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– Michaels, ¿me estás escuchando? -le ladró su productora en la oreja.

– No -giró sobre la espalda, y dejó caer el antebrazo sobre los ojos-. Cielos, Connie, ¿acaso no me puedo ir un solo fin de semana sin que me tengas que rastrear hasta encontrarme?

– No cuando irte significa que tu cara aparece estampada en otro noticiario.

– ¿Qué? -su modorra se desvaneció en el acto. ¿Se habrían enterado de la carrera callejera?

– En realidad, KTEX no mencionó tu nombre, gracias a Dios. Todo lo que dijo el conductor, de manera capciosa, fue que “un hombre oriundo de Houston se donó como premio en un show de Juego de Citas para recaudar fondos en un pequeño pueblo”. Si el camarógrafo no te hubiera filmado de pie en la plaza con la soltera ganadora, ni siquiera yo me habría enterado de que eras tú.

– Ah, eso -suspiró, aliviado. Al menos no había arruinado la reputación de Laura en la comunidad. Aún.

– ¿A qué te refieres con “Ah, eso”? -la voz de Connie subió varios decibeles-. Hubo tres televidentes que llamaron para preguntar si te ibas de KSET. Y como si fuera poco, ¡el director del informativo de KTEX llamó para preguntar inocentemente por qué mi reportero más popular estaba participando de un ardid publicitario sobre el que nosotros ni siquiera estábamos informando!

– Dame un respiro, Connie -incorporándose, giró las piernas sobre el lado de la cama, y se puso el cobertor sobre el regazo. Hablar con su productora mientras estaba desnudo no era su forma preferida de comenzar el día-. El hecho de que yo participe en una noche con fines benéficos fuera de la ciudad no tiene ningún valor periodístico en Houston.

– No jodas, Michaels -oyó el click de un encendedor seguido por la inhalación profunda de un cigarrillo-. Todo lo que hagas que tenga visos de “espíritu comunitario” y “buenas intenciones” hace quedar bien a la emisora. Además, me dijeron que este Tour de las Mansiones de Bluebonnet atrae a un gran público de Houston… y jamás me dijiste nada sobre ello. Cielos, eres el local en este equipo, y me haces quedar como una tonta ignorante.

– Se dice yanqui, Connie. Aquí en el Sur, decimos “yanqui ignorante”, no “tonta”.

– Lo que sea. Me debes una, querido. Y lo sabes.

– Perfecto. Envíame un móvil para filmar algunas secuencias.

– Ya lo creo que te enviaré un móvil. Ahora, dame un resumen del programa de la fiesta.

– Demonios, no lo sé -se peinó el cabello con la mano e intentó pensar-. Si siguen la tradición, habrá un recreación con trajes de época del Incendio de Beason’s Ferry, seguida por una parrillada en el parque de la ciudad.

– Perfecto -exhaló en el auricular, y podría haber jurado que el humo salía de su lado-. Puedes hacer una transmisión en vivo para el informativo de las seis.

– No creo que sea posible. Me estoy yendo apenas termine de vestirme. -Aunque si me quedara, tendría otra excusa para volverá ver a Laura. ¿Y hacer qué? ¿Pedirle perdón? ¿Explicarse? Sacudió la cabeza-. Necesito volver a Houston. Cuanto antes, mejor.

– ¿Para hacer qué? -se burló ella-. ¿Lavar tu ropa?

Para salir de este pueblo antes de que me ahogue, pensó.

– Está bien, está bien -dijo Connie en tono conciliador, cuando él permaneció callado-. En lugar de dos minutos, te daré dos minutos y medio. Pero no más que eso, ¡así que no comiences a quejarte!

– ¿Dos minutos y medio para una noticia insignificante? -Brent miró el teléfono, irritado-. ¿Qué sucede? ¿Andamos flojos de noticias?

– Andamos muy flojos de noticias. Además, las tomas con niños que beben helados siempre suben los índices de audiencia. Agrega un par de perritos asquerosamente simpáticos, y hasta usaré una de tus citas jugosas para nuestra próxima campaña publicitaria.

– No sé… -se devanó los sesos, pensando en lo que le diría a Laura si la volvía a ver. Se habían despedido anoche en términos bastante cordiales. Tal vez debiera dejar las cosas así.

– Vamos, Michaels, me debes una.

– ¿Por qué?

Ella hizo una pausa, obviamente buscando desesperadamente un motivo.

– Por no informarme acerca de esta gran fiesta popular.

– Rastrear comunicados de prensa para los reporteros del fin de semana no forma parte de mi trabajo. Inténtalo otra vez -aunque, pensó, si él y Laura estaban en buenos términos, no había motivo alguno por el cual no la podía ver. Además, ¿qué problema había con permanecer algunas horas más en Beason’s Ferry ahora que ya estaba acá?

– Está bien, cielos -Connie volvió a dar una calada áspera al cigarrillo-. ¿Por qué no hacemos lo siguiente? Soy yo la que estaré en deuda contigo. Un favor, de tu elección, para que reclames en cualquier momento del futuro.

– ¡Ja! -resopló Brent-. Qué lástima que no te estoy grabando.

– Oye, soy una persona confiable.

– Sí, claro -dijo en tono burlón, mientras pensaba rápidamente. Laura estaría en el festival de recreación histórica. Seguramente lo había organizado casi todo ella. Un informe en vivo sería buena publicidad para todo el pueblo. Era lo mínimo que podía hacer por Laura-. Está bien, Rosenstein, lo único, no te olvides según te convenga que tuvimos esta conversación en el instante en que colguemos.

– ¿Estás diciendo que lo harás? -Connie se atragantó.

– ¿Por dos minutos y medio en el aire? ¡Qué diablos! -encogió los hombros. Aunque se tratara de una historia desechable que podía hacer cualquier principiante, a Laura le encantaría.

– Maravilloso -cuando Connie recobró el aliento, recitó una serie de enfoques y párrafos de apertura para la historia.

– Connie -rió entre dientes-, si quieres que me ocupe de la historia, al menos déjame escribir la presentación.

– Sí, claro, sólo es que pensé que…

– Adiós, Connie -dio por terminada la discusión colgando el teléfono. En el instante en que lo hizo, volvió a pensar en Laura.

¿Debía realmente comportarse como si lo de anoche no hubiera sucedido jamás? Tal vez no se hubieran visto en los últimos años, pero él seguía valorando la amistad con ella. ¿Quería ponerla en peligro para… para qué? ¿Tener un affaire romántico que no conduciría a ningún lado? Ella vivía en Beason’s Ferry. Él vivía en Houston. No la imaginaba yendo en auto todos los sábados a la ciudad para pasar el fin de semana con un hombre. Y de ninguna manera iba a volver a este pueblito asfixiante para invitarla a comer a la cafetería local y despedirla con un beso casto en la casa de su padre.

Pensó por un instante en un motel sobre la autopista I-10, pero descartó la idea rápidamente. Laura se merecía algo más que un sórdido affaire en un motel clandestino. Merecía cenas a la luz de la vela, música suave y la posibilidad de relajarse y conocer a su pareja: así habían comenzado las cosas ayer.

Entonces, ¿por qué había insistido en ir a un lugar como Snake’s Pool Palace? Todo su comportamiento de la noche anterior lo sorprendía… especialmente la escena erótica dentro del auto. Apenas había comenzado el beso cuando ella arqueó su cuerpo contra él, acariciándole el pecho con las manos. Casi podía oír el voluptuoso gemido en lo profundo de su garganta y el suspiro entrecortado cuando él ahuecó las manos entre sus piernas. Había estado tan increíblemente caliente y húmeda cuando la presionó adentro con el dedo. Y apretada. Cielos, qué apretada estaba.

Por un terrible instante, se preguntó si era virgen. Las nociones como la virginidad y la inocencia estaban en el mismo nivel que el compromiso y el matrimonio en su lista de cosas que debía evitar.