Cuando llegaron al pantano, que corría como un río tan sólo al norte y oeste del centro, tomó la bolsa de sándwiches gourmet y una manta del asiento trasero.
– Oh, eso es perfecto -dijo, saliendo del auto.
– Sí, pensé… -echó un vistazo hacia arriba a tiempo para ver que se quitaba el saco del traje; el top de seda por debajo dejaba al descubierto los hombros y gran parte de la espalda-… que te gustaría.
Su mente se distrajo al conducir a ambos a un sitio retirado a la sombra. Extendieron la manta sobre la orilla cubierta de hierba donde un flujo constante de gente que hacía footing y andaba en bicicleta pasaba a su lado. Pero allí, bajo el roble, al observar la luz del sol que se colaba entre las hojas para bailar sobre su cabello, se sintió aislado, como si estuvieran en un mundo propio.
Mientras comían, se devanó los sesos para encontrar una forma de decirle las palabras que había ensayado. Echó una mirada de soslayo y la vio observando los patos que hurgaban en busca de desperdicios a lo largo de la orilla. Quería permanecer así para siempre, sentado en silencio a su lado, sin que hubiera sentimientos de dolor que se interpusieran entre ambos. Pero cuando el silencio se prolongó más de la cuenta, él vio que comía el sándwich con pocas ganas. Era imposible que se sintieran cómodos si no aclaraban las cosas. Deseaba aquel consuelo… aún más de lo que temía la respuesta a su pregunta inicial.
Arrancando los ojos de su hombro, casi desnudo, la enfrentó:
– Laura, ¿por qué no me llamaste cuando volviste?
Hubo un segundo de silencio antes de que ella se volviera con una mirada de sorpresa:
– ¿Qué?
Casi lo dejó pasar, casi dijo al diablo con ello, hagamos de cuenta de que la semana y media que pasó no sucedió jamás, que nunca hubo una palabra de furia entre los dos. Tan sólo volvamos a la mañana en que despertamos uno en brazos de otro, y comencemos de nuevo a partir de allí.
En cambio, se obligó a mirarla:
– Cuando volviste de Beason’s Ferry, ¿por qué no me llamaste?
– Brent… -una risa estrangulada se escapó de su garganta-. Estaba esperando que tú me llamaras a mí.
Su entrecejo se frunció en un gesto de enfado:
– Pero quedamos por teléfono que tú me llamarías cuando regresaras.
– No, no fue así. Sólo quedamos en que hablaríamos cuando regresara -ella hizo una pausa, y luego levantó las cejas-. ¿No?
– No. -Sintió que algo se aflojaba en su pecho, como un puño que había estado demasiado tiempo cerrado y de repente se abría-. Te pedí especialmente que me llamaras tú, si querías hablar de… algo. Así que cuando no llamaste, supuse… -hizo silencio, avergonzado. Cielos, se sentía como un idiota. Por supuesto que Laura esperaría que fuera el hombre quien llamara.
– Oh -la palabra susurrada se hizo eco del dolor en sus ojos.
– Yo… lo siento. Supongo que estaba enojada y no escuché bien.
Él sacudió la cabeza, indignado consigo mismo:
– En realidad, creo que soy yo quien debería decir eso… que lo siento. Laura, yo…
– No, no te disculpes -se apartó cuando él extendió la mano para tocarla. Abrazó las piernas con los brazos, y dejó caer la cabeza hacia delante-. Cielos, no puedo creerlo -soltó una risa triste-. Durante todo este tiempo, estaba convencida de que no me querías volver a ver.
– Jamás tuve la intención de que lo pensaras -una punzada de dolor le atravesó el pecho al advertir que ella se había sentido tan mal como él toda la semana. Todo por su terco orgullo. No es que ella no fuera igual de terca, pero de todas formas…-. Debí llamarte. Lo siento.
– No importa -suspiró-. Tal vez fuera para bien.
– ¿A qué te refieres? -preguntó.
– Sí -arrojó lo que quedaba de pan a los patos-. Después de lo que sucedió en casa, he tenido que pensar en muchas cosas esta última semana. Necesitaba un poco de tiempo a solas.
– ¿Debo suponer que tu padre ha vuelto a las andadas?
– Algo así -sus hombros se hundieron-. Sólo que esta vez se le ocurrió algo diferente. En lugar de aferrarse a mí, se desentendió totalmente.
– ¿A qué te refieres? -sintió un estremecimiento que le recorrió la espalda.
Cuando finalmente habló, lo hizo sin volverse para mirarlo.
– El día que me fui para traerte el auto, me dijo que si cruzaba la puerta, jamás podría volver a pasar por ella. Por lo visto, lo decía en serio. Cuando llegué a casa -contrajo los músculos, como si estuviera replegándose dentro de sí-, encontré todas las cerraduras cambiadas y todas mis cosas empacadas en cajas.
– ¿Lo dices en serio? -su cuerpo se puso tenso, como preparándose para dar batalla. Aunque jamás le había gustado la actitud posesiva de su padre, nunca pensó que el hombre podía ser cruel. Pero al ver la espalda encorvada de Laura, percibió las señales de un profundo dolor-. ¿Qué demonios te dijo?
– Nada -volvió la cabeza para apoyar la mejilla sobre las rodillas y lo miró resignada-. Ni siquiera estaba allí. No hizo falta. Su mensaje fue lo suficientemente claro: o regreso a casa o dejo de ser su hija.
– Qué hijo de puta egoísta y manipulador -cerró los puños con fuerza, y deseó poder pegarle a algo.
– Sé que da la impresión de ser así -suspiró-, pero hay aspectos de él que no comprendes.
– No hay ningún tipo de excusa para el modo en que te trata, Laura. Jamás lo hubo.
Ella le sonrió… una sonrisa triste que le quebró el corazón:
– ¿Ni siquiera el amor?
– Esto no es amor. Es dominación pura.
– Sólo está tratando de protegerme.
– ¿Protegerte de qué? ¿De crecer?
Ella apartó la mirada:
– Del mundo que mató a la única persona que amaba más que a nadie.
La miró fijo, confundido, y advirtió que no estaba resignada, sino agotada emocionalmente. Sólo por eso, le hubiera retorcido el pescuezo a su padre. No podía creer que además de que él no la llamara en toda la semana, había tenido que lidiar con esto sola.
– ¿Recuerdas a mi madre? -preguntó, luego de un momento.
– No mucho -respondió distraído. Halló difícil conversar despreocupadamente, con la sangre que le hervía-. Sé que hubo rumores sobre ella, pero siempre los pasé por alto. Era tan hermosa y elegante. Ya sabes, la esposa perfecta para el ciudadano más respetable de Beason’s Ferry.
– Sí, lo era. Pero eso no significa que los rumores acerca de ella no fueran ciertos. De hecho, dudo de que la gente en Beason’s Ferry conozca toda la verdad. Incluso en un pequeño pueblo, algunos secretos se pueden guardar durante muchos años -se quedó callada y quieta-. Hubo muchos secretos en la casa donde me crié.
Parecía tan frágil, que temió que se hiciera añicos ante el más mínimo roce. Obligándose a deponer la furia, se inclinó y rodeó sus rodillas con sus brazos:
– ¿Quieres contarme acerca de ellos?
Ella permaneció tanto tiempo en silencio, que él supo que los pensamientos que tenía en la cabeza no habían sido compartidos jamás con nadie.
– Creo que mi madre fue… abusada… sexualmente de niña. Por… su padre.
Se obligó a no reaccionar, a permanecer totalmente quieto aun cuando todo su ser se rebelaba ante la idea de que algo tan horrible hubiera tocado la vida de Laura.
– Creo -siguió lentamente- que ése era el motivo por el cual era tan autodestructiva. Por más que mi padre la amara, y realmente la amó, ella jamás pensó ser digna de él.
Él observó en silencio su mirada perdida en la distancia.