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Las manos de él ahuecaron sus pechos. El hecho de verlo observándola le provocó vergüenza y excitación al mismo tiempo, y él acarició sus pezones, que se irguieron ardientes.

– Hace tanto que pienso en esto, que te quiero acariciar así -exhaló las palabras hundiendo la boca en su cabello. La evidencia de su deseo ejercía una firme presión contra su espalda.

El temor nervioso se aquietó en su estómago, reemplazado por un sordo anhelo. Esto que hacía estaba bien. Este hombre, esta noche. La invadió la certeza de lo que estaba haciendo mientras las manos de él se deslizaban hacia abajo, sobre su vientre, provocándole un temblor profundo.

Como entre sueños, reparó que le quitaba el resto de la ropa, hasta dejarla desnuda, sintiendo la presión de él una vez más a sus espaldas. Una de las manos de él volvió a su pecho, la otra se posó más abajo, sosteniéndola con firmeza contra sí. Ella podía sentir la presión dentro de los confines de su pantalón, sabía que estaba de pie, completamente vestido, mirando fijo su desnudez en el espejo.

– Cielos, Laura -respiró apoyado contra su sien-, eres tan hermosa.

Los ojos de ella se abrieron lentamente, y se vio tal como era: pálida y delgada, pero, por algún motivo, estrechada entre sus brazos morenos y sólidos, era hermosa… etérea y terrenal a la vez. Contuvo el aliento al percibir la expresión de sus propios ojos, al ver la avidez que brillaba bajo sus párpados pesados. Cuando vio que él estaba observando su rostro, que también advertía su deseo manifiesto, quiso volver la mirada. Pero la imagen delante de ella la retuvo extasiada, mientras sus manos fuertes acariciaban su suave piel.

– Desde aquella noche en el auto -dijo-, he deseado mil veces haber contemplado tu rostro cuando te tocaba. Haber visto tus ojos cuando finalmente te desataste.

Su mano siguió deslizándose sobre su vientre hasta enredarse en la mata de vello dorado. Un gemido se escapó de sus labios cuando su mano se deslizó entre sus muslos, avivando el deseo. La vergüenza venció a la audacia. Se volvió en sus brazos y hundió el rostro en su pecho.

– Ámame, Brent… quiero decir… -levantó la mirada hasta la suya-. Hazme el amor.

Una sonrisa revoloteó en sus labios mientras su boca se posaba sobre la de ella. La fuerza del beso la calmó, evitó que pensara. Echó los brazos alrededor de su cuello al tiempo que él la levantó y la llevó a la cama. Aun mientras la acostaba sobre el colchón, se aferró a él, besándolo con todo su ser.

– Laura -susurró, moviéndose desde su boca hacia su cuello-, ¿necesitas que use algo?

– ¿Qué? -ella frunció el entrecejo, pensando que ya llevaba demasiada ropa puesta. Sus manos tironearon de su camisa, deseando tocar su carne desnuda.

– ¿Necesito ponerme un condón? -le aclaró, ayudándola a retirarle la camisa-. No me molesta ponerme uno, a menos que…

Sintió más vergüenza que nunca.

– No, no, estoy tomando pastillas. Me refiero a que… -se mordió el labio, sabiendo que el embarazo era un mal menor en comparación con las consecuencias más recientes de tener sexo-. No me molesta, si a ti tampoco.

– Impecable -le dirigió una sonrisa insolente, y luego se bajó de la cama y se quitó la ropa con insinuante lentitud. Su cuerpo emergió, tenso y reluciente, bajo los músculos firmes. Era todo lo que había imaginado, moreno, seductor, con un aire de peligro. Pero cuando se acercó a ella, lo hizo con ternura y contención.

Para Brent, la contención era aún más difícil, pues jamás había tenido a una mujer que se entregara tan abiertamente. La confianza en sus ojos lo excitaba tanto como la sensación de su piel. Era suave y delicada, y respondía a su más mínima caricia. Él observó su rostro mientras rozaba los húmedos pliegues entre sus muslos. La respuesta de ella la avergonzó aún más… él se dio cuenta por la manera en que se mordía el labio para reprimir un gemido… pero sentía demasiado placer para resistir.

Lenta, metódicamente, la tocó aún más profundamente, excitándose con cada gemido y jadeo. Ella estaba tan cerca de alcanzar la cima, tan cerca, que él lo sintió en la respuesta de su propio cuerpo. Cuando sucedió, ella se arqueó y se retorció, buscando sus hombros:

– Oh, Brent. Brent, yo… -sus dedos se clavaron en sus brazos, atrayéndolo hacia sí.

– Shhh, lo sé -trató de tranquilizarla con besos mientras colocaba su peso encima de ella. Las manos de ella se volvieron más impacientes. Cuando sus piernas lo rodearon, él apretó los dientes para controlarse. Enterró una mano en el cabello de ella, y pasó la otra por la parte baja de su espalda. El calor húmedo de ella entró en contacto con su piel, invitándolo a entrar. Gimiendo, interrumpió el beso.

– Mírame, Laura-dijo con voz ronca.

Los párpados pesados de ella se levantaron apenas, lo suficiente para que él advirtiera su asombrado estupor cuando él penetró lenta pero completamente dentro de su apretada cavidad.

Con un grito ahogado, la cabeza de ella se curvó hacia atrás. Él sintió su espasmo y la observó asombrado permanecer arqueada, suspendida en un mundo de éxtasis. Que pudiera hacerla culminar tan rápidamente hizo que el pecho se le inflara de puro orgullo masculino. Ella suspiró y descendió flotando a la tierra, relajando su cuerpo bajo el suyo. Una sonrisa apareció en su rostro mientras se dispuso a dormirse.

– Oh, no tan rápido -se rió él entre dientes, mientras le rozaba los labios. Se movió dentro de ella con embestidas suaves y profundas. Ella ronroneó contra su boca, devolviéndole el beso en abundancia.

Cielos, cómo lo excitaba. Su mezcla de audacia y timidez lo conmovían en lo más profundo. Una pequeña parte de sí que siempre había mantenida oculta del mundo se zafó de su rígido control.

Levantándose sobre sus brazos, se entregó a las exigencias de la carne. La embistió con fuerza y saltó al vacío, hundiéndose en el éxtasis. Al descender, se dio cuenta de que Laura estaba allí con él, respirando con dificultad, torciéndose de placer. Los brazos de ella se abrieron, y él se desplomó en ellos, dejando que lo sostuviera durante los remezones posteriores que sacudieron su cuerpo.

Cuando su corazón dejó de palpitar locamente, se dio vuelta al costado, llevándosela con él. Ella suspiró con gozo, y se acurrucó contra su pecho. A medida que el zumbido de placer se disipó, la duda entró con sigilo. Él no había querido que su primera cita terminara en la cama. Cerró los ojos para olvidar el recuerdo de cómo lo había mirado ella hacía unos instantes. En esos ojos había visto lo único que no había querido ver.

Laura Beth Morgan imaginaba que estaba enamorada de él.

No sabía qué diablos hacer respecto de ello, qué decir. Mientras yacía en la oscuridad, debatiendo en su interior, oyó que la respiración de ella se aquietaba, sintió que su cuerpo se relajaba y caía dormida. Al volver su cabeza, se maravilló de la satisfacción que resplandecía en su rostro. La absoluta confianza de ella en él lo interpeló, confundiéndolo todo. Él no merecía esto… y ella merecía algo mejor.

– Oh, Laura -besó su frente-. ¿Qué voy a hacer contigo?

Laura se despertó lentamente para sentir un agradable dolor muscular. Al abrir los ojos, vio que Brent también se había dormido. Deslizó la mano debajo de su mejilla y lo observó. Se lo veía tan tranquilos, no se animaba a despertarlo. Pero Melody la estaba esperando.

Levantó la cabeza lo suficiente para ver el reloj sobre la mesa de luz. ¡La una de la mañana! ¿Cómo se había hecho tan tarde? Echó un rápido vistazo alrededor de sí, e intentó decidir qué hacía. Un teléfono descansaba al lado del reloj despertador, pero si lo usaba, podría despertar a Brent. Si se despertaba, ¿insistiría en vestirse y llevarla a casa de Melody? Por un instante, se debatió, sin saber si él deseaba que se quedara, pero sí que era lo que ella deseaba. Mucho.