– El esposo y su hijo permanecerán atrás para prender fuego a la cabaña, quemando todo lo que tienen. Sin otra cosa que la ropa que llevan puesta, partirán a pie para ayudar a los vecinos a quemar el pueblo y el paso de ferry que le daba su nombre.
– Debes de estar bromeando -se burló Connie-. ¿Quieres decir que ustedes quemaron su propio pueblo?
– Era preferible a dejárselo a los mexicanos para que lo usaran de refugio o de bastión -explicó Brent.
– No digas mexicanos -dijo Connie-. Di hispánicos; es políticamente correcto.
– Pero inexacto -señaló Brent-. Santa Anna no estuvo al mando del ejército hispánico. Estuvo al mando del ejército mexicano.
– Entonces di ejército mexicano. ¿Esto te suena bien, Jorge?
– Perfectamente bien -Jorge puso los ojos en blanco en dirección a Brent-. Además, mis ancestros pelearon con los texanos, junto con un montón de otros “hispánicos”.
– Oh -dijo Connie-. Está bien, lo que sea. Brent, hasta acá vamos cuarenta y cinco segundos.
– Está bien, Jorge -Brent se volvió en la otra dirección-, realiza una toma amplia mientras describo al ejército mexicano, cansado y hambriento en el momento en que llega a esa cima distante y ve las ruinas carbonizadas donde habían esperado hallar un pueblo para saquear. Luego vuelve a enfocarme mientras relato de qué manera el pueblo de Beason’s Ferry pagó un precio elevado, pero su sacrificio ayudó a Texas a obtener su independencia de México para constituirse en una nación independiente durante diez años, antes de unirse a los Estados Unidos de América como el vigésimo octavo estado de la Unión. ¿Luego, Connie?
– Acá.
– Pásalo al B-tape cuando diga: “Cuando comenzó el día, KSET habló con algunos de los actores que participarán de la recreación que se llevará a cabo esta noche sobre el Incendio de Beason’s Ferry”.
– Hecho -dijo Connie. Se quedó callada un momento mientras escribía sus indicaciones-. Entonces, George, ¿te quedarás en el adorable pueblito de Brent para el festejo de esta noche?
– Claro -respondió Jorge.
– En realidad, no -rectificó Brent, rehusándose a sentirse culpable cuando el muchacho rezongó contrariado-. Jorge me llevará a casa, y pienso marcharme apenas terminemos acá.
– Oh, claro -el tono socarrón de Connie terminó con una tos aguda-. Me enteré de que tuviste un problemita con tu auto. Entonces, Brent, ¿valió la pena el sacrificio que hiciste para obtener el título de Travesti de Texas?
– Pues, es mejor que ser nombrada Drag Queen de Texas -le disparó Brent a su vez, inusitadamente irritado por el sentido de humor poco convencional de Connie.
– No, espera -se rió su productora-. En realidad, ese título debería ir para la dulce rubiecita que llevabas de paseo en tu auto. La que te obtuvo como premio.
– Te advierto, Connie, si haces un comentario sarcástico más acerca de Laura, te dejaré colgada con dos minutos y medio de tiempo de emisión.
– Discúlpame -rió ahogadamente con absoluta falta de sinceridad-. Estate atento a las indicaciones.
Brent exhaló, y luego giró la cabeza para relajar el cuello y los hombros.
– Brent Michaels -oyó decir a alguien a su lado. En el instante en que se dio vuelta, supo que el rubio con anteojos metálicos no era un admirador que venía a pedir un autógrafo. Sus delgados hombros y delicada mandíbula estaban tensos por la hostilidad.
– ¿Te puedo ayudar? -preguntó Brent, cansado.
– Eso depende… -el hombre esbozó una tensa sonrisa-… en lo que estés dispuesto a hacer para ayudar a atenuar la ola de maledicencia que Laura Beth está teniendo que soportar, gracias a ti.
Brent suspiró. Era lo último que le faltaba: otra persona más para reprocharle su comportamiento de la noche anterior. No sabía qué era peor, las miradas acusadoras de los ciudadanos respetables del pueblo, o los guiños y las sonrisas de los de dudosa reputación.
– Supongo que no te importaría explicarme por qué te inmiscuyes en mis asuntos personales.
Los ojos del hombre se abrieron aún más:
– Creí que si la gente nos veía juntos hablando amistosamente, se disiparían algunos de estos rumores -echó una mirada a la multitud que se congregaba sobre la colina esperando que comenzara la recreación-. Aunque uno creería que esta gente jamás pondría en duda la reputación de Laura Beth con cualquier hombre, y mucho menos con uno que no ha visto en tanto tiempo que es prácticamente un extraño para ella ahora.
– ¿Ah, sí? -Brent no tenía ni idea de quién era este hombre, pero jamás había visto a alguien lucir tan nervioso, decidido y furioso al mismo tiempo. Casi podía admirar las agallas del tipo, si no fuera por un extraño presentimiento.
– Sí -dijo el hombre, cuadrando los hombros y mirando a Brent a los ojos-. Así que si podemos dar la impresión de que no nos vamos a matar, creo que Laura Beth se vería beneficiada.
La espalda de Brent se puso aún más rígida:
– Pues, como uno de los amigos más antiguos que tiene Laura, me encantaría hacer cualquier cosa que pudiera beneficiarla. Lo que me gustaría saber es por qué estás tan preocupado por su reputación para empezar.
Los ojos color avellana del hombre parpadearon detrás de sus anteojos:
– Porque soy Greg Smith.
Brent adoptó una postura de gallito que cualquier patán en Snake’s habría reconocido como una invitación para pelear.
– ¿Supongo que ese nombre debería decirme algo?
Hay que decir en su honor que el hombre se irguió indignado en lugar de dar marcha atrás:
– Tal vez debería expresarme de otro modo. Soy Greg Smith, el hombre con el qué Laura Beth se va a casar.
Brent sintió como si le hubieran pegado un puñetazo en el estómago.
– ¿Laura está comprometida?
El hombre levantó el mentón un poco más, aun al tiempo que su mirada se apartaba:
– Estamos, eh, sólo esperando para fijar fecha antes de comprometernos oficialmente -Greg Smith carraspeó-. Así que te agradecería si al menos te comportaras como si estuviéramos manteniendo una conversación civilizada.
A través de una nube roja de furia, Brent oyó que el hombre hablaba durante unos minutos más, incluso percibió cuando le estrechaba la mano y le daba una palmada en el hombro como si fueran íntimos amigos. Luego, Greg Smith se alejó caminando, deseándole a viva voz que tuviera un buen viaje de regreso a Houston, y que volviera a visitarlos a él y Laura Beth alguna vez.
Pero en su mente, Brent sólo podía escuchar las mismas palabras que se repetían sin cesar: ¡Laura estaba comprometida! Durante todo el tiempo que estuvo flirteando con él, estaba comprometida.
– Prepárate, Michaels -la voz de Connie zumbó en su oído-. Estás en el aire en tres minutos.
Los siguientes segundos pasaron como una nebulosa. Como si proviniera de otro, su propia voz le sonó como un ruido de fondo al clamor que se desataba en su cabeza. Antes de que pudiera advertir que el informe había acabado, Jorge bajó la cámara y le hizo un gesto de aprobación.
– Bueno -dijo Connie-, aquello fue realmente intenso. No es que me queje, pero, ¿alguna vez consideraste renunciar a las noticias para ser actor?
– ¿Connie? -preguntó con la voz tensa.
– ¿Sí, querido?
– ¡Vete a la mierda!
Oyó la risa justo antes de arrancarse el auricular de la oreja para arrojárselo junto con el micrófono a Jorge.
– ¿Adónde vas? -gritó el muchacho, al tiempo que Brent se dirigía hacia el clubhouse. No respondió, ya que estaba totalmente concentrado en su destino.
– Hola -dijo Melody Piper, justo detrás de Laura.
– ¡Oh! -Laura se sobresaltó, desparramando las rodajas de pan recién cortadas en el piso de la cocina. Había estado con los nervios de punta todo el día, turbándose ante el más mínimo ruido. Casi prefería que si Brent se iba a marchar sin hablarle, lo hiciera rápidamente. Por otra parte, no podía dejar de mirar a través de la ventana del clubhouse para recordarlo trabajando delante de una cámara. En cuclillas, reunió los pedazos de pan.