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– Pero respecto de tu pregunta anterior… no, no creo que ser un poco mala de vez en cuando te haga una mala persona. De hecho, me parece saludable.

– Me parecía.

– No sé si me gusta lo que estoy escuchando -la miró con gesto de enojo, pensando que su padre había tenido razón en querer mantenerla a salvo.

– Pues -sonrió, mostrando los dientes-, no puedes hacer mucho al respecto, ¿no? -las palabras se deslizaron de su lengua como una chanza, pero entre ellos se instaló un silencio.

– Es cierto -su gesto de contrariedad se profundizó-. Sobre ello te quería hablar.

– ¿Sobre qué? -se volvió cautelosa.

Él respiró hondo buscando valor.

– Sobre nosotros.

– ¿Ah, sí? -su sonrisa desapareció, y estuvo a punto de cambiar de opinión. Pero no, había tomado una decisión anoche, y estaba dispuesto a adherir a ella.

– Laura -dijo-, no quiero que te tomes mal lo que te voy a decir, pero no creo que debamos salir más.

Ella lo miró por un instante, y luego rodeó las piernas con sus brazos.

– Ya veo.

– No es lo que piensas -se apuró por decir-. Esto no tiene nada que ver con tu atractivo, o con lo que disfruto de tu compañía. De hecho, me gustaría seguir viéndote, pero creo que lo mejor es que nos veamos como amigos.

– ¿Quieres que seamos amigos?

– ¡Desde luego! Yo sé lo que te digo cuando afirmo que las relaciones platónicas duran más que las relaciones entre amantes, y a mí me gustaría que lo que hay entre nosotros dure para siempre.

Ella lo observó con los ojos entornados, escudriñándolo demasiado intensamente para su gusto. Rogó que no se diera cuenta de lo que realmente deseaba, que tenía muy poco que ver con ser amigos y sí con arrancarle el brevísimo top de su exquisito cuerpecito.

Finalmente, ella asintió:

– Está bien.

– Entonces, ¿estás de acuerdo? -frunció el entrecejo, preguntándose por qué sus palabras no lo hacían feliz. Últimamente no había nada que le viniera bien-. ¿No hay problema? ¿No estás enojada? ¿No hay lágrimas? ¿No me dirás que me vaya al infierno?

– No -reunió los envoltorios de los sándwiches y los estrujó en sus manos antes de arrojarlos en la bolsa-. Ni un solo gesto de contrariedad.

– Está bien -dijo, pensando que debía sentirse mucho más aliviado de lo que se sentía-. ¿Entonces qué harás esta noche?

– ¿Esta noche?

– Pues es viernes -encogió los hombros-. Algunos compañeros del noticiario están planeando ir a Chuy después del trabajo-. O al menos eso harían, luego de que los invitara a todos.

– ¿Después del trabajo? -dejó de levantar las cosas del picnic el tiempo suficiente para mirarlo-. Pero tú no sales hasta las doce.

– ¿Y?

– ¿No crees que es un poco tarde para salir?

Le dirigió una sonrisa burlona:

– ¿Cómo piensas ser mala si ni siquiera quieres acostarte más tarde?

– ¿Sabes? Tienes razón -lentamente, su rostro se iluminó y sus labios se torcieron en una picara sonrisa-. De hecho, me encantaría esta noche.

¿Por qué le parecía que estaba planeando algo que a él no le gustaría?

– ¿Entonces nos vemos? ¿A las doce?

– ¡Por supuesto! -la mirada traviesa se volvió calculadora-: No me lo perdería por nada en el mundo.

* * *

Capítulo 18

¿A sí que Brent quería que volvieran a ser sólo amigos? Laura resopló con desprecio ante una idea tan descabellada, al tiempo que se detenía en el estacionamiento de Chuy, un restaurante mexicano de moda, quince minutos antes de la medianoche. Ella y Brent ya habían ido demasiado lejos para que ella pudiera volver atrás y pensar en que era “sólo un amigo”, aunque quisiera. Algo que, sin lugar a dudas, no era el caso. Quería que Brent le diera algo más que eso. Mucho más.

Cuando vio su auto, soltó el aire apresuradamente. Él ya estaba allí, como lo había planeado. Ahora, si lograba armarse de valor para llevar a cabo su plan, ella y Brent volverían a estar en términos “no amistosos” antes de que finalizara la noche.

Detuvo el auto en un sitio para estacionar y apagó el motor de su pequeño auto económico. Se aferró al volante y se convenció de que tenía un aspecto sexy, sin parecer una vampiresa. El vestido era un sencillo solero tejido de color rojo fuego, que insinuaba las formas, y que había encontrado hace una semana al salir de compras por primera vez en busca de un ajuar nuevo. Se sintió tentada de comprarlo en ese momento pero no había podido justificar el derroche mientras buscaba ropa para el empleo nuevo.

Pero hoy, las palabras bien intencionadas de Brent le habían provocado tal furia… no contra él, sino contra la imagen que ella había proyectado durante demasiado tiempo… que condujo a la Galleria después del trabajo, entró en la tienda, y puso la tarjeta de crédito sobre el mostrador, sin siquiera probarse el vestido. No fue sino cuando llegó a casa y se calzó el ceñido vestido que advirtió lo sexy que era. O tal vez fue el hecho de que no estaba acostumbrada a usar algo que anunciara con tanto descaro: “Mírenme, muchachos, mírenme y sufran”.

Echando un vistazo por el espejo retrovisor para inspeccionar su maquillaje, intentó imaginarse en el momento en que entrara caminando en el restaurante atestado de gente. No, no caminando, merodeando. Esa era la palabra que había empleado Melody, instantes antes de salir, cuando ella estuvo a punto de echarse atrás.

– Cuando llegues al restaurante -había dicho Melody-, pasa por la puerta como una reina que se digna visitar a sus súbditos.

Sintió un aleteo de nervios en el estómago, como si miles de mariposas estuvieran intentando escapar por su garganta. Soy capaz de hacer esto, se dijo a sí misma. Además, ¿qué otra opción hay? Podía entrar en el restaurante y posiblemente quedar como una idiota mientras intentaba enseñarle a Brent algunas nociones básicas de la vida. O podía achicarse, volver a casa y pasar el resto de su vida siendo una solterona respetable.

Ya había decidido que si no podía conseguir al hombre que deseaba profunda y apasionadamente, no quería a nadie más. Brent era ese hombre. Y si tenía que tramar algunas estrategias, estaba dispuesta a arriesgar todo lo que tenía, forzar las reglas, y hasta engañar si era necesario. Lo que hiciera falta para ganar.

Decidida a llevar a cabo su plan, abrió la puerta del auto y giró el pie calzado en una sandalia de cuero rojo y taco aguja. Mientras se paró para cerrar el auto, la breve falda se balanceó contra sus muslos desnudos. Todavía no podía creer que había dejado que Melody la convenciera de salir en público sin nada debajo del vestido.

– Créeme, Laura. Salir sin bombacha te hará sentir tan perversa que sin duda exudarás feromonas.

No sabía mucho sobre sus feromonas, pero sintió que le ardían las mejillas mientras cruzaba el estacionamiento.

Nerviosa, se alisó el corpiño del vestido que la estrechaba de los pechos a las caderas. Dos pequeñas aletas formaban mangas por debajo de los hombros. Con un poco de suerte, en un sitio como Chuy’s, conocido por su estridente decoración, nadie sino Brent advertiría su vestido rojo intenso. La breve esperanza quedó trunca cuando tres muchachos universitarios soltaron un largo y grave silbido. No sabía si debía sentirse animada u ofendida.

Camina lento, se dijo a sí misma, cuando franqueó la puerta color violeta fuerte con la moldura amarillo limón, y entró en un escenario de ruido, pinturas de Elvis en terciopelo, y peces de madera en colores fuertes que colgaban del cielo raso. Una bola de espejos giraba en el medio del área del bar, reflejando su luz sobre el baúl de un Cadillac color rosa de 1950 que servía de bufé.

– ¿Cuántos? -preguntó la camarera de aspecto agotado por encima del estridente ruido que rebotaba en los pisos de cemento color naranja.