– ¿Por qué?
– No lo sé -admitió-. Resulta extraño -parecía que iba a cambiar de tema pero la sorprendió adoptando un tono urgente-: ¿Alguna vez sentiste como si… como si nadie te mirara? Como si sus ojos estuvieran enfocados a un centímetro de ti, pero no en ti?
Ella lo miró fijo, sorprendida de que hubiera descrito con tanta exactitud la manera en que ella se sentía a veces, como si la gente viera sólo lo que estaba en la superficie. La hija obediente del doctor Morgan, la ciudadana responsable, la trabajadora incansable. Ninguno parecía poder mirarla a los ojos y ver que tenía dolores encerrados en lo profundo de su corazón y aspiraciones que iban más allá de Beason’s Ferry. Ella era una mujer, con necesidades y defectos, y sueños no cumplidos. Pero también temía que algún día alguien pudiera vislumbrar su interior… y rechazara lo que era en verdad.
– Sí -dijo con voz queda-, sé exactamente lo que sientes.
Antes de que él pudiera responder, el camarero llegó con los postres. Brent esperó hasta que estuvieran solos, y luego dijo en un tono de voz que parecía burlarse de sí mismo:
– Cuando volví, supongo que quería mostrarles a todos los que alguna vez habían sido condescendientes conmigo lo importante que me había vuelto.
– Si te refieres a que querías impresionar a la gente en tu pueblo natal, lo has conseguido.
– Sólo con lo que soy ahora, no con todo lo que tuve que hacer para llegar hasta aquí. Pero debería ser suficiente, ¿no crees? -sus ojos se encontraron con los de ella-. Debería darme por bien servido con que sólo vean a Brent Michaels, reportero de noticias, y no al muchachito que les cortaba el pasto, les llevaba las compras a su casa, y era jugador profesional en Snake’s Pool Palace.
– ¿Entonces por qué no es suficiente?
– ¿Quién sabe? -encogió los hombros-, y una vez que termine este fin de semana, estaré de vuelta en Houston, así que ¿qué importancia tiene?
Ella hizo un gesto de contrariedad ante su fingida aceptación de algo que evidentemente le molestaba, pero optó por cambiar sutilmente de tema.
– ¿De verdad fuiste jugador profesional de pool en Snake’s?
Él soltó una risita ante su expresión perpleja:
– ¿Cómo crees que ganaba dinero cuando dejé de ocuparme de los jardines?
Sus ojos se agrandaron:
– Pero sólo tenías dieciséis años cuando dejaste de ocuparte de los jardines. Creí que había que tener veintiún años para entrar en Snake’s.
– Oh, vamos, Laura -sacudió la cabeza, riendo-. Eres realmente inocente, ¿no? Incluso luego de todos estos años -sonrió, como si sus palabras fueran un elogio, pero ella se sintió completamente ofendida.
¿Por qué todos tienen vidas interesantes salvo yo? Caviló sobre este asunto mientras comía su postre. Cuando lo terminó, el camarero apareció para llevarse sus platos.
– ¿Desean algo más, señor? -preguntó el camarero.
– Para mí, no, gracias -respondió Brent-. ¿Laura?
Ella sacudió la cabeza.
– Entonces -Brent se levantó para apartarle la silla-. ¿Estás preparada para el baile?
Ella asintió, sumida aún en sus pensamientos. Dado que la cena había sido donada por el club, no tenían que esperar la cuenta, aunque Brent dejó una generosa propina sobre la mesa.
– Estás muy callada -le dijo mientras se abrían paso a través del comedor.
– ¿Hmmm? -ella se sobresaltó levemente-. Oh, disculpa.
– No te enojaste por algo, ¿no?
– ¿Enojada? -frunció el entrecejo-. No, por supuesto que no.
No se veía convencido mientras la conducía al vestíbulo entre el restaurante y el salón de baile. Una multitud se apiñaba en la entrada, y esperaba para entrar. Desde el interior, oyó a la orquesta incursionar en una vieja canción de Glenn Miller.
– Lo sabía -le farfulló Brent al oído-. Lawrence Welk.
Al ver el gentío en la sala de baile, Laura sintió que se le caía el alma a los pies. Lo último que deseaba era entrar en un salón lleno de gente agazapada, preparando sus servilletas de cóctel para que Brent las firmara. La fila se movió delante de ellos, y ella y Brent quedaron parados solos en la entrada.
– Bueno -dijo él, respirando hondo-, ¿estás lista?
– No -la palabra salió de su boca involuntariamente-. No entremos allí.
– ¿Quieres volver a tu casa? -la miró extrañado.
– No lo sé; es sólo que…
– ¿Qué? -la miró de soslayo… y tal vez un poco ofendido. ¿Creería que ella ya no deseaba estar con él? Mirándolo a los ojos, se dio cuenta de que era exactamente lo que creía. Por algún motivo, aquella noche había dejado de ser su aliada para ser una de “ellos”… la gente que quería sacarle algo a Brent Michaels, pero nunca se había tomado la molestia de conocer a Brent Zartlich.
Sintió una punzada de remordimiento al advertir que ella tal vez no fuera diferente del resto del pueblo. No se había tomado la molestia de conocerlo de verdad, más allá de una amistad superficial, una camaradería pasajera entre dos seres solitarios. Tal vez lo había evitado por miedo a descubrir sus propios defectos. Pero lo que más deseaba era conocer a Brent… al Brent real.
– Llévame a Snake’s Pool Palace -dijo ella.
– ¿Disculpa? -la miró pasmado.
– Me oíste -una sonrisa lánguida se dibujó en sus labios-. Quiero que me lleves a Snake’s.
Capítulo 6
– Espera, detente -Brent se detuvo en seco en el instante en que salieron por la puerta de entrada del club al estacionamiento-. No puedo llevarte a Snake’s.
– ¿Por qué no? -Laura le dirigió una amplia sonrisa, que desbordaba de entusiasmo.
– Porque… -la miró fijo, pensando que para ser una mujer inteligente, había momentos en que podía ser realmente corta de luces-. ¿Tienes idea del aspecto que tiene ese lugar?
– No, por eso quiero ir -su expresión indicaba que jamás había hecho algo parecido, y que casi no podía creer que lo haría ahora.
– Está bien, oye, si quieres jugar al pool o bailar un poco de música western, ¿por qué no vamos al Salón VFW?
– No quiero ir al Salón VFW -dijo lentamente-. Quiero ir al Palacio de Pool de Snake.
– Laura, tu padre me asesinará si te llevo a un lugar como ése.
Sus palabras le provocaron escozor:
– Por eso mismo quiero ir. Estoy harta de vivir según las reglas de otros. ¿Acaso no puedo divertirme una vez en la vida como cualquier otra persona normal?
Tenía razón. No era un argumento que le gustara, pero, de cualquier manera, era válido.
– ¿Señor Michaels? -preguntó el valet-. ¿Desea que le traiga su auto, señor?
Brent miró a Laura. Si deseaba conocer el lado más oscuro de la vida, estaría más segura haciéndolo con él que sola.
Asintiendo escuetamente, le dio la orden al valet para traer su auto.
– Está bien, Laura, si se te ha metido en la cabeza que debes caminar al filo del peligro, escúchame bien. No prorrumpirás un solo grito de horror ni un vituperio en toda la noche. Te quedarás a mi lado en todo momento. Y jamás le contarás a nadie en dónde estuvimos esta noche; de otra manera, volveré y te daré una buena zurra. ¿Entendiste?
– ¿Significa que iremos? -su rostro se iluminó.
– ¿Tengo otra opción?
Con un rumor suave, el Porsche amarillo se deslizó hasta detenerse al lado de ellos, y el valet salió rápidamente del auto.
– Vaya, qué joyita. ¿Desea que le baje el techo, señor Michaels?
– Oh, sí, por favor -respondió Laura alegremente, como si estuvieran a punto de embarcarse en un picnic campestre.
Brent se arrancó la corbata y la chaqueta y las arrojó en el asiento trasero cuando el valet terminó de bajar el techo. Metió la propina en la mano del muchacho, se subió en el asiento del conductor y cerró dando un portazo.