– ¿Dónde aprendiste a hacer eso? -preguntó mientras él cortaba las zanahorias en rodajas con la precisión milimétrica de un chef Cordón Bleu.
– ¿Qué, cocinar? -encogió los hombros-. Aprendí lo básico de niño. No es que me quedara otra opción: mi abuela rara vez apagaba el televisor el tiempo suficiente como para advertir que yo siquiera estaba en casa.
El ritmo de sus tajadas se detuvo un instante. Frunció el entrecejo al ver la rodaja irregular de zanahoria y la arrojó a la pileta.
– Después de un tiempo, hasta los niños se cansan de comer sándwiches de mortadela y sopa de kétchup.
– ¿Sopa de kétchup? -preguntó.
– Oye, era un niño, no molestes -sonrió-. Además, el kétchup es gratis -inclinándose hacia ella, descendió la voz para un efecto dramático-. Verás, me metía a hurtadillas en el Dairy Bar, hacía de cuenta que me dirigía al baño, y luego, cuando nadie miraba, me birlaba los sobres de kétchup de las mesas.
– Muy astuto -dijo con asombro exagerado, aun mientras sentía que algo se le retorcía adentro por la imagen que evocaba.
– De cualquier manera -dijo, raspando las zanahorias en un bol y comenzando a pelar las diminutas cebollas-, mis habilidades culinarias estaban lo suficientemente avanzadas cuando comencé a trabajar como repartidor para el supermercado Adderson. Supongo que comenzó como simple curiosidad, sabes, preguntándome qué planeaba hacer la gente con toda esa comida que yo ponía en sus despensas. Así que yo… echaba un vistazo a los libros de cocina de la gente si les llevaba las compras cuando no había nadie en casa.
– Brent… -sacudió la cabeza-, ¿por qué no preguntabas y ya?
– Lo hice -insistió-. Una vez. La mujer me dijo que no me metiera en lo que no era asunto mío, y que dejara el pedido.
– ¿Quién dijo eso? -irguió la columna en el acto.
Él le sonrió, mostrando todos sus dientes.
– Clarice.
– ¿Clarice? -Laura abrió los ojos. -Pero Clarice no sabe cocinar, a no ser que te guste el pastel de carne quemado y el pan de maíz tan duro como para romperte una muela.
– Yo, este… -se rascó el costado del cuello-… me di cuenta de ello después. Pero para entonces ya había desarrollado mis métodos ladinos.
– Métodos astutos, a mi parecer -sacudió la cabeza, maravillada ante todo lo que había tenido que superar en la vida para ser el hombre que era-. Eras muy ingenioso de niño. Debes estar orgulloso de ello.
– Gracias -al terminar con las cebollas, tomó el bol de carne marinada y se volvió hacia la cocina de gas-. Entonces -dijo de espaldas-, ¿pudiste hablar alguna vez con tu amigo Greg para explicarle que tu respuesta era no?
Sus hombros se desplomaron.
– Hablé con él, sí.
– ¿Y? -la voz de Brent sonaba despreocupada, pero su cuerpo pareció ponerse súbitamente tenso.
– Parece que sólo escucha lo que tiene ganas de escuchar -jugueteó con el pie de la copa-. Si bien le dije que me mudaba a Houston tan claramente como pude, parece pensar que vine aquí para tomarme una vacación y pensar las cosas.
– Ya veo. Y tu padre. ¿Me dirás lo que te dijo antes de partir?
– Prefiero no hacerlo -bebió un pequeño sorbo de vino y lo saboreó con la lengua.
– ¿No está de acuerdo con que nos veamos, no es cierto?
– Papá no está de acuerdo con que vea a nadie.
Brent se ocupó de ajustar la llama del quemador.
– ¿Qué dijo?
– Oh, no lo sé -hizo un gesto con la copa en el aire para parecer despreocupada-. Algo así como que todo el pueblo sabía que venía a Houston para rendirme al pecado y al desenfreno durante un fin de semana -aun de espaldas, ella advirtió que se ponía tenso.
– ¿Te molesta? -preguntó él suavemente.
– ¿Qué, el pecado y el desenfreno?
– No, que todo el pueblo sepa que estás acá. Conmigo.
– Por supuesto que no -descartó la idea, hasta que se le ocurrió otra-: ¿A ti te molesta?
– ¿Qué la gente sepa que estoy en compañía de una mujer hermosa? No lo creo -se rió, y agarró el aceite de oliva. Chisporroteó y estalló mientras él lo echaba en forma de hilo sobre la sartén. El ajo que agregó pareció llenar la habitación de un sabroso aroma, y alineó los boles de vegetales y carne cortados-. Ahora, relájate y disfruta del show.
Capítulo 13
– ¡Eso estuvo fantástico! -Laura suspiró satisfecha, dejándose caer sobre el sofá. Recostada sobre el respaldo, puso una mano sobre su estómago-. No puedo creer haber comido tanto.
– Me alegro de que te haya gustado -sonriendo, Brent se sentó a su lado y tomó el control remoto, presionando la tecla play del VCR-. ¿Estás segura de que quieres ver una película que ya viste? -preguntó cuando aparecieron los créditos de Up Close and Personal. Ella había ubicado la película al revisar la amplia colección de su equipo de home entertainment.
– Claro -respondió-. Como dije, hace mucho que no la veo. Además, ¿qué puede ser más apropiado que una película sobre noticiarios? Salvo que prefieras ver otra cosa.
– No, me gusta esta película -se inclinó para tomar la botella de vino que había posado sobre la mesa de centro y llenó las copas de ambos-. Incluso es bastante fiel, en su mayoría.
– ¿Ah, sí? -le preguntó, ansiosa por saber más acerca de su trabajo-. ¿Entonces la sala de redacción en donde trabajas es igual de lujosa que la de la película?
– No exactamente -se rió entre dientes-. Detrás de los estudios refinados y elegantes, las salas de redacción son por lo general desordenadas y caóticas, algo así como una zona de guerra -recostándose contra el sofá, pasó el brazo por detrás de ella-. Me refiero a que es fiel en su representación del personaje de Robert Redford, Warren Justice. Los periodistas como él, los que realmente se preocupan por informar al público, son una especie en extinción. Hoy día, lo que importa son los índices de audiencia y el espectáculo.
– ¿Eso te molesta?
– Sí, la verdad que sí. Me molesta mucho -sus dedos juguetearon con las puntas de su cabello. Cuando ella miró de costado, él parecía más interesado en ella que en la película-. Pero no me puedo imaginar haciendo otra cosa. Y cada tanto, tengo la oportunidad de escribir un artículo que vale la pena.
– ¿Cómo qué?
Le contó acerca de los informes especiales que había realizado, desde desarrollos inmobiliarios escandalosos hasta corrupción política. Mientras lo oía, perdió el hilo de la película. Cuando hablaba sobre la búsqueda de la verdad e informar a la gente, lo hacía con pasión. Pero la mayoría de sus historias se remontaban a sus días como periodista en el llano, antes de conseguir un puesto en el noticiario.
– Aún no entiendo por qué renunciaste a ser periodista de investigación.
– Porque el puesto de reportero de noticias está a un paso de donde realmente quiero estar.
– ¿Dónde?
– En el puesto de jefe de redacción -esbozó una sonrisa amplia-. ¿Sabes? Ese es un trabajo que vale la pena. El jefe que tengo ahora, Sam Barnett, es un poco así -señaló la televisión, donde Warren Justice estaba acosando a Tally Atawater, un reportero novato y ávido, para que fuera al corazón de la historia, para que buceara más allá de la superficie y desenterrara el elemento humano que provocaría la empatía de la gente-. Connie, mi productora, cree que Sam es anticuado, pero yo admiro el hecho de que le importe más informar las noticias que entretener a la gente.
En lugar de echar un vistazo a la pantalla, sus ojos permanecieron puestos sobre Brent.
– Te apasiona de verdad, ¿no es cierto?