– Lo siento tanto, amor -susurró contra su cabello-. No puedo creer que tu padre esté actuando así.
– Yo sí.
Él hizo un sonido que pareció una carcajada:
– Sí, supongo que yo también. Viejo testarudo -dio un paso hacia atrás para escudriñar su rostro-. ¿Quieres que yo hable con él?
– No, no quiero que hables con él -lo miró con incredulidad-. Soy perfectamente capaz de lidiar con mi propio padre.
– Sí, pero si comprendiera que tu mudanza a Houston es sólo por un tiempo, no se lo tomaría tan mal.
– Greg… -le clavó la mirada-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que mi mudanza no es temporal? Lo único que es temporal es compartir la casa con Melody.
– Y de eso también quería hablarte -se enderezó de repente-. No puedo creer que vayas a vivir con esa… esa…
– Hola -gritó Melody alegremente desde el interior de la camioneta-. ¿Vas a ayudar o quedarte mirando?
Greg giró en redondo, con las mejillas encendidas:
– ¿Qué haces acá?
– Ayudando a Laura con su mudanza -Melody saltó de la camioneta, y se paró con las manos sobre las caderas-. ¿Qué parece que estoy haciendo?
La mirada de Greg se posó sobre su blusa color violeta y los jeans al cuerpo:
– Sí, pero tú… tú… -se irguió-. Si no te importa, ésta es una conversación privada.
– Como quieras -Melody encogió los hombros, y luego se volvió y se inclinó para levantar otra caja. Los ojos de Greg se agrandaron al observar el jean gastado que se extendía sobre su trasero bien formado. Cuando Melody se enderezó, le dirigió una mirada cómplice por encima del hombro-: Hagan de cuenta que no estoy.
– Laura Beth -Greg se acercó a ella y bajo la voz-. ¿Podemos entrar para conversar?
Ella comenzó a buscar una excusa, pero terminó encogiendo los hombros, derrotada:
– Claro, por qué no. Puedes ayudarme a buscar las últimas dos cajas.
Caminando por delante hacia el fresco interior de la casa, se dijo que si se mantenía cordial, podría marcharse más rápido. Con el tiempo, Greg tendría que darse cuenta de que estaba decidida a marcharse de Beason’s Ferry.
– No puedo creer que vayas a vivir con esa… esa hippie -masculló Greg al llegar a la parte de arriba de las escaleras.
¡Fue suficiente! Laura se dio vuelta para encarar a Greg, que no se lo esperaba:
– Melody Piper es una de las personas más cordiales y auténticas que he conocido jamás. Y quisiera que tú y todo el resto de la gente confiaran un poco en mi propio criterio para elegir mis amistades.
Él dio un paso hacia atrás, sorprendido por el estallido. ¡Pues, fantástico! Estaba cansada de jugar el rol de trapo de piso.
– No te lo tienes que tomar personalmente -dijo Greg-. Tan sólo quise decir que no me imagino a las dos viviendo bajo el mismo techo. Son tan… diferentes.
– ¿Y qué si lo somos? -preguntó bruscamente-. Para llevarse bien con alguien hacen falta muchas más cosas que tener idénticas personalidades. Qué diablos, Greg, míranos a nosotros. Exteriormente, tú y yo somos iguales. Ambos provenimos de familias alemanas del interior de Texas, pero cuando se trata de las cosas que realmente importan en la vida, jamás nos ponemos de acuerdo en nada.
– Eso no es cierto…
– Sí, Greg, es así -se volvió y avanzó decidida a su dormitorio, con él pisándole los talones. Se detuvo incómodo ante la idea de traspasar un reducto tan privado-. Para empezar, sucede que eres un mojigato.
Él se tambaleó hacia atrás, y luego se enderezó indignado.
– No lo soy.
Ella levantó una ceja:
– Entonces, ¿por qué te pones colorado como un tomate cada vez que miras a Melody Piper?
Comenzó a gesticular con la boca, pero sin emitir sonido alguno, y sus mejillas se encarnaron:
– No… no me pongo colorado.
– Sí, claro -se volvió para levantar la última caja del piso, emocionalmente agotada para responder-. Si quieres saberlo, el tema del sexo siempre te ha avergonzado.
– Discúlpame -el rubor en sus mejillas se puso más intenso-. Si estamos hablando del hecho de que no te presioné para consumar el aspecto físico de nuestra relación apenas te conocí, fue simplemente porque te respeto más de lo que crees.
– ¡Respeto! -lo miró fijamente, recordando el tiempo que habían estado saliendo hasta que superaron la etapa de los besos-. Greg, ¿alguna vez escuchaste la expresión: “Una dama en el salón, una zorra en la alcoba”? Pues lamento decirte que se aplica a todo el mundo. Las mujeres no siempre desean que los hombres sean caballeros.
Él dio un paso hacia atrás, como si hubiera tenido una revelación:
– ¿Me estás diciendo que esta… fase por la que estás pasando es porque no soy lo suficientemente fogoso en la cama? -sus ojos parpadearon detrás de sus anteojos-. Cielos santos, Laura Beth, el amor es algo más que sexo.
– Tal vez -sacudió la cabeza-. Pero tú te comportas como si no estuvieran relacionados.
Él apoyó la caja de nuevo sobre el tocador, como si temiera dejarla caer:
– Entonces fue eso, ¿no? Realmente te fuiste a Houston para estar con Brent Michaels… como lo dice todo el mundo.
Así que los pronósticos de su padre se habían hecho realidad; la gente estaba hablando a sus espaldas.
– Me marché de Beason’s Ferry por un montón de motivos.
Se volvió hacia éclass="underline"
– ¿Niegas que Brent Michaels sea uno de ellos?
Ella apartó la vista, negándose a responder. Lo que pasaba entre ella y Brent no le incumbía a nadie más que a ellos dos.
– Está bien -dijo Greg, finalmente-. Lo acepto.
– ¿Qué aceptas? -frunció la frente, y advirtió que de pronto parecía demasiado tranquilo.
– Acepto -hizo un gesto con la mano- que necesites… ya sabes.
– ¿Qué? -preguntó con cautela.
– Bueno, no es que esto sea tan diferente de lo que la mayoría de nosotros experimentamos en la universidad -dijo a la defensiva-. Sólo que tú nunca viviste en un campus, por lo que… pues… nunca tuviste oportunidad de hacerlo.
– ¿Hacerlo? -enarcó la ceja-. ¿A qué te refieres? ¿A mi necesidad de cometer excesos?
– Lo único que digo… -dio un paso adelante y posó la caja sobre el suelo para tomar sus manos entre las suyas- es que te entiendo.
Ella lo miró fijo, sin poder creer lo que estaba oyendo:
– ¿Qué es lo que entiendes?
– Que necesitas, pues, experimentar lo que hay allí afuera antes de sentar cabeza -reunió sus manos contra su pecho-. Y quiero que sepas… que estoy dispuesto a esperar hasta que lo hagas.
Con un resoplido de risa, ella se apartó:
– A ver si entiendo. ¿Tú crees que estoy embarcada en un fogoso affaire con Brent Michaels, y no tienes problema, siempre y cuando regrese a Beason’s Ferry para ser tu obediente esposa cuando acabe?
Arrugó las cejas:
– No estamos en la Edad Media, ¿sabes? Hemos avanzado lo suficiente como saciedad como para aceptar que las mujeres tienen las mismas necesidades que los hombres. Y tú has tenido una vida muy cobijada. Creo que es mejor que te desquites ahora antes de que nos casemos.
Ella lo miró fijo, sin saber si debía estar enojada o divertida. Aunque hubiera una posibilidad de volver a estar juntos, ¿cómo podía un hombre que verdaderamente amaba a una mujer aceptar lo que él estaba sugiriendo? De repente cayó en la cuenta de que era algo imposible. Había vivido lo suficiente en un hogar plagado de infidelidad como para saber que la gente no “aceptaba” y “comprendía” ese tipo de traición sin sufrir un enorme dolor. Ello quería decir que Greg no la amaba. Pensaba que sí, pero era imposible que dijera algo así si realmente la amara.