Cuando el canal hizo un corte para la propaganda, volvió al presente. Debía llamar a Janet y decirle lo que había hecho. Aunque Brent había accedido a aparecer en el programa, la ex porrista de Beason’s Ferry no iba a estar contenta, pues Laura le había robado la excusa para que Janet lo llamara ella misma.
Dirigiéndose a la cocina, en la parte trasera de la enorme y antigua mansión, casi deseó haber sido rechazada. Entonces habría podido aferrarse a las posibilidades urdidas en sus sueños de niña. Había otra parte de ella, la parte audaz que había intentado ignorar, que se estremecía de placer anticipando volverlo a ver. Por más firmeza con que predicara a su corazón, no podía evitar que se acelerara cuando pensaba en que había una posibilidad, por más pequeña que fuera, de que ésta fuera la oportunidad para que esos sueños se hicieran realidad.
Capítulo 2
– ¡Llegó! ¡Llegó! ¡Llegó!-se oyó una voz estridente por encima de los sonidos de la multitud congregada sobre la plaza del Palacio de Justicia.
Laura echó un vistazo por encima del hombro y vio a Janet lanzándose directamente hacia ella, o más bien hacia Tracy Thomas, parada frente a ella en la fila del concesionario de comida. El largo cabello oscuro de Janet y su pulposa figura resultaban llamativos bajo el sol del mediodía.
– ¡Oh, Dios mío! -gritó Tracy, una rubia igualmente bonita-. ¿Brent Michaels está realmente aquí?
El corazón de Laura latió con fuerza, mientras sus ojos recorrían rápidamente la plaza. Debajo de las imponentes magnolias, la muchedumbre serpenteaba entre los puestos de pinturas y artesanías. Del lado sur de la plaza, se escuchaba el estruendo de la música country, que provenía de un quiosco de música, mientras el aroma a. carne asada lo envolvía todo.
– ¿Lo viste realmente? -preguntó Tracy a Janet-. ¿Dónde?
– En la posada. ¿Y a que no adivinan qué auto manejaba? -Janet esperó apenas un suspiro, y luego soltó-. ¡Un Porsche!
– ¡Oh, Dios mío! -gritó Tracy-. ¡Tienes tanta suerte, y yo te tengo tanta envidia! Si sólo no estuviera embarazada -le dirigió una mirada de enojo a su vientre distendido.
– Aun así, tu marido jamás te dejaría participar en el show, ni aunque fuera a beneficio -señaló Janet.
– Tienes razón -hizo un gesto de contrariedad-. Además, es probable que Brent te eligiera a ti de cualquier manera, y entonces sí que te odiaría.
Como la mayoría del pueblo, Tracy daba por descontado que Brent elegiría a Janet de la hilera de participantes. ¿Y por qué no habría de hacerlo? Janet tenía un cuerpo por el que morían los hombres. Y hasta los kilos que había aumentado luego de tener a sus tres hijos habían ido a parar a los lugares más favorables.
Pero Laura tenía la fuerte sospecha de que Brent ya había tomado su decisión: elegirla a ella. No porque tuviera un deseo profundo de salir con ella, sino porque ella jamás le había dado motivos que delataran algún interés. Si hubiera sabido de su atracción, la habría evitado como lo hacía con todas las demás muchachas del pueblo que le habían echado el ojo.
La idea de un Brent adulto que la invitaba a salir la hizo volver a sentir mariposas en el estómago. Mordiéndose el labio, se preguntó cuál sería la reacción de Janet. Para el caso, ¿cuál sería la reacción de Greg? No, mejor no pensar en Greg.
– Oh, Laura Beth -Janet se volvió como si acabara de verla-. La señorita Miller me pidió que la ayudara a armar el escenario en el teatro de la ópera. Pero tú eres mucho mejor en ese tipo de cosas. ¿Te importaría ocuparte de ello?
– En absoluto -Laura se obligó a sonreír, mientras mentalmente agregaba la decoración de escenarios a su lista cada vez más larga de responsabilidades.
– ¡Gracias! -exclamó Janet, apretándole los hombros y besando el aire al lado de su mejilla-. ¡Eres tan dulce! Realmente no sé lo que haría el comité sin ti.
Laura dominó el instinto de poner los ojos en blanco, mientras las dos mujeres se alejaban apuradas, sin duda para echar a correr la noticia de la llegada de Brent. Por enésima vez se maldijo por hacer esa llamada cuatro meses atrás. ¿Pero cómo habría de saber que las mujeres de Beason’s Ferry se tomarían el regreso de Brent como la Segunda Venida? Y cuanto más ridículamente actuaban las mujeres, peor era el gesto de malhumor en el rostro de los hombres.
Si sólo hubiera dejado que Janet hiciera esa llamada, entonces Brent habría dicho que no, y todo este fiasco se habría evitado. Por lo menos, suponía que se habría negado; siempre había despreciado al grupo más popular cuando estaba en la escuela secundaria.
Por otro lado, tal vez su regreso era lo indicado. Una vez que pasara este fin de semana, la pequeña fantasía que titilaba en lo profundo de su corazón quedaría definitiva y efectivamente extinguida. Sí, Brent había sido su amigo cuando eran niños; hasta le había dado su primer beso… un casto roce de labios por el que casi se había desmayado, pero no había ninguna posibilidad de que Brent Michael Zartlich regresara al pueblo para tomarla en sus brazos y declararle amor eterno.
Eso no les sucedía a las mujeres como ella. Les sucedía a las mujeres famosas, despampanantes, exóticas, románticas. Si bien Laura tenía un corazón irremediablemente romántico, no era ni despampanante ni exótica, y ya era hora de que lo aceptara.
– Laura Beth -se oyó una voz tensa detrás de ella-. Me gustaría hablar un instante contigo.
Greg. Dejó caer los hombros por un instante, antes de volverse para mirar a su novio circunstancial.
– Hola, Greg. ¿Estás disfrutando del show de arte?
– Pues, sí, yo… -comenzó a responder, y, luego, sorpresivamente, irguió los hombros-. Lo disfrutaría mucho más si no estuvieras a punto de transformarte en el hazmerreír de todo el pueblo.
– Greg… -clavó la mirada en él, sorprendida por su descaro-. ¿De qué hablas? Ya discutimos esto, ¿recuerdas? Me comprometí a ser una de las participantes del concurso para ayudar a reunir fondos para el Tour de las Mansiones.
– Sé lo que dijiste, pero… -sus ojos color castaño parpadearon agitados detrás de los anteojos de montura dorada-. Es sólo que no me gusta la idea de que compitas con otras mujeres para salir con un… un joven buen mozo.
Ocultó una sonrisa frente a la acusación, dado que Greg, con su cabello claro y sus mejillas suaves, estaba mucho más cerca de ser “buen mozo” que Brent. De hecho, cuando Greg Smith se había mudado cinco años atrás a Beason’s Ferry para ser el nuevo farmacéutico del pueblo, su timidez le había parecido encantadora. De alguna manera, lo seguía creyendo. Greg se irguió en una rara manifestación de temeridad.
– Laura Beth, insisto en que te retires de este… este espectáculo.
Su alegría se disipó al escuchar la orden.
– No puedo -dijo. Al llegar a la parte delantera de la fila del puesto de comida, dirigió la atención a Jim Bob Johnson, a cargo del puesto del Club de Optimistas.
– Hola, LB -Jim Bob le guiñó el ojo; mientras hacía girar el escarbadientes al otro lado de la boca-. ¿Cómo amaneciste hoy?
– Muy bien, JB, ¿y tú? -preguntó.
– Espectacularmente bien -enderezó la gorra roja sobre su cabeza-. Entonces, ¿qué te pido? ¿Una bandeja de salchicha? ¿Un sándwich de carne?
El aroma a carne humeándose detrás de él en la parrilla, le hizo agua la boca.
– Prepárame una bandeja de salchicha, dos sándwiches de carne, un choclo asado, dos Cocas, y una limonada grande.
– ¡Oye! Tú sí que tienes hambre -Jim Bob sonrió mostrando los dientes.
Por el rabillo del ojo, vio a Greg buscar la billetera.
– Yo me ocupo -insistió ella, con el dinero en la mano.
El desánimo cruzó las facciones de Greg.