Выбрать главу

Cuando le entregó la tarjeta, sus dedos la retuvieron unos instantes. Incluso al tirar de ella, parecía no poder soltarla.

– Tendrás mucho cuidado con mi auto, ¿no es cierto? Los cambios son muy sensibles, y no frenes demasiado bruscamente o saldrás despedida por el parabrisas.

– Estoy segura de que no tendré problema.

– Tal vez deberías dar una vuelta alrededor del pueblo varias veces, antes de subirte a la autopista, sólo hasta que te acostumbres a la dirección europea…

– Brent.

– ¿Sí?

– Tendré cuidado -extrajo la tarjeta de su mano y le dio un rápido beso en los labios. Cuando se apartó, tenía un brillo de excitación en los ojos-. Entonces, supongo que nos veremos en una semana o dos.

– Sí, eso creo.

Ella se quedó parada un instante, lo suficiente como para que a él se le ocurriera volver a besarla, pero algo lo retuvo.

– Bueno, pues -dijo ella-, si eso es todo, será mejor que vuelva a ayudar al club.

La observó alejarse, momentáneamente distraído por el meneo de sus caderas. Con una sonrisa final, ella lo miró por encima del hombro, antes de desaparecer girando en la esquina del edificio… entonces, sintió un inmenso terror que le oprimió el pecho. No sabía si era el hecho de que Laura manejara su auto, o la idea que se mudara a Houston.

Respirando hondo varias veces, se recordó a sí mismo que ella se mudaría a Houston para buscar trabajo, no para hostigarlo o encerrarlo en una relación. Además, tenía dos semanas para acostumbrarse a la idea, o para dar marcha atrás por completo.

Aunque hizo un amago de ir tras ella, sabía que no daría marcha atrás. Al menos, no por ahora. Superaría el momento de pánico de la misma manera en que había superado su primer noticiario en vivo: concentrándose en el presente y bloqueando el futuro.

No es que Laura y él tuvieran un futuro. Al menos, no en el largo plazo. Pero ella debía de saberlo, o no le habría asegurado con tanta vehemencia que tenía otro motivo para mudarse. No tenía nada de qué preocuparse. Eran ambos adultos. Todo saldría bien.

Dos semanas después, Laura descendió las escaleras con un portatrajes y un bolso de viaje. Su padre apareció en el vestíbulo en el momento en que posó su equipaje para buscar en su cartera las llaves del auto de Brent.

– Así que realmente vas a llevar a cabo tu plan -dijo su padre-. Tu intención es irte de verdad.

Ella levantó la mirada, sorprendida de oír su voz, luego de tantos días de silencio. La reacción de asombro de Greg ante su partida ya había resultado incómoda, pero la desaprobación de su padre le dolía mucho más. Desde que se había enterado de sus planes, apenas habían cruzado unas palabras.

Resignada a su desaprobación, se abocó a buscar las llaves.

– Hay comida en envases etiquetados que está lista en el freezer. Las instrucciones para calentarlas están puestas sobre las tapas. Tus remedios están en el pastillero diario, sobre la mesada de la cocina. Aunque si lo deseas -hizo una pausa-, puedo llamarte en las noches para hacerte acordar.

– Yo puedo cuidar de mí mismo, Laura Elizabeth -se enderezó con la ayuda del bastón-. Pero no pretendas que te cubra mientras estés allá.

– ¿Que me cubras? -frunció el ceño-. ¿A qué te refieres?

– ¿No creerás que alguien imagina realmente que vas a Houston para buscar un trabajo, no? -su brazo se sacudió, mientras se apoyaba sobre el bastón-. Todo el mundo sabe que te vas para pasar el fin de semana en la ciudad con ese muchacho de Zartlich.

– Tengo veintiocho años, papá -le recordó con poca paciencia-. Lo que decido o no decido hacer no es asunto de nadie sino mío.

– ¿Y yo? -se golpeó el pecho-. Yo soy quien quedará y tendrá que aguantar todos los cuchicheos de la gente a mis espaldas. Todo el pueblo dirá que eres igual a tu madre.

– Basta, papá. ¡Basta! -la furia estalló como lava caliente. Respiró hondo para contenerla-. Si me parezco a mi madre, mejor. A pesar de todas sus faltas, se me ocurren un montón de personas peores con quien ser comparada.

– Eso es porque jamás supiste cómo era de verdad. Yo te protegí de eso, gracias a Dios.

– ¿Gracias a Dios? ¡Gracias a Dios! -lo miró con los ojos desorbitados, sin saber si reír o llorar-. Apenas recuerdo a mi propia madre porque su nombre ha sido un tabú en esta casa desde el día en que trajiste su cadáver de vuelta de Galveston, ¿y por eso debo dar gracias?

– Es mejor que no recuerdes cómo era.

Lo miró fijo, y vio el dolor tras las palabras de amargura.

– Recuerdo que era amable y generosa, y la madre más cariñosa que pueda tener una niña. También recuerdo que lloraba tan a menudo como se reía. Recuerdo la desesperación con la que ustedes dos se amaban, aun mientras me acuerdo acostada en la cama de noche, escuchándolos pelear. Es todo lo que sé de mi madre. Todo lo que jamás sabré.

– Entonces tal vez sea hora de que sepas por qué tu madre y yo peleábamos tan a menudo. Tal vez sea hora de que conozcas la verdad sobre todos esos “viajes de compras” que hacía a Houston.

– Papá… -sus hombros se hundieron bajo el peso del dolor-. Por favor. No quiero hablar de esto, no ahora cuando estás disgustado. Tal vez cuando vuelva…

– Como si hubiera algún momento adecuado para decirle a una criatura que su madre es una libertina.

– ¡Te dije que basta! Yo… -se mordió el labio para detener el temblor-. Sé que hubo… otros hombres, ¿sí? Escuché suficientes peleas como para enterarme de eso.

– No eran sólo “otros hombres”, Laura Beth. Eran desconocidos que levantaba en los bares. ¿Es ése el tipo de mujer con la que quieres que te comparen? ¿El tipo de mujer que quieres ser?

– ¡Esto no se parece en nada!

– ¿Y en qué se diferencia? ¿Acaso niegas que vas a ver a Brent Zartlich?

– Voy a ver a Brent, sí… un hombre que conozco desde hace muchos años. Un hombre con el que espero comenzar una relación.

– Una relación -hizo un gesto de desdén-. Puedes disfrazarlo con palabras, muchacha, pero no puedes cambiar la realidad. El sexo fuera del matrimonio sigue siendo un pecado.

– Tal vez tengas razón. Tal vez sea un pecado. Pero me pasé toda mi vida siendo la niña buena, y ¿qué he conseguido?

– Has conseguido una casa decente, comida y ropa, y el respeto de este pueblo: eso es lo que has conseguido.

– No es suficiente. ¿Acaso no puedes comprenderlo? Necesito…

– ¿Qué? ¿Qué necesitas que no puedes conseguir aquí en Beason’s Ferry?

– ¡Algo más! ¿Entiendes? -su cuerpo tembló de frustración-. Necesito algo más.

– Y por eso, jovencita, es que eres igual a tu madre -cerró los ojos-. ¿Por qué las mujeres persiguen aquello mismo que terminará destruyéndolas?

Hizo un ademán para defenderse, pero no pudo hablar.

– Papá, lo siento -dijo finalmente, reuniendo su equipaje-, pero debo irme. Por favor… -se le quebró la voz-. Trata de comprender.

– Laura Beth -la llamó cuando ella alcanzó la puerta. Ella miró por encima del hombro y vio su rostro surcado por el dolor y la preocupación-. Te romperá el corazón… lo sabes, ¿no?

– Puede que tengas razón. Pero prefiero ir tras lo que quiero y que se me quiebre el corazón a quedarme aquí con las manos vacías.

Su padre se irguió en toda su altura, con el rostro contorsionado por la aflicción, mientras reprimía sus propias lágrimas:

– Está bien, entonces. Vete. Entrégate a ese inútil de poca monta que destruirá todo lo que alguna vez te he dado. Pero te advierto, Laura Elizabeth, si sales por esa puerta, no vuelvas nunca más. Prefiero pensar que estás muerta, que estar día y noche preocupado por ti. ¿Entendiste?