– Pégale.
Brent tomó envión con el puño.
– Dije… -Snake se interpuso entre los dos hombres-… que se arreglen afuera.
– Yo tengo una idea mejor -intervino Bobby. Cuando todos los ojos se volvieron hacia él, sonrió-. ¿Por qué no arreglamos esto en la Hondonada del Ahorcado?
Brent echó un vistazo a Jimmy Joe, y los ojos se le iluminaron.
– Si te interesa, yo, encantado.
– ¿Estás bromeando? -dijo Jimmy Joe, como si le acabaran de cumplir el sueño de su vida. Cuando Brent asintió, JJ se frotó las manos-. Mierda, muchachos, ¿qué esperan?
Laura se puso de pie confundida, mientras todo el bar enfilaba hacia la salida.
– Busca tu cartera -dijo Brent mientras también él se dirigía a la salida.
– Espera un segundo -se aferró a su brazo-. ¿Por qué vamos a la Hondonada del Ahorcado? ¿Qué tienen pensado hacer?
– Vaya, nada más que ajustar cuentas de acuerdo con una tradición masculina y que se remonta a tiempos inmemorables, por supuesto.
– ¿Se puede saber cuál es?
– Carreras callejeras.
Capítulo 8
– Está bien, Laura, aquí te bajas tú -dijo Brent al detener el vehículo en la mitad de la carretera.
– ¿Qué? -Laura se volvió para mirarlo.
– Ya llegamos -hizo un gesto a la oscuridad que los rodeaba, y ella advirtió que habían llegado a la Hondonada del Ahorcado. A ambos lados de la carretera, el convoy que los había seguido desde el bar estacionó sus camiones… el sonido de los motores y el olor del humo de los escapes rompió la monotonía de la noche, al tiempo que sus faros iluminaban los restos carbonizados del árbol del ahorcado.
– Laura -dijo Brent, tocándole el brazo-, ¿me oíste? Quiero que esperes aquí hasta que termine la carrera.
Ella miró su rostro, sórdidamente iluminado por los faros, y sintió náuseas. Si lo perdía de vista por un segundo, se estrellaría y moriría. No sabía de dónde se le había ocurrido esa idea, pero estaba convencida de ella en lo más profundo de su ser.
– Yo voy.
– No seas ridícula -se rió-. Esto no es un paseo dominguero. Las cosas se pueden poner peligrosas.
– Justamente -dijo ella, tragándose el temor. Si se quedaba con Brent, manejaría con mayor cuidado. Y si no lo hacía, ella estaría allí para ayudarlo-. Yo iré contigo.
– ¡Eh! -gritó Jimmy Joe, arrimándose en un Mustang Vintage color rojo. A su lado, Darlene daba saltitos, haciendo que el Mustang se meciera como un caballo de carrera que aguardaba para salir disparado de las puertas de salida-. ¿Estás listo para que te dé una buena paliza?
– Cuando tú y ese pedazo de chatarra quieran intentarlo -le gritó Brent a su vez.
Mientras los dos hombres discutían sobre el recorrido, Laura fijó la mirada en la oscuridad que se abría ante ella. No podía creer lo que estaba haciendo. Seguramente morirían todos… pero por nada en el mundo dejaría a Brent solo. Jimmy Joe y él se lanzaron algunas provocaciones más, y Brent se volvió hacia ella:
– ¿Estás segura de lo que haces?
– Completamente -sus dedos se aferraron al apoyabrazos.
– Está bien -suspiró-. Tan sólo asegúrate de tener abrochado tu cinturón de seguridad.
Lo observó abrocharse su propio cinturón, y luego se aferró con una mano al volante y con la otra a la palanca de cambio. Jamás lo había visto tan decidido, tan peligroso. Provocándole tanta excitación.
Bobby, que había llegado con Jimmy Joe, descendió en el medio de la carretera y levantó ambos brazos. Detrás de él cruzaba un puente angosto conocido como el Puente de los Suspiros, por los fantasmas de los ahorcados que supuestamente vivían debajo. A ambos lados se levantaban pilotes de cemento, impidiendo que más de un auto cruzara el puente por vez. Quien tomara la delantera la mantendría hasta llegar al otro lado. ¿Pero qué sucedería si ambos autos llegaban al puente al mismo tiempo? Los gritos a los costados de la carretera se volvieron ensordecedores. Oh, Dios. Laura se aferró con fuerza en el apoyabrazos. Moriremos todos.
Bobby dejó caer las manos. La cabeza de Laura golpeó hacia atrás con fuerza en el instante en que el Porsche salió disparado, tomando la delantera. Cruzó el puente a toda velocidad y quedaron sumidos en la más densa oscuridad. El camino subía y bajaba, se torcía y se curvaba, y ella sintió que se zarandeaba de un lado a otro. Echó un vistazo hacia atrás, y vio los faros del Mustang.
– ¿Hasta dónde vamos? -gritó por encima del ruido.
– Alrededor de la granja de Simmons y de vuelta al árbol del ahorcado. El que cruza el puente primero gana -echó una mirada en el espejo retrovisor y los faros de Jimmy Joe iluminaron sus ojos-. Intenta pasarme, hijo de puta -hizo un movimiento brusco con el volante para cortarle el paso al otro auto.
Laura gritó mientras se caía encima de Brent.
– ¿Estás bien? -gritó, soltando la palanca de cambio para sujetarla.
Ella levantó la mirada y vio el brillo en sus ojos cuando volvió a concentrarse en la carretera:
– Lo estás gozando -gritó por encima del viento que azotaba su cabello sobre el rostro.
– Sí, maldita sea, ¡lo estoy gozando! ¿Sabes hace cuánto le quiero ganar a ese animal bruto en una carrera callejera? No es que pudiera hacerlo en esa carcacha desvencijada que solía manejar.
Volvió a girar bruscamente el volante para cortarle el paso al Mustang. Luego la carretera se enderezó, y Jimmy Joe viró a la banquina de grava. A medida que el Mustang los alcanzaba, los neumáticos lanzaron por el aire tierra y piedras. Con espanto, Laura vio que Darlene se inclinaba fuera de la ventanilla, moviendo los brazos y riéndose mientras provocaba a Brent con imprecaciones obscenas.
Laura echó un vistazo hacia delante, donde el camino se estrechaba para iniciar otra serie de curvas:
– Oh, Dios, te quiere cortar el paso.
– ¡Ni mierda! -Brent apretó el acelerador a fondo, forzando al Porsche a transitar la delgada línea entre velocidad y falta de control. Al ver el gesto decidido de su mandíbula, algo se movilizó dentro de Laura: una veta competitiva que jamás había advertido. Por más estúpida e infantil que fuera una carrera callejera, Brent quería ganarla desesperadamente, y en ese momento ella lo deseaba tanto como él. Sólo por esta vez quería que el niño inadaptado se sobrepusiera al cabecilla más popular.
Pero el deseo por sí solo no podía lograrlo. Jimmy Joe arrojó su auto de costado, y Brent frenó para que su auto no recibiera un golpe de refilón. En medio de una nube de grava y polvo, el Mustang tomó la delantera. Brent se movió de un lado a otro hasta que halló un espacio y se lanzó hacia delante sobre la curva que los llevaría alrededor de la granja Simmons y de vuelta al Puente de los Suspiros. Sobre una cuesta que descendía, el Mustang volvió a ganar, terreno agresivamente. Mientras se disputaban la delantera, Laura advirtió que el Porsche estaba mejor preparado para manejar las curvas, pero el auto más pesado lo superaba en las rectas.
La competencia era pareja al acercarse a la línea de llegada, cuando Brent echó un vistazo a su espejo retrovisor y maldijo.
– ¿Qué? -Laura se dio vuelta. Luces centelleantes aparecieron detrás y oyó el tenue ulular de una sirena. Volvió a enderezarse y miró fijo hacia delante. No iba a morir esta noche… ¡iba a ser arrestada! Su padre tendría que pagar una fianza para sacarla de la cárcel. Todo Beason’s Ferry se enteraría cuando lo leyeran en el diario la semana siguiente: hija de doctor arrestada por actividades ilícitas en automóvil, o por imprudencia riesgosa, o como lo llamaran. En cualquier momento, Brent se detendría al costado de la carretera, les pondrían las esposas y se los llevarían arrestados.