– Apenas termine de secar estos platos.
– Está bien -su mandíbula se tensó al pronunciar las palabras. Una mirada de dolor se cruzó por su rostro, y él se maldijo por su brusquedad. Comenzó a levantar la mano para tocarse el pecho, pero, en cambio, la cerró formando un puño-. Tómate tu tiempo.
Se volvió y la dejó allí parada.
En el dormitorio, se sentó al borde de la cama, haciendo un esfuerzo por dominarse. La inhabilidad de Laura para dormir en su cama no era un insulto personal. La mayoría de la gente tenía dificultades para dormir en un lugar nuevo.
Cuando escuchó el sonido de pies descalzos a la puerta de entrada, levantó la mirada y la halló recortada en la luz de la sala de estar. Ella dudó, como si no supiera si debía entrar en el cuarto oscuro.
– ¿Vienes a la cama? -preguntó él, más bruscamente de lo que quería.
– Tal vez debiera ir a lo de Melody.
Un golpe por parte de su abuela jamás le había quitado el aire tan rápidamente.
– ¿Es lo que quieres? ¿Marcharte?
– No… -se cruzó los brazos delante del pecho, abrazándose-. Brent, ¿qué sucede? ¿Te molesta que esté aquí?
– No, no me molesta que estés aquí. Sólo que no me gusta despertarme y ver que desapareciste, ¿sí?
Ella se acercó y se arrodilló delante de él. Le sonrió de modo tranquilizador, y tomó su mano entre las suyas:
– Sólo fui a la cocina a llamar a Melody, para decirle que no me espere hasta mañana.
Él se obligó a respirar lentamente, mientras los relámpagos relumbraban en la habitación:
– ¿Por qué no me lo dijiste?
– Porque… -sus ojos lo miraron con reproche, al tiempo que ponía la mano contra su mejilla-… estabas durmiendo.
La suavidad de sus manos envió una descarga por todo su cuerpo, mientras los truenos retumbaban afuera. Cerró los ojos y posó su mano sobre la de ella, haciendo el esfuerzo de calmarse. Aun así, le temblaron todos los músculos del cuerpo. Si estuviera en sus cabales, subiría y levantaría pesas hasta que los viejos temores volvieran a la oscuridad, de donde provenían. Pero Laura lo estaba tocando, acariciando la mejilla con suavidad.
– No fue mi intención asustarte -susurró dulcemente.
Él apretó los dientes al sentir que las puntas de sus dedos cepillaban su cabello, provocando espasmos en todo su cuerpo. Necesitaba decirle que se detuviera, antes de tomarla con fuerza contra sí mismo y perder la cabeza en un esfuerzo mucho más primitivo que hacer pesas. Ella merecía mejor trato. Cualquier mujer merecía algo mejor. Si sólo dejara de tocarlo.
– ¿Me perdonas? -lo dijo con tono juguetón, ignorando por completo la batalla que se libraba dentro de él. Una nueva descarga eléctrica iluminó la habitación, al tiempo que ella besaba su sien, su mejilla. Su fragancia limpia a madreselva descendió flotando en su interior y envolvió sus entrañas en un puño de deseo. Los labios de ella trazaron la línea de su mandíbula apretada, mientras acunaba su rostro en sus suaves manos.
El instante en que los labios de ella tocaron los suyos, perdió el control. Con un gemido, él tomó su cabeza en su mano e inclinó su boca sobre la suya. Su lengua se sumergió en su empalagosa calidez, arrebatando su dulzura. Ella se tensó sorprendida cuando él la deslizó sobre la cama. La inmovilizó allí, y levantó la cabeza:
– No lo vuelvas a hacer, ¿sí? No te levantes y te vayas sin avisarme.
– Está bien -Laura parpadeó, levantando la mirada hacia él, y sintió que el corazón se le salía por la garganta. Jamás había visto algo tan salvajemente excitante como Brent en ese momento, dominándola con el cuerpo en la oscuridad. Respiraba agitadamente mientras los relámpagos danzaban detrás de él.
Bajó la mirada, y ella advirtió que la bata se había abierto, dejándola al descubierto. Sus pechos subían y bajaban con su propia respiración entrecortada. Ahuecando un montículo, bajó la cabeza y tomó un botón en su boca. El placer la atravesó como un cuchillo, mientras los truenos rodaban sobre la casa.
Dio un grito sofocado cuando él absorbió el pezón en su boca. No estaba segura de lo que había molestado a Brent, pero tuvo el presentimiento de que él la necesitaba con una desesperación que la sorprendió y la excitó. Se movió contra él, ofreciéndole el consuelo de su cuerpo. De alguna manera, él logró quitarse los pantalones en medio de besos devoradores, mientras que ella se quedó irremediablemente embrollada en su bata.
Ella intentó tocarlo, pero las mangas retuvieron sus brazos a sus lados. La boca y las manos de él se movieron sobre su cuerpo, besando y friccionando su carne, y la condujeron a un universo de placer enloquecido. No pudo pensar, apenas respirar cuando él se acomodó entre sus muslos.
Un relámpago estalló en la habitación al tiempo que él la penetró. Sin poder tocarlo con las manos, ella se arqueó hacia arriba, abriéndose a su avidez, a su necesidad. Su cabeza se movió de un lado a otro, enloquecida por el deseo que crecía dentro de ella, tan agudo y penetrante, que sollozó su nombre. Ella sabía que él también lo sentía, el filo insoportable del éxtasis montándolo con tanta fuerza y velocidad como él la montaba a ella. Cuando estalló a su alrededor, él se quedó rígido encima de ella, con la espalda arqueada, y la cabeza arrojada hacia atrás. Aturdida, lo observó, y una ola de ternura superó los placeres de la carne. Sabiendo que había satisfecho una necesidad en su interior, que le había dado algún solaz, se sintió más mujer que con el clímax que acababa de estallar en su interior.
Al soltar el aire en sus pulmones, Brent se hundió sobre ella. Ella acogió su peso y le besó la frente húmeda. Fluyeron sobre ella tibios torrentes de satisfacción, y se abandonó a los ruidos de la tormenta.
Cuando él finalmente cambió el peso de su cuerpo para acostarse al lado de ella, la atrajo hacia sí, sosteniéndola de cerca:
– Gracias -susurró, besándole la frente.
Ella movió la cabeza contra su hombro para observar su rostro.
– ¿Por qué?
Él sonrió, e incluso en la oscuridad, pudo ver que la tensión había desaparecido:
– Por quedarte.
Acurrucándose a su lado, depositó la sonrisa de él en su corazón y se quedó dormida.
Cuando Brent estacionó delante del tercer lugar al que Laura asistía para entrevistarse, reprimió un gruñido. El ruinoso edificio se hallaba en el medio de una barriada. Esto, además de sus dos desastrosas entrevistas anteriores, hizo que se le estrujara el corazón.
Miró de reojo para observar la reacción de Laura. Ella levantó la mirada hacia el edificio con la misma expresión nerviosa pero decidida que había tenido toda la mañana.
– Sabes -dijo con cautela-, si no quieres entrar para ésta, no tienes que hacerlo.
Se volvió hacia él con la mirada dolida:
– ¿Tan inútil soy?
– No, no me referí a eso -estiró el brazo para darle un apretón a su mano-. Quise decir que no tienes que acudir a todas las citas que has concertado, si te das cuenta desde afuera que el trabajo no es lo que querías.
– Brent… -le sonrió divertida-. ¿Cómo me puedo dar cuenta si no entro?
– Pero mira este lugar -lo observó horrorizado-. Es una pocilga.
– No está tan mal -los nervios regresaron-. Además, el doctor que compró la práctica de papá fue a la universidad con el doctor Velásquez y tiene historias increíbles sobre él. De acuerdo con él, el doctor Velásquez podría haber abierto una práctica pediátrica en cualquier lado, pero eligió volver a su viejo barrio porque era aquí donde sintió que más lo necesitaban.
– Qué noble.
Ella lo miró con el entrecejo fruncido:
– Pensé que te gustaban las causas nobles.
– Me gustan. Simplemente no me gusta la idea de que trabajes en este barrio.
– Pues, por el modo en que están saliendo las cosas, dudo que tengas que preocuparte demasiado.