Al aproximarse a la casa, ella advirtió dos agujeros cuadrados a la altura del pecho en la verja. Antes de atinar a preguntar respecto de su función, oyó una serie de ladridos profundos seguidos por el sonido de pezuñas que rascaban frenéticamente la madera. Dos enormes cabezas de color negro y marrón aparecieron en las aberturas, provocándole una carcajada. Las lenguas les colgaban fuera de la boca y sonrieron a sus visitantes.
– Oh ¿no son preciosos? -Laura extendió una mano para acariciar una de las enormes cabezas-. Parecen gárgolas sonrientes.
Brent dio un paso atrás, sin saber cómo reaccionar ante los perros.
– ¡Karmal ¡Chakra! -gritó Melody desde el otro lado de la cerca-. ¡Abajo! -se escuchó una batalla ruidosa, seguido por silencio-. Está bien, los tengo. Entren.
Abriendo la puerta, Laura echó un vistazo del otro lado. Melody estaba de pie enfundada en un caftán en un brillante color violeta, y sostenía en cada mano el collar de un Rottweiler que se meneaba.
– ¿Es seguro?
– Si no te importa que te cubra de lamidos -riéndose, sacudió la cabeza-. Pensar que Roger me dio estos bebés como perros guardianes.
– ¿Roger? -preguntó Laura al tiempo que Brent aparecía detrás de ella y cerraba la verja.
– Mi ex esposo -Melody soltó los perros. Uno corrió en el acto hacia Laura, el otro, hacia Brent, cada uno olisqueando y zarandeándose-. No le gustaba la idea de que viviera sola.
– No sabía que habías estado casada -dijo Laura, mientras rascaba y mimaba a uno de los perros.
– Eso fue en una vida anterior -Melody encogió los hombros.
Del rabillo del ojo, Laura vio que Brent le ofrecía indeciso la parte de atrás de su mano al otro perro para que la oliera. Fue todo lo que hizo falta para que el perro se deslizara al suelo y se acostara patas para arriba a los pies de Brent. Brent miró a Laura, con un brillo de placer asombrado en los ojos.
– Vaya perros guardianes, ¿eh? -se rió Melody.
– Oh, Melody, te presento a Brent -Laura se enderezó para presentarlos-. Brent, Melody Pipier, artista de renombre.
– Bueno, no sé si será así -Melody estrechó la mano de Brent con firmeza y cordialidad-. Es un placer conocerte.
– De igual manera -la sonrisa de Brent era fría pero cordial.
– Vamos, entren -dijo Melody. Con Karma y Chakra adelantándose rápidamente, los condujo arriba de las escaleras al porche delantero-. Te mostraré la casa. Después me contarás cómo te fue con tus entrevistas esta mañana.
– Como digas -respondió Laura, y luego echó un vistazo a Brent, que estaba atrás-. ¿Vienes?
Él le dirigió a la casa una mirada de cautela, pero la siguió hacia dentro.
Un potpourri de detalles orientales, lámparas Tiffany y muebles antiguos con fundas de batik atiborraban el vestíbulo y la sala.
– Las habitaciones están en lados opuestos de la casa… la mía en el frente, y la tuya, atrás… con un baño que se conecta en el medio, aunque dudo que sea un problema compartirlo. Yo me voy a dormir tarde, y soy del tipo que nunca se despierta antes del mediodía. Así que tendrás el baño para ti sola en las mañanas -su caftán flotaba tras ella mientras Melody se abría camino a través del comedor-. Mi estudio está en el garaje en la parte de atrás, justo afuera de tu ventana, pero esperemos que te deje dormir. -Pasaron por una enorme cocina con armarios de madera que llegaban hasta el techo artesonado-. Si tomas café, serás la única, pues sólo bebo té de hierbas silvestres -el dormitorio de atrás se abría directamente a la cocina-. Éste será tu dormitorio. Como te anticipé, no tengo muebles. Pero traje mi vieja bolsa de dormir y un colchón de aire para esta noche.
Laura echó un vistazo al colchón en el piso y las grandes ventanas que daban al jardín trasero. De las ventanas colgaban sábanas, clavadas con tachuelas, y acomodadas hacia atrás en pliegues sueltos.
– Es perfecto. Jamás tuvo una habitación para decorar yo misma.
– ¡Bromeas! -Melody se rió-. Pues, tendremos que darnos una vuelta por las ferias americanas. Yo sé dónde encontrar las que valen la pena. Karma, Chakra, ¡no! -gritó, cuando los perros se dirigieron al colchón para desplomarse sobre él. Sacudiendo la cabeza, Melody los tomó de sus collares-. ¿Por qué no traes tus cosas mientras los encierro en mi habitación? De lo contrario, se escaparán por la verja en menos de dos segundos. Lo único que me falta es otra citación del perrero…, o que la señora Carsdale que vive al lado comience a protestar por sus canteros.
Un silencio descendió sobre la habitación cuando Melody arrastró a los perros a través del baño que se conectaba con la habitación del otro lado. Laura se volvió a Brent:
– ¿Y? ¿Qué te parece?
Él miró por encima del hombro para asegurarse de que Melody estaba lo suficientemente lejos para oír.
– No lo sé…
– ¿Qué? -frunció el entrecejo.
– Es sólo que parece un tanto… austero -echó un vistazo a su alrededor- y no tiene muebles.
– Lo sé. Pero es sólo por el verano. Después, dependiendo de cómo salgan las cosas y de cuánto dinero ahorre, tal vez busque algo propio. Mientras tanto -dijo, desesperada por que él compartiera su entusiasmo-, creo que iré a buscar mis cosas.
El gesto de contrariedad de Brent se acentuó cuando salieron a descargar el auto. En el instante en que ella se estiró para agarrar el bolso de viaje, él la detuvo.
– Espera.
Ella dejó caer la mano y se volvió para mirarlo.
Él respiró hondo, buscando las palabras adecuadas. Pasaron varios segundos. Se pasó los dedos por el cabello, volvió a respirar profundo, y luego la miró directo a los ojos:
– Ven a vivir conmigo.
– ¿Qué? -soltó una carcajada de sorpresa.
– Sólo necesitas un lugar para vivir hasta que te termines de instalar, ¿no es cierto? Pues, te puedes quedar conmigo. Y como no tendrás que pagar alquiler, no tendrás la presión de aceptar un empleo hasta que no sepas si estás segura. Puedes tomarte todo el verano para buscar uno, conocer la ciudad, decidir lo que quieres hacer.
– ¿Y luego qué? ¿Me voy?
Él se movió nerviosamente:
– Pues, sí, supongo.
– Brent, yo… -puso una mano sobre el estómago para calmar el vértigo que sentía. La idea de irse a vivir con él era excitante… y demasiado tentadora-. No puedo irme a vivir contigo.
– ¿Por qué no? -frunció el entrecejo.
– Porque iría totalmente en contra del motivo por el cual me mudé a Houston.
– No, no sería así -argumentó él-. Simplemente me permitiría cuidarte mientras te instalas.
– ¿Cuidarme? -fijó la mirada en él, y advirtió la ironía de que mucha gente dependiera de ella para tantas cosas, y luego se diera vuelta y la tratara como si fuera incapaz de cuidar de sí misma. Que Brent fuera una de ellas le dolió-. No necesito que nadie me cuide, Brent. Lo que necesito es un poco de libertad para no cuidar de nadie sino de mí misma. Y lo veo difícil si paso de ser la hija obediente de mi padre a tu novia con cama.
Él la miró fijo un instante, sin expresión en el rostro, pero con una mirada de dolor en los ojos.
– Como quieras -tiró con fuerza del bolso de viaje del asiento trasero y se lo dio.
Ella lo tomó sin pensar, pero luego lo miró confundida:
– Eso no quiere decir que no quiera verte.
– Como quieras -le siguió el portatrajes-. Es tu decisión.
Ella tomó el portatrajes, y deseó poder tomar sus palabras con la misma facilidad para devolverlas. Cuando se dio cuenta de lo que estaba pensando, se tensó. Era él quien debía disculparse, no ella.