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Pero, ¿y si su padre llamaba a Melody por la mañana, para hablar con ella? Si bien era una mujer adulta, y tenía derecho a tomar sus propias decisiones, no tenía deseo alguno de causar más fricciones que las necesarias con su padre. Y Melody podía estar preocupada.

Saliendo con cuidado de la cama, sopló la vela casi consumida, para apagarla, y luego entró silenciosamente en lo que supuso era el baño principal. La luz repentina le hirió los ojos, y vislumbró que el cuarto era pequeño, como la mayoría de los baños en las casas antiguas, pero remodelado con azulejos grises, azules y rojos. Después de salpicarse el rostro con agua y peinarse, encontró una bata azul marino que colgaba de la puerta. Su piel se deleitó con la sensación hogareña de la tela de felpa, y la loción para después de afeitar le provocó un cosquilleo en la nariz.

Apagó la luz y cruzó en puntas de pie la habitación, hacia la sala de estar. El resplandor de un relámpago centelleó del otro lado de las ventanas de patio. Se detuvo un instante, distraída por la velocidad del rayo y la danza alocada de los árboles. Sintió la tentación de demorarse un poco más, pero… Pero debía hacer el llamado y volver a la cama.

Revolvió en la oscuridad, hasta hallar su cartera, encontró el teléfono de Melody y se dirigió al teléfono ubicado en la cocina.

Melody respondió al primer llamado:

– Habla Piper -oyó a su amiga por encima del sonido atronador de flautas y tambores célticos.

– ¿Melody? -susurró, echando un vistazo a la habitación-. Soy yo, Laura.

– Espera -el volumen de la música bajó-. Sí, dime.

– Siento llamar tan tarde -más allá de la ventana, por encima de la pileta de la cocina, otro relámpago astilló el cielo.

– ¿Es tarde? -preguntó Melody.

– Es la una de la mañana.

– Oh, pues, el tiempo vuela cuando estás trabajando. ¿Qué cuentas?

– Quería que supieses que sigo en casa de Brent.

– Déjame adivinar -Laura podía oír la sonrisa en la voz de la otra mujer-. No vendrás esta noche.

– ¿Te importa?

– ¡Cielos santos, no! De hecho, no te esperaba realmente. ¿Debo suponer que las cosas están marchando entre tú y el guapo del noticiario?

– Supongo. Espero -los truenos retumbaron con suavidad sobre la casa.

– ¿Estás bien? -preguntó Melody-. Pareces un poco abatida.

– No, estoy bien -Laura hizo una pausa-. Aunque necesito pedirte un favor.

– Claro. Dilo.

– Si llama mi padre por la mañana, ¿puedes decirle que estoy en la ducha o algo, y luego llamarme aquí?

Melody soltó una risa guturaclass="underline"

– Dios mío, quién pudiera ser adolescente otra vez. Dame el número, nena.

Habiendo terminado la llamada, Laura colgó el teléfono y soltó un suspiro. Ahora debía quedarse y esperaba fervientemente que Brent no se lo tomara mal.

Paró la oreja, para oír si se movía. El silencio de la habitación la rodeó. Tuvo la sensación extraña de que la casa estaba durmiendo, como si fuera una extensión de su dueño. Y así como disfrutó observando dormir a Brent, no pudo resistir deambular por la parte de abajo, sonriendo cuando vio las molduras que él creía necesitaban ser reparadas, y pasando las puntas de los dedos por la superficie lustrosa de la mesa del comedor.

En la sala de estar, vio la película que había terminado y se había rebobinado. Extrajo la cinta del equipo y lo volvió a deslizar en su caja. Al poner la cinta de vuelta en su lugar, sonrió al ver las restantes películas alineadas en orden alfabético.

Brent era un hombre que gustaba del orden, completamente opuesto al caos de sus primeros años.

Dándose vuelta, advirtió que habían dejado las copas de vino sobre la mesa de centro. Las levantó para llevarlas a la cocina antes de regresar a la cama. Sólo que cuando llegó a ésta, vio los platos de la cena aún en la pileta. Brent debió de estar realmente distraído para dejarlos sin lavar. La idea le provocó una sonrisa. Se decidió a lavarlos por él, y tomó el detergente líquido y una esponja. Antes de comenzar a trabajar, abrió la ventana sobre la pileta para disfrutar del olor a lluvia y de la sensación del aire frío contra sus mejillas. Tarareando en voz baja, llenó la pileta con agua jabonosa.

Qué irónico que disfrutara de una de las cosas que justamente había querido dejar atrás… ser la feliz ama de casa. Pero ésta era la casa de Brent. Y el simple acto de lavar los platos la embargaba de una enorme satisfacción.

* * *

Capítulo 14

A lo lejos se oyó el fragor de los truenos. Brent se agitó con el ruido que se filtró por las capas de su sueño, como el eco de voces furiosas. Intentó sacudirse la modorra, pero la oscuridad se aferró a él tenazmente, atrapándolo en el estrecho espacio que habitaban viejos terrores.

Sumido en la oscuridad, pudo oír la voz suplicante de su madre, y las objeciones furiosas de su abuela.

No puedes dejar al chico aquí. Cielos, acabo de terminar con tu crianza y la de tus hermanos. ¿Ahora también quieres que lo críe a él?

No tengo otra opción, mamá. Wayne y yo nos casamos hoy. Ahora es mi esposo. Sabes que él y Brent no se llevan bien, pero lo harán. Wayne sólo necesita tiempo para acostumbrarse a la idea. Brent es un buen chico, en general. Lo sabes. No te dará ningún trabajo.

Mejor que lo sea, o ya se las verá conmigo.

La luz estalló en la habitación, despertando a Brent de un sacudón. Se levantó de un brinco, respirando con dificultad mientras se apagaban los destellos luminosos. Las ventanas vibraron con los truenos.

Cielos. Se limpió el rostro con una mano, y sintió el sudor. ¿Cuándo había sido la última vez que había tenido esa pesadilla? Miró de costado, esperando no haber molestado a Laura.

Y vio que no estaba.

El pánico le oprimió el pecho. Lo había abandonado. Sin despertarlo para despedirse. Igual que su madre.

Al advertir el origen de su pánico, se paró en seco. Laura no era el tipo de persona que se marchaba disimuladamente en medio de la noche para no regresar.

¿Entonces por qué le seguía palpitando el corazón?

Enterró el irracional temor en donde debía estar. Los hombres adultos no perdían el tiempo con temores infantiles. Salió de la cama y se puso los pantalones para ir a buscarla. Seguramente le había costado dormirse, o necesitaba un vaso de agua. Sin pensarlo, se frotó el pecho al cruzar la sala de estar. Los rayos estallaban del otro lado de las ventanas. Cuando se apagaron, vio el resplandor que emanaba de la cocina.

Cruzó la puerta y se detuvo ante el espectáculo que se ofrecía delante de él. Laura estaba parada frente a la pileta con su bata color azul marino, lavando platos y canturreando una alegre melodía. La observó un momento, y deseó que su presencia lo aliviara.

– ¿Laura? -llamó.

– ¡Oh! -giró rápidamente y luego se hundió contra la pileta. El cabello prolijamente peinado enmarcaba su rostro mientras le sonrió con dulzura. ¿Cómo era posible que una mujer que había sido poseída tan salvajemente hasta hace tan poco, luciera como una combinación de June Cleaver [4] y Polyana?-. Me asustaste -se rió.

Él frotó más violentamente el nudo en su pecho, irritado con la presión que persistía.

– La próxima vez que no puedas dormir, te agradecería si me despiertas también a mí.

– Lo siento. Yo… -los relámpagos centelleaban en la ventana a sus espaldas. Sus cejas se fruncieron y advirtió que la mano de él se contraía sobre su pecho-. ¿Sucede algo?

– No, por supuesto que no -dejó caer la mano y se obligó a olvidar la pesadilla. Laura no era su madre, y ciertamente no lo había abandonado-. ¿Vuelves a la cama?

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[4] June Cleaver fue un personaje de Leave it to Beaver, una serie norteamericana de los años cincuenta. Encarna el ama de casa arquetípica de los suburbios. (N. de la T.)