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– Se conocieron cuando papá trabajaba en un hospital aquí en Houston. Ella acababa de ser expulsada de la universidad y enviada de vuelta a casa. Sus padres, mis abuelos, viven en un rancho al norte de aquí. No los conozco demasiado. Papá siempre ha impedido que se me acercaran.

– Fue una buena decisión -dijo Brent, con calma controlada.

– De cualquier forma, mis padres se conocieron cuando mi madre fue traída al hospital. Le habían dado una paliza.

– ¿Su padre?

– No, un tipo cualquiera -Laura habló en voz baja, sin mirarlo-. Dudo de que siquiera conociera su nombre. Sólo era alguien que se había levantado en un bar. Mi padre le hizo unas curaciones y le dio el alta. Una semana después estaba de nuevo en la guardia por una sobredosis de barbitúricos.

Laura suspiró ante un recuerdo lejano:

– Siempre la imaginé como un pájaro hermoso con un ala rota. Papá no pudo nunca resistirse a curar a los heridos. Intentó hacer todo lo que pudo para salvarla del odio que sentía por sí misma.

– Supongo, entonces, que sus esfuerzos fueron en vano -preguntó Brent con suavidad.

– Durante un tiempo, creo que dieron resultado. De recién casados, cuando se mudaron a Beason’s Ferry, creo que estaba mejor. Al principio la gente la veía como mi padre: de buen corazón, generosa, amable. Pero ella no se veía así. Y para cuando murió, había hecho lo posible para que el resto de la gente la viera de la misma manera en que se veía ella.

Lo miró a los ojos:

– ¿No es acaso extraño que a menudo la mirada que tenemos de nosotros mismos no coincida con la mirada que tienen los otros de nosotros?

La verdad detrás de la pregunta lo hizo arrugar el entrecejo, pues siempre había considerado la vida de Laura como opuesta a la suya, sólo para enterarse ahora de que había tenido sus propios demonios que vencer. Pero tal vez él había intuido esta tristeza y esta fuerza dentro de ella. Tal vez había sido aquello que los había unido en la infancia.

– ¿Y tú cómo la veías? -preguntó.

– Era una buena madre. La mejor -dijo con convicción-. Me gusta creer que era feliz cuando estaba conmigo. Parecía feliz.

– ¿Cómo podía no estarlo? -sonrió-. Cualquier madre estaría orgullosa de tenerte como hija.

Laura apartó la vista:

– Pero no fue suficiente. Ni lo fue papá. No fue suficiente para que fuera feliz.

– ¿Te sientes culpable de su muerte?

– No -suspiró-. Pero papá sí. Sabía que era clínicamente depresiva, pero pensó que podía tratarla él mismo. Pensó que podía serlo todo para ella: doctor, psicólogo, esposo. Ella intentó curarse para él. Sé que lo intentó.

Laura sacudió la cabeza:

– Ese es el motivo por el cual nunca cometía un desliz en Beason’s Ferry. Toda vez que caía en una espiral de autodestrucción, se iba a Houston o a Galveston, o a cualquier otro lado en donde podía perderse en el alcohol, las drogas y los hombres.

Se quedó callada un rato, y él esperó paciente, intuyendo que necesitaba contarle más.

– ¿Sabes cómo murió? -preguntó por fin.

– En un accidente de barco, ¿no?

Laura asintió:

– Salvo que la historia era mucho más compleja de lo que me contaron. El yate donde estaba pertenecía a un traficante de drogas de Galveston. Parece que hizo una fiesta escandalosa a bordo y el yate se descontroló. Colisionó con otro barco a toda velocidad y mató a varias personas… aunque él se salvó, sin un rasguño -suspiró para ahuyentar la amargura que se había colado en su voz-. Ese día perdí más que a mi madre. Perdí una parte de mi padre. Lo vi en su rostro el día que trajo el cuerpo de ella a casa para el entierro. Algo dentro de él había muerto.

– ¿Por eso es tan sobreprotector contigo? ¿También teme perderte?

Ella le echó un fugaz vistazo:

– Soy todo lo que tiene, Brent.

– Me sigue pareciendo que no es excusa.

– En realidad, estoy de acuerdo -enderezó las piernas, y volvió a apoyar el peso en sus manos-. Pero… también sé que él no tiene toda la culpa. Quería que mi vida fuera perfecta, por lo que me acostumbré a simular que lo era -dejó caer la cabeza hacia atrás, y miró el cielo-. Pero luego, ¿quién hubiera creído que vivir en una burbuja perfecta no sería suficiente?

Él la miró, distraído por la curva grácil de su cuello. Dio vuelta la cabeza de costado y le sonrió.

– La verdad es que descubrí que prefiero equivocarme un par de veces que no experimentar nunca nada por fuera de Beason’s Ferry. Y eso es lo que él no puede soportar: la idea de que yo pueda sufrir un solo segundo de dolor.

La mirada de Brent se detuvo en la curva suave de su mejilla, antes de volver a mirarla:

– ¿Acaso no ve que es él quien te está lastimando?

– Probablemente -apoyó el peso sobre un codo, girando apenas hacia él-. Y por lo que conozco a papá, debe de estar ahora mismo en casa, sumido en la culpa, sin tener la menor idea de cómo corregir la situación. Lamentablemente, no puedo decirle que no se preocupe, o asegurarle que estoy bien.

– ¿Por qué no? -tuvo que controlarse para no inclinarse hacia atrás sobre el codo y reclinarse a su lado.

Ella encogió los hombros:

– Cometió el error de trazar ese estúpido límite. Pero por una vez en mi vida, me niego a avenirme a sus deseos. Si él quiere hacer las paces, tendrá que dar el primer paso.

– Pero, ¿estás bien, de verdad, Laura? -la observó detenidamente.

– Sí. No. No lo sé -dirigió la mirada al agua-. Supongo que más que nada estoy confundida. Acerca de un montón de cosas. Como el motivo por el que pasamos por la vida engañándonos. ¿Por qué no podemos directamente bajar la guardia y ser más auténticos?

– ¿A qué te refieres? -se irguió y deseó que ella hiciera lo mismo, especialmente dado que su falda había comenzado a trepar por el muslo.

– Es sólo que pareciera que todos fingimos ser alguien que no somos, o pensamos que la gente es algo que no es -se dio vuelta sobre la espalda, de manera que su peso descansaba sobre sus codos y el top de seda se estiraba de manera incitante sobre sus pechos-. Y yo soy la peor de todas. Mientras que intentaba por todos los medios hacer de cuenta que la vida era perfecta, todo el mundo comenzó a verme así. La hija del doctor Morgan, tan respetable, responsable, amable y buena. ¡Qué fastidio!

– No es un insulto -dijo, intentando no reírse de su expresión-. Además, tú eres así.

– Tal vez. En parte. Pero no me alcanza -levantó la mirada, y una sonrisa artera iluminó sus ojos-. Algunas veces, lo que realmente quiero es ser exactamente lo contrario.

– ¿Cómo?

– Sólo una vez, me gustaría entrar en una habitación y que todo el mundo se diera vuelta para mirarme -pareció saborear la imagen por un instante, mientras él intentaba no hacerlo.

Contra su voluntad, un recuerdo se agitó en su interior y evocó su aspecto y la sensación de ella acostada debajo de él, los cuerpos entrelazados febrilmente. Carraspeó:

– A mí me parece que los hombres te observan más de lo que crees.

Ella ladeó la cabeza para mirarlo de soslayo:

– ¿Crees que el deseo de ser malo hace que una persona sea mala? No me refiero a ser realmente malo, sino un poquito malo.

Él cambió de posición para acomodar el bulto en su entrepierna. ¿Acaso no tenía idea de lo sexy que era? ¿O que hablar del tema lo excitaba?

– Te aseguro que ser un poquito mala puede ser divertido en algunas ocasiones.

– ¿En serio? -se incorporó-. ¿Cómo cuándo?

Él se rió:

– Oh, no, no me harás caer en la trampa.

– ¿Ah, sí? -parpadeó de una manera que lo hizo desear acostarla y demostrar cuan malo podía ser-. ¿Crees que si me cuentas alguna aventura alocada con otra mujer me pondré celosa?

– Como decimos en el ambiente: sin comentarios.

– ¡Qué aburrido! -arrugó la nariz.