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– Oye, ¿te sientes bien? -Melody la miró preocupada.

– ¿Hmmm? -parpadeó para salir de la nebulosa en la que se hallaba y vio que Melody la observaba. A pesar de lo tarde que se habían ido a dormir la noche anterior, lucía sorprendentemente animada y fresca, con el aire acondicionado que le soplaba los largos rulos rojos-. Estoy bien. Sólo un poco cansada.

– Lo siento -Melody arrugó la nariz-. Supongo que, para ser tu primer pijama party, se me fue la mano con el asunto de las películas y la charla de amigas.

– No, lo pasé bien. En serio -Laura apoyó una mano sobre el brazo de Melody para expresar su agradecimiento. Después de hablar con Brent, quedó demasiado perturbada hasta para llorar. Melody había comprendido por algún motivo que no podía hablar de ello, así que se habían quedado despiertas casi toda la noche mirando películas de Lethal Weapon y babeándose por Mel Gibson.

Sin embargo, cuando vio pasar otro mojón en el camino, recordó que Brent no era la única preocupación que tenía. Todavía debía enfrentar a su padre.

– Melody, creo que debo advertirte algo. Mi padre no está muy contento con que me mude a Houston, y tal vez se ponga un poco… desagradable, hoy.

– ¿Desagradable? -Melody frunció el entrecejo-. ¿De qué manera?

– No físicamente, ni nada que se le parezca -se apuró por explicar-. No, es un experto en hacer que te sientas culpable. Para cuando sea el momento de marcharnos, ni siquiera tendrás que abrirme la puerta. Estaré tan aplastada que podré deslizarme debajo de ella.

– Ah -Melody asintió, comprendiendo-. Se parece a mi padre.

– ¿En serio? -Laura ladeó la cabeza para observar a su nueva coinquilina más detenidamente. La mujer hacía gala de un estilo despreocupado, pero detrás de la fachada de tranquilidad, algunos indicios daban cuenta de emociones más turbulentas.

– Sí -suspiró Melody-, mi padre te arrojaba la culpa y los insultos denigrantes como si fueran puñetazos, sabiendo exactamente dónde pegar para que la herida interna fuera más profunda.

– ¿Arrojaba? -Laura la miró perpleja-. ¿Falleció?

– Oh, sigue vivo. Pero vivimos en dos mundos diferentes, literal y metafóricamente -cuando vio que Laura la interrogaba con la mirada, explicó-: Mi padre está en el negocio del petróleo y ha vivido la mayor parte de su vida en el extranjero. Yo me crié en Oriente Medio. Allí conocí a Roger.

– ¿Roger? ¿Tu ex marido, no es cierto?

– Sí. El coronel Roger Piper -su voz acarició el nombre con ternura-. Por supuesto que en ese momento era un segundo teniente modesto. Mi familia vivía como civiles en la base militar.

– Debe de haber sido fascinante crecer en el Oriente Medio -dijo Laura.

– No es tan divertido como parece -Melody frunció los labios con desagrado-. Al menos, no si eres una niña. Cada vez que dejabas la base, tenías que asegurarte de que todo tu cuerpo estuviera cubierto. Aun así, no te permiten hacer demasiadas cosas, excepto ir de compras. Me aburrí como una ostra.

Laura asintió, y se le ocurrió que se parecía mucho a la vida en un pequeño pueblito.

– Luego cumplí dieciséis y descubrí a los hombres -Melody sonrió perversamente-. Ah, saber que yo, la niña estúpida que no hacía nada bien, de repente tenía un enorme poder sobre las hormonas masculinas sólo por mis pechos.

– Sé a lo que te refieres -Laura se rió con suavidad, y luego deslizó la mirada de sus pechos moderados al busto generoso que rellenaba la blusa de Melody-. Aunque, obviamente, no en el mismo grado.

– Oye -Melody sacó el pecho-. Como siempre decimos a los hombres: lo que importa es la calidad, no la cantidad.

– Y tú, evidentemente, tienes de las dos.

– Todos tenemos una cruz en la vida -Melody suspiró con dramatismo.

Laura se rió, disfrutando del momento de intimidad.

Melody sacudió la cabeza, suspirando:

– Sabes, no estoy segura del motivo por el cual elegí a Roger como mi primera conquista seria. Era bastante mayor que yo y no era el tipo más apuesto de la base. Pero cuanto más intentaba tratarme como a una criatura molesta, más lo deseaba yo.

– Supongo que conseguiste a tu hombre.

– Oh, sí -bufó Melody-. Desgraciadamente, también me quedé embarazada.

Luego de mirar rápidamente de soslayo, Laura disimuló cualquier manifestación de sorpresa. Muchas de las niñas en su clase habían terminado en la misma situación. Aunque amaba a los niños, no hubiera cambiado de lugar con ninguna de ellas. Pasar directamente de la niñez a la maternidad parecía aún más agobiante que la vida que había tenido.

– Supuse que Roger estaría tan horrorizado como yo -dijo Melody-. Si lo estuvo, jamás lo demostró. En cambio, fue derecho a mi padre y le pidió permiso para casarse conmigo. Jamás lo olvidaré parado allí, asumiendo toda la culpa, dejando que mi padre despotricara y vociferara contra él. Pero en el instante en que mi padre intentó reprenderme, Roger casi pierde el juicio. Creo que ése fue el momento en que me enamoré de él.

– ¿Y el bebé?

Melody mantuvo los ojos fijos en la ruta:

– Lo perdí. Jamás pude volver a quedarme embarazada.

– Oh, Melody -el corazón se le contrajo-. Lo siento.

– Sí, yo también -un brillo acuoso apareció en sus ojos. Parpadeando para enjugar las lágrimas, adoptó una sonrisa forzada-. Sabes, a veces creo que fue para bien. No, en serio. No es que no estuviera loca por tener a ese bebé, una vez que me acostumbré a la idea, pero la verdad es que no era lo suficientemente madura emocionalmente para ser madre.

Laura tragó el nudo que tenía en la garganta:

– ¿Cuánto tiempo estuvieron casados Roger y tú?

– Veinte años. Hace cuatro que nos divorciamos -soltó un soplido-. Eso significa que estoy a punto de cumplir cuarenta.

– Cuarenta no son tantos -insistió Laura.

Melody se rió, luciendo joven aun bajo el implacable sol de Texas.

– Tienes razón. Es sólo que aquí me tienes a una edad en que la mayoría de la gente intenta resolver cómo pagar la universidad de sus hijos, y yo sigo atrás, intentando comprender cosas más básicas, como el sentido de la vida.

– Te entiendo -suspiró Laura.

– Me imaginé. Pero tú eres mucho más sensata de lo que fui yo.

– Oh, no estés tan segura -Laura sonrió. Melody tenía una sabiduría poco convencional, que hallaba admirable-. ¿Entonces qué pasó con Roger?

– Pues volvemos al tema de la culpa -Melody soltó un largo suspiro-. Jamás pude acostumbrarme a la idea de haberle tendido una trampa para que el pobre hombre se casara conmigo y que terminara con una hija más que con una esposa. Sé que me amaba, aún me ama en ciertos sentidos. E intenté jugar el rol de ama de casa -Melody encogió los hombros-, pero lo detestaba. Eso me enseñó que por mucho que te esfuerces por complacer a alguien, sólo puedes fingir por cierto tiempo. La vida de esposa militar me estaba asfixiando. No encajaba con esa gente, y me odiaba por quejarme de ello ante Roger todo el tiempo.

– ¿Entonces qué hiciste? -preguntó Laura.

– Me transformé en una artista -dijo Melody, como si semejante hazaña fuera lo más fácil del mundo-. Irónicamente fue Roger quien me animó a comenzar a pintar como para desarrollar mi sentido de autoestima. Por supuesto -Melody esbozó una amplia sonrisa- el tenía pensado que fuera un hobby, no una profesión. Pero el día en que tomé mi primera clase verdadera de arte fue el día en que me encontré conmigo misma. Y cuanto más me conocía, más me daba cuenta de que el rol que estaba intentando desempeñar no era para mí.

Laura frunció el entrecejo, pensando en su propio rol como la hija del doctor Morgan y la bienhechora del pueblo.

– El problema era -dijo Melody-: ¿cómo podía dejar a Roger? Me refiero a que era un hombre que me había cuidado y alentado durante mi adolescencia y en la etapa de mis veinte años. Había desempeñado un rol más paternal que mi propio padre. Y cuando finalmente me hice adulta, ¿me iba a divorciar? Eso sí que me hizo sentir culpable.