– En persona, sí, puedo leer el aura bastante bien -dijo Melody-. Pero no se ve nada a través de una pantalla de televisión.
– Cuéntame sobre la de Brent -dijo Laura, que estaba fascinada viéndolo, aunque el volumen estuviera bajo.
Melody estudió su imagen, como para recordarlo mejor.
– Es muy colorida y llena, como un arco iris. Si no fuera por… tiene un agujero, uno enorme y negro rodeado por un halo rojo, justo encima del chakra del corazón. Lo advertí aquel día en Beason’s Ferry, cuando te arrastró afuera del clubhouse.
– No me arrastró -insistió Laura.
Melody tan sólo sonrió:
– Lo volví a ver hoy, en el instante en que pasó por la verja. Luego, cuando ustedes dos estaban hablando frente a la casa, el halo rojo comenzó a encenderse y a palpitar como loco.
– ¿Qué significa eso? -Laura echó un vistazo a su amiga.
– Bueno, el agujero negro es probablemente una vieja herida. Estar cerca de ti parece empeorarla, un poco como rascarse la cascarita, motivo por el cual el rojo palpita. Por otra parte, a veces es necesario tocar viejas heridas para que sanen. Sólo espero que tus luces azules no queden atrapadas dentro de su agujero negro en el proceso.
El teléfono sonó antes de que Laura pudiera responder.
– Atiendo -seguida por los perros, Melody se dirigió a la cocina. Volvió un instante después-. Es para ti. El doctor Velásquez.
– ¡Oh! -Laura se paró de un salto-. Mi última entrevista -con el corazón que le galopaba dentro del pecho, esquivó los perros y arrebató el teléfono. Presionó una mano sobre el estómago para tranquilizarse, respiró hondo y respondió.
– ¡Sí! -exclamó unos minutos después, y arrojó los brazos alrededor de Melody en un abrazo espontáneo-. ¡Me contrataron!
– Pensé que iban a esperar para llamarte.
– Decidió no esperar. Quiere que empiece enseguida. Pasado mañana, si es posible. Tendré que volver a casa para empacar mis cosas, buscar mi auto y volver enseguida.
– ¿Por qué no nos llevamos mi camioneta para que pueda ayudarte con la mudanza? -sugirió Melody.
– ¿Lo dices en serio? -Laura sintió que estaba flotando en el aire. La camioneta de Melody le permitiría traer todo en un solo viaje. No es que tuviera tanto para trasladar, pero su auto era un vehículo pequeño de consumo eficiente, donde jamás entrarían todas sus plantas, libros y cajas con ropa-. Eso sería genial. Siempre y cuando no te importe… ¡Oh! Espera, necesito llamar a Brent y decirle que no necesito que me busque mañana. ¿Qué hora es? -echó un vistazo a su reloj-. Las noticias siguen en el aire. Le dejaré un mensaje para que me llame.
Brent se dejó caer en la silla delante de su escritorio. Ahora que había terminado el show, no había nada que lo distrajera de Laura y de la manera estúpida en que se había comportado aquella tarde. ¿Por qué diablos le había pedido que se fuera a vivir con él?
Se suponía que debía tomarse las cosas con calma para asegurarse de que estuvieran juntos más que un par de veces, para que el final, cuando llegara, fuera relativamente indoloro para ambos. En cambio, había quedado como un tonto, primero, sobreprotegiéndola, y luego, enojándose y marchándose intempestivamente. Si tan sólo no lo pusiera nervioso, podría pensar cuando estaba con ella.
– Buen show, Michaels -dijo Connie, al sentarse al escritorio frente al de él.
– Gracias -asintió reconociéndola, y levantó el teléfono. Tenía varios mensajes en su correo de voz. El último era de Laura diciendo que tenía algo que contarle y que la llamara tan pronto pudiera. Por el tono excitado de su voz, supuso que las noticias eran buenas.
Cuando llamó, Melody atendió el teléfono.
– Espera un segundo; ya le aviso.
– ¡Brent! -se oyó la voz de Laura del otro lado de la línea, tan excitada como en su mensaje-. ¿Adivina?
Cambiaste de opinión respecto de venirte a vivir conmigo, pensó irreflexivamente, y luego lo desestimó con una sonrisa.
– No tengo ni idea.
– ¡Me dieron el empleo! El que yo quería. Con el doctor Velásquez, el pediatra.
El estómago se le contrajo:
– Laura, no creo que sea seguro que trabajes en esa zona de la ciudad.
– No seas tonto; no habrá problema.
– Ni siquiera estás acostumbrada a cerrar tus puertas con llave, mucho menos a cuidarte en todas las demás situaciones para evitar que te roben el auto o te asalten.
– Entonces aprenderé -su voz se tornó sorpresivamente severa.
– No puedes estar hablando en serio -luchó contra otra ola de sentimientos sobreprotectores. Pero maldita sea, se trataba de Laura, y la idea de que le hicieran algo le paralizó el corazón-. Tuviste otras dos entrevistas hoy. ¿Por qué no esperas a que te llamen para decidirte?
– Porque éste es el trabajo que quiero.
– ¿Por qué haces esto? -se pasó una mano por el cabello-. Siempre estás corriendo tras causas perdidas. ¿Cuándo vas a comenzar a cuidarte de una vez por todas?
– ¡Estoy cuidándome!
Brent advirtió que había gente que lo estaba escuchando y dejó caer la frente sobre su mano:
– Hablaremos de ello cuando te pase a buscar mañana.
– En realidad, te llamaba por eso -dijo con tono forzado-. No necesito que me vengas a buscar, después de todo. Melody me llevará de vuelta a Beason’s Ferry para buscar mis cosas.
La frialdad de su pecho se asomó hacia fuera:
– Laura, dije que te llevaría de vuelta a casa, y lo haré.
– No, en serio, no es necesario. Melody tiene una camioneta, así que podré traer todas mis cosas en una sola vez.
No pudo evitar preguntarse si la camioneta de Melody era tan solo una excusa para no volver a verlo. ¿Lo había arruinado todo con Laura aquella tarde, después de todo?
– ¿Estás ahí? -preguntó ella.
– Sí, estoy aquí.
Nuevamente quedaron en silencio.
– Bueno, eso era todo lo que necesitaba decirte -dijo, finalmente.
– Perfecto. Oye, tengo mucho trabajo acá.
– Entiendo -ella hizo una pausa-. Entonces mejor nos despedimos.
– Laura, espera -se apretó el puente de la nariz-. Llámame cuando vuelvas a la ciudad… si quieres hablar. ¿Sí?
– Sí, por supuesto -el silencio se volvió más espeso, más doloroso.
Él apretó el teléfono con más fuerza, deseando poder extender la mano y aferrarla, aferrarla con tanta fuerza que jamás lo dejaría. Pero podía sentir que se escabullía por entre sus dedos.
– Maneja con cuidado, ¿sí?
– Está bien -hizo una pausa-. Supongo que te veré cuando regrese.
– Claro -cerró los ojos con fuerza mientras colgaba el teléfono. ¡Estúpido, estúpido, estúpido!
– Oye, Michaels, ¿te sientes bien? -preguntó Connie.
– Sí, estoy bien. Perfectamente -si consideras que ser un perfecto imbécil es estar bien. Al menos ahora sabía cómo se sentiría cuando Laura finalmente lo terminara dejando… como si alguien hubiera abierto su pecho y le hubiera arrancado el corazón.
Capítulo 16
Laura miró a través de la ventana delantera de la camioneta Chevy, sin advertir nada de lo que sucedía a su alrededor. Sólo dos días antes, este paisaje de sol y flores silvestres la había llenado de esperanza, a pesar de la discusión con su padre sobre su mudanza.
Al menos entendió esa discusión y los motivos de su padre para intentar controlarla. Pero Brent era inexplicable. Era él quien la había animado a independizarse… y cuando se había animado a hacerlo, se había comportado como si lo hubiera insultado. Justamente cuando cambió toda su vida para estar cerca de él… Aunque eso no era justo. Cambió toda su vida porque debía ser cambiada. Aunque más no fuera, debía agradecerle por agregar un incentivo extra para hacer lo que debió haber hecho hace muchos años.