– Pues, miren si no es Brent Zartlich -resolló una voz rasposa masculina-. Perdón. Brent Michaels.
– Buenas noches, Snake -Brent asintió saludando al hombre.
Laura levantó la vista y sus ojos se posaron sobre los de una serpiente tatuada. Se enroscaba a lo largo de un brazo fláccido que era casi tan ancho como su pierna.
– ¡Ey, chicos! -el hombre gritó a las mesas de pool-. Miren lo que trajo el gato.
Laura levantó la mirada por encima del tatuaje y advirtió a un hombre enorme que llevaba una camiseta negra sin mangas. El cabello negro le enmarcaba el rostro que podía haber sido atractivo si hubiera sido menos fofo y con menos aspecto de facineroso. Pensándolo dos veces, aquel brillo malvado de forajido en los ojos le prestaba un cierto encanto.
– Bueno, bueno -uno de los jugadores de pool se acercó con aire arrogante. También él llevaba una camiseta sin mangas, pero sus brazos esculpidos eran puro músculo y carecían de tatuajes. Tenía el rostro de un ángel caído con ojos color castaño y una sonrisa maliciosa. En lugar de una aureola, llevaba un sombrero maltrecho de vaquero sobre su cabello rubio ceniza-. No sé, Snake, más que un gato, pareciera ser un zorrino el que lo trajo.
– Jimmy Joe -Brent saludó al recién llegado con tono distante sin ofrecerle la mano.
– ¿Y qué tenemos acá? -los ojos de Jimmy se iluminaron como si acabara de encontrar el escondite secreto donde su padre guardaba las Playboy. Ella se sonrojó, avergonzada pero extrañamente encantada por la idea de ocupar ese rol.
Cuando Brent no atinó a presentarla, ella ofreció la mano:
– Mucho gusto. Soy Laura M…
– Martin -interrumpió Brent y le clavó una mirada de advertencia, aunque ella pensó que sus precauciones eran innecesarias. Estaban lo suficientemente lejos de Beason’s Ferry, y Jimmy Joe seguramente no reconocería su nombre-. Laura Martin.
– ¿Novia? -preguntó Jimmy Joe, tomándole la mano.
– Amiga -corrigió Brent con voz forzada.
– Pueees, en ese caso… -Jimmy Joe levantó la mano de Laura y la acercó a sus labios- estoy encantado de conocerte, Laura Martin. Yo soy Jimmy Joe Dean -dijo, deslizándose sin invitación sobre la silla al lado de ella-. Un poco como James Dean, pero con un toque tejano.
– Sí -masculló Brent-. El rebelde original sin cerebro.
– Y acá tenemos a Roy -Jimmy Joe señaló a un hombre corpulento, parado en silencio mientras miraba a Laura por debajo de la visera de su gorra de béisbol. La mirada carente de expresión de Roy la hizo vacilar.
– Toma asiento, Roy -Jimmy Joe hizo un gesto hacia la única silla vacía, y su amigo obedeció-. Roy no es un tipo que hable mucho -susurró Jimmy Joe, y luego guiñó el ojo para tranquilizarla.
Ella le ofreció una sonrisa a Roy, que él no devolvió. Al observarlo con mayor detenimiento, decidió que parecía más tonto que peligroso.
– ¿Cómo se explica que no te hayamos visto antes por acá? -le preguntó Jimmy Joe.
– Viene de otro estado -respondió Brent.
Jimmy Joe se dio una palmada sobre el pecho:
– No me partas el corazón diciéndome que eres una yanqui.
– ¿Te parece que habla como una yanqui? -preguntó bruscamente Brent.
– Es difícil saberlo, pues no la he oído hablar mucho -Jimmy Joe le regaló una de sus sonrisas de ángel caído-. ¿Sabes hablar, no, querida?
– Por supuesto que habla -dijo Brent, y Laura tuvo que morderse la lengua para no soltar una carcajada.
– Sabes, lo que haces es muy hábil -le dijo Jimmy Joe-. Me refiero a cómo hablas, sin mover los labios. Debes de ser una de esas ventrílocuas -se volvió para sonreírle a Brent-. Y éste debe de ser tu muñeco.
– Muchachos, ¿van a pedir algo? -preguntó Snake-. ¿O se van a pasar toda la noche cotorreando?
Brent echó una mirada a Snake.
– A mí tráeme un whisky con hielo, y a Laura un whisky con Seven Up… Johnnie Walker Red, si lo tienes -evidentemente había adivinado que ella no tenía ni idea de lo que quería.
– ¿Y tú, JJ? -preguntó Snake-. ¿Tú y Roy quieren otra ronda de cervezas?
– ¡Por supuesto! -dijo Jimmy Joe.
Laura oyó a Brent suspirar exasperado y le dirigió una sonrisa amable. Luego de que Snake se alejara pesadamente hacia el bar, la puerta de entrada se abrió y una adolescente con jeans holgados y una camiseta pegada al cuerpo entró. La camiseta se estiraba sobre sus pechos pronunciados y dejaba a la vista su vientre plano. Los ojos de todos los hombres se dirigieron al instante a la muchacha. Brent, por lo que vio, fue el primero en apartar la mirada con leve repugnancia.
– Hablando de lo que trajo el gato… -masculló Jimmy Joe, pero tenía una sonrisa de oreja a oreja.
La muchacha recorrió el salón con la mirada y sus ojos se encendieron cuando se posaron sobre Jimmy Joe. Caminó lentamente hasta él, mientras sus pantalones caídos dejaban ver el inicio de sus caderas. Tenía una mirada de asombro, casi de inocencia, en su rostro con forma de corazón. El oscuro cabello marrón colgaba lacio hasta su estrecha cintura. Pero sus ojos, según advirtió Laura, lucían vidriosos, dilatados, y demasiado gastados para una persona tan joven.
– Hola, Jimmy Joe -dijo resoplando, mientras se dejaba caer sobre sus rodillas. Pasó un brazo alrededor de su cuello, apretó la boca contra la suya y procedió a realizarle una amigdalectomía con la lengua.
Laura apartó la mirada, concentrándose en la tabla marcada de una mesa, los carteles de neón de cerveza sobre la pared, la oscuridad más allá de la ventana. En el vidrio vio el reflejo de la pareja que se besaba, como figuras que ondeaban en un sueño. Al mirarlos, sintió la respiración entrecortada y los músculos de su vientre se contrajeron en torno de un sordo dolor.
Jamás había besado a un hombre así, jamás la habían besado entrelazando los labios, los cuerpos y las lenguas de esa manera. Oh, pero cómo había soñado con ello. Hasta cuando besaba a Greg, especialmente en las raras ocasiones en que habían hecho el amor, soñó con besos que se resistían a ser corteses y rehuían el decoro.
Turbada por sus propios pensamientos, apartó la mirada, y sus ojos se toparon con los de Brent. Contuvo el aliento mientras él la observaba. No había expresión alguna en su rostro, pero sus ojos la penetraron, desnudando sus secretos más recónditos. ¿Podía vislumbrar todas aquellas veces que había yacido en la cama con los muslos húmedos mientras soñaba con sus besos?
Como si le respondiera, ella vio un movimiento imperceptible en su garganta cuando tragó, y comenzó a jadear lentamente. La pareja al lado de ellos terminó su beso con el sonido húmedo de bocas que se separan.
Laura arrancó los ojos volviéndolos nuevamente a la ventana, al tiempo que todos sus nervios se estremecían.
– ¿Me extrañaste? -preguntó la muchacha con un ronco murmullo.
– ¿Por qué habría de extrañarte yo a ti, Darlene? -preguntó Jimmy Joe-. Has estado acá toda la noche.
– Sí, pero salí a tomar aire, y me quedé afuera demasiado tiempo.
– ¿En serio? -preguntó Jimmy Joe sin demasiado interés-. Yo ni siquiera me había dado cuenta.
Laura sintió pena por la muchacha, como si fuera ella a quien habían rechazado.
– Supongo que no viste a Bobby mientras saliste a tomar aire, ¿no? -preguntó Jimmy Joe-. Prometió venir esta noche y perder una apuesta en la mesa de pool.
– Pues, estoy segura de que si lo hubiera visto, me habría dado cuenta -contestó Darlene, fastidiada.
Jimmy Joe miró a Brent:
– ¿Qué dices, Zartlich? ¿Quieres jugar una partida de pool, o sólo viniste a empaparte del ambiente?
– A decir verdad -dijo Brent mientras miraba fijo a Laura-, no estoy seguro de lo que hago acá.
– En ese caso -Jimmy Joe apartó a Darlene a un lado y se puso de pie-, ¿por qué no jugamos una partida mientras te decides?