch.
– ¿Estás seguro?
– Ya te he dicho que nunca lo había oído nombrar, ¿vale? Tengo que irme.
Después de colgar, Bosch abrió el maletín y sacó su libreta para anotar algunas de las cosas que Lindell le había dicho. Eleanor salió de la cocina con cubiertos y servilletas.
– ¿Quién era?
– Lindell.
– ¿Quién?
– El agente que interpretó a Luke Goshen.
– ¿Y qué quería?
– Supongo que disculparse.
– Qué raro. El FBI no suele disculparse por nada.
– No era una llamada oficial.
– Ah, una de esas llamadas entre tíos, para hacerse los machotes.
Bosch sonrió porque ella tenía razón.
– ¿Qué es esto? -preguntó Eleanor al ver la cinta de Víctima del deseo en el maletín de Bosch-. Ah, ¿es una de las películas de Tony Aliso?
– Sí, su contribución al cine de este país. Ésta es una en la que sale Verónica. Tengo que devolvérsela a Kiz.
– ¿Ya la has visto?
Bosch asintió.
– Me habría apetecido verla. ¿Te gustó? -preguntó Eleanor.
– Era bastante mala, pero si quieres podemos verla esta noche.
– ¿Seguro que no te importa?
– Seguro.
Durante la cena, Bosch le contó a Eleanor los últimos detalles del caso. Eleanor hizo algunas preguntas y finalmente se sumieron en un silencio agradable. Los tallarines con salsa boloñesa que ella había preparado estaban deliciosos, y Bosch rompió el silencio para decírselo. Para beber, Eleanor había abierto una botella de vino tinto y Harry también comentó que era excelente.
Después de cenar, dejaron los platos en el fregadero y se dispusieron a ver la película. Bosch se sentó con el brazo en el respaldo del sofá y acarició suavemente el cuello de Eleanor. Sin embargo, le aburrió ver de nuevo la película y su mente en seguida empezó a darle vueltas a los acontecimientos del día. El dinero era lo que más le preocupaba. Harry se preguntó si Verónica ya lo tenía en su poder o si se había visto obligada a desplazarse para ir a buscarlo. Bosch concluyó que no estaría en un banco local porque ya habían comprobado todas las cuentas de Aliso en bancos de Los Ángeles, lo cual apuntaba a Las Vegas.
Los movimientos de Tony Aliso demostraban que en los últimos diez meses no había estado en ningún otro sitio aparte de Los Ángeles y Las Vegas y, si había estado reuniendo un pequeño fondo, tenía que haberlo guardado en un lugar al que tuviera fácil acceso. Como Verónica no se había marchado de su casa hasta ese día, Bosch llegó a la conclusión de que no tenía el dinero.