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– ¿Qué haces todavía en el pueblo? El show de arte terminó hace horas.

Melody levantó una ceja por la desfavorable recepción:

– Vine a reclamar mis cinco dólares.

Poniéndose de pie, Laura echó un rápido vistazo a las mujeres del comité de recaudación de fondos, que trabajaban en la tienda de comidas. Por una vez, Janet y Tracy parecían demasiado ocupadas sirviendo carne asada a través de la ventanilla como para estar cuchicheando a sus espaldas y clavándole filosas miradas.

– Sí, por supuesto, tus cinco dólares -dijo, mientras intentaba decidir qué hacía con el pan que había levantado del piso. Finalmente, lo arrojó en el basurero y se dirigió a una mesa en el fondo de la cocina para buscar su cartera.

– ¿Estás bien? -preguntó Melody.

– Sí, es sólo que… -Laura calló para no confesar la verdad: que no estaba para nada bien. Aunque nadie se lo había dicho directamente, sabía que todo el pueblo estaba hablando de ella. Cada vez que entraba en una habitación, todo el mundo se callaba, y sentía que era el centro de todas las miradas. Si sólo se marchara Brent, podría relajarse y reírse de toda la situación, en lugar de considerarla sumamente vergonzosa.

– Aquí tienes -dijo, entregándole a Melody un billete de cinco dólares.

– Gracias -sonriendo ampliamente, la artista le arrancó el dinero de los dedos-. Aunque renunciaría a mi ganancia a cambio de algunos detalles jugosos sobre anoche.

Laura dirigió una mirada horrorizada hacia los demás, y sus mejillas estallaron acaloradas.

– Tan bueno fue, ¿eh? -se rió Melody, y luego pareció entender lo incómoda que estaba Laura-. No importa. En realidad, pasé para ver si habías tomado una decisión respecto de lo que hablamos ayer.

Laura frunció el entrecejo al recordar la conversación sobre la búsqueda de alguien para compartir su casa con ella. Con todo lo que había sucedido desde entonces, jamás pudieron volver a hablar del tema.

Pero antes de poder responder a la pregunta de Melody, la puerta del costado de la cocina se abrió con un estruendo, y el corazón le dio un vuelco. Se reprendió por estar tan nerviosa, hasta que se dio vuelta y halló a Brent parado en el umbral de la puerta. Con su silueta recortada contra la luz vespertina, parecía un guerrero conquistador que venía a reclamar el premio de la batalla. Un silencio descendió sobre la cocina mientras la recorrió con la mirada con los ojos entrecerrados. Al verla, ella se echó hacia atrás, apoyándose en la mesa a sus espaldas. Su respiración se tornó entrecortada al verlo avanzar en dirección a ella.

Y sólo podía pensar en que no se había ido sin despedirse. No es que hubiera imaginado una despedida como ésta. En lugar de una entrañable melancolía, estaba tan enojado que parecía que se la iba a comer allí mismo.

– Laura -su nombre rechinó entre los apretados dientes de una falsa sonrisa. Ella advirtió que su pecho parecía aún más grande cuando sus músculos estaban contraídos por la tensión.

– ¿Sí…? -intentó hablar con un tono de voz normal, pero fracasó.

– Me gustaría hablar contigo, si puedo.

– Claro -con las manos temblorosas, apoyó la cartera a un lado y se dirigió hacia la puerta. La mano de él se apretó alrededor de su codo y tomó la delantera. Apurando el paso para equipararlo a sus grandes trancos, les dirigió una sonrisa complaciente a las demás mujeres. Janet y Tracy se quedaron mirando boquiabiertas mientras Melody le hizo una señal de aprobación justo antes de que Brent la sacara de un tirón por la puerta. La condujo hacia la parte de atrás del clubhouse, en donde el edificio los protegía de la multitud.

– Brent… -se rió jadeando-. ¿Qué pasa…?

Él la soltó bruscamente y se giró para enfrentarla:

– ¿Por qué diablos no me dijiste que estabas comprometida?

– ¿Qué dijiste? -dio un paso hacia atrás y se chocó con el edificio.

– No me mires con cara de inocente -se acercó aún más, amenazándola con su presencia. Si sólo pudiera recobrar el aliento, tal vez podría pensar. En cambio, su mente daba vueltas mientras él caminaba de un lado a otro en frente de ella, acusándola de mentirle, de usarlo, o algo por el estilo. Para ser un hombre elocuente, lo que decía no parecía muy razonable.

Y luego lo entendió todo. ¡Estaba celoso! Brent Michaels estaba celoso porque pensaba que ella estaba comprometida con otro hombre. La ridiculez de la situación hizo que le sobreviniera una sensación de levedad tal que sintió que saldría volando.

– ¿Y por qué diablos te ríes? -quiso saber.

– Brent -intentó permanecer seria-. No estoy comprometida.

Él se enderezó, evidentemente sorprendido porque estuviera tan divertida:

– ¿No?

Ella sacudió la cabeza, temiendo que si hablaba, comenzaría a reírse.

– ¿Entonces quién diablos es Greg Smith?

Ella suspiró, y aterrizó.

– Greg es un amigo con quien he salido de vez en cuando en los últimos años. En este momento, apenas nos vemos.

– ¿Entonces por qué piensa que estás comprometida?

– ¿Tal vez porque me propuso matrimonio? -dijo, poco convencida.

– ¿Y?

– Intenté decir que no, en serio -hizo una mueca de vergüenza ante lo poco convincente que sonaba-. Pero no quería herir sus sentimientos. Así que por desgracia, me temo que tal vez no haya comprendido.

– Hiere sus malditos sentimientos, si es la forma de que se dé cuenta. ¿A mí qué me importa?

Lo miró detenidamente:

– No lo sé, Brent. ¿A ti qué te importa?

– Yo… -se volvió hacia ella con una mirada de confusión-. Me importa, ¿sí?

– ¿Por qué?

– Porque… -apartó la mirada, pasándose la mano por el cabello.

– ¿Brent? -hizo una pausa, confundida, y luego apoyó la mano sobre su espalda, sintiendo que sus músculos se tensaban bajo su palma.

– Oh, maldición -farfulló y giró para mirarla. Ella apenas pudo ver su cara antes de que él la atrajera en sus brazos y aplastara su boca con la suya.

Su corazón levantó vuelo al tiempo que él profundizaba el beso. La pasión estalló entre ambos, tan caliente y rápida como la noche anterior.

– Laura -susurró roncamente, arrastrando la boca bajo su mandíbula, su mejilla, su cuello-. No puedo fingir que lo de anoche no sucedió -sus manos se ahuecaron detrás de su cabeza y su frente se apoyó sobre la suya-. No puedo olvidarlo, porque no puedo dejar de pensar en ello.

Se echó hacia atrás, y lo miró asombrada.

– Yo tampoco.

El alivio encendió su rostro un instante antes de que él tomara su boca en la suya, besándola posesivamente. Si no la hubiera estado aferrando con fuerza, ella habría levantado vuelo. No terminaba de cansarse del sabor de sus labios, de la sensación de su cuerpo oprimido desvergonzadamente contra el suyo.

– Supongo -logró decir entre un beso y otro- que esto significa… que ya no somos amigos.

– Supongo que no -ella rió entre dientes.

– Gracias a Dios -la calzó más firmemente contra él, y ella sintió cuan desesperadamente la deseaba.

– Disculpe, señor Michaels -una voz poco familiar sacudió a Laura de su euforia-. ¿Esto significa que nos quedaremos aquí esta noche, después de todo?

Sus ojos se abrieron bruscamente y se encontraron con los de Brent, igualmente sorprendidos, y ambos se dieron cuenta de que estaban parados afuera, a plena luz del día, con la mitad del pueblo a sólo unos pocos metros de ellos.